Asuntos globales

Lula, una apuesta por la democracia

Lula celebra su triunfo en la noche electoral.
photo_camera Lula celebra su triunfo en la noche electoral. (FERNANDO BIZERRA)
Después de sus cuatro años en el poder, Bolsonaro es un verdadero paria en la escena internacional

Las dos horas finales del recuento de los votos de las elecciones brasileñas tuvieron la tensión y la emoción de un final de película de suspense. El incierto resultado final paralizaba la respiración de millones de brasileños. Un espeso manto de silencio se extendía desde Río a São Paulo pasando por el Nordeste y la Amazonia. Los partidarios de la izquierda de Lula, vestidos de rojo y los fanáticos de Bolsonaro, de verde y amarillo. Todos, unos y otros se amontonaban en los bares y en las plazas públicas con los ojos fijos y los oídos atentos a las pantallas de televisión siguiendo la caída de los votos sobre los dos candidatos. Se celebraba cada suma de votos de parte de uno u otro candidato como si fuera un gol de la “canarinha” mientras la noche avanzaba inquieta y silenciosa para terminar en el grito gozoso y vibrante de los partidarios de Lula.

El viejo luchador sindicalista y por dos legislaturas presidente del país, volvía por la puerta grande al palacio de Planalto de Brasilia, después de un calvario de acusaciones de delitos de corrupción por los que había estado varios meses en prisión hasta que el Tribunal Supremo le exculpó de todos los cargos. El viejo luchador de 77 años anunció con la voz empañada por la emoción y la afonía: “Brasil está de vuelta”. No era una frase, era un grito, la manera de proclamar que había ganado. La mitad del país celebró el resultado como una gozosa fiesta y la otra mitad como un funeral triste. Un país dividido en dos mitades, separado por un muro de odio. Lula habló y lo celebró.

Bolsonaro desapareció en las tinieblas del silencio. Pasadas 24 horas apareció para pronunciar un breve y ambiguo discurso. No felicitó a Lula por la victoria, ni reconoció la derrota, alentó a sus seguidores para que se manifestaran contra el resultado y dejó en el aire la sospecha de un posible fraude, al tiempo que habló del traspaso de poderes. Seguía los pasos que había dado su admirado Trump en los Estados Unidos, aunque no creemos que se atreva a impulsar un asalto al Parlamento Nacional. Asistimos a una consecuencia lógica después de un mandato furioso y tenso ilustrado por una gestión catastrófica de la pandemia del covid, que causó en Brasil 700 mil muertos. En los primeros meses, se apuntó al negacionismo, calificando el covid de “gripinha” y negándose a importar vacunas. Permitió la deforestación de la Amazonia, el pulmón por el que respira gran parte del universo. Fueron frecuentes sus ataques a la democracia y dejó innumerables perlas en declaraciones racistas, homófobas y sexistas. Se considera el gran macho alfa de la tribu. No defiende ideas, solo lanza insultos. Se ha convertido en el gran icono de la extrema derecha perfumada de invocaciones religiosas, habla de aceptar la voluntad de Dios para atraer a los sectores evangélicos, una confesión que en Brasil suma más de 60 millones de seguidores.

Sus palabras dando la bienvenida a las manifestaciones de sus seguidores empujaron a los camioneros a cortar trescientos kilómetros de carreteras de todo el país y a algunos pastores evangélicos a fomentar oraciones en círculos en las rotondas de las grandes ciudades pensando que Dios puede anular una votación que consideran satánica.

La victoria de Lula sobre el extremista Bolsonaro ha sido acogida en la mayoría de los países del mundo con un gran alivio. Así lo testifican las felicitaciones a Lula por parte de muchos jefes de estado. Entre estas felicitaciones, uno de los primeros en hacerlo fue el francés Emmanuel Macron, diciéndole: “Su elección abre una nueva página en la historia del Brasil. Uniremos nuestras fuerzas a las suyas para afrontar los desafíos comunes y renovar los lazos de amistad entre los dos países.” Las relaciones entre Macron y Bolsonaro fueron execrables. Tuvieron una tempestuosa discusión en 2019 con motivo de los pavorosos incendios que devastaron la Amazonia ante la indiferencia del presidente Bolsonaro.

Sin embargo, las felicitaciones más cálidas y entusiastas le llegaron a Lula de los presidentes de izquierdas de los países sudamericanos. Por primera vez los cinco países con las economías más potentes de Sudamérica están gobernados por la izquierda. “¡Viva Lula!”, tuiteó el presidente colombiano Gustavo Petro. Le siguió en el mismo tono el argentino Alberto Fernández, que se trasladó a São Paulo para abrazarle; el peruano Pedro Castillo le mandó un caluroso telegrama y lo mismo hicieron Andrés Manuel López Obrador desde México, Xiomara Castro desde Honduras y Luis Arce desde Bolivia. El presidente norteamericano Joe Biden habló del triunfo de Lula como el fruto de unas elecciones libres y Justas. Desde Madrid, el presidente español considera que Lula puede encabezar una apuesta por la justicia social y por la lucha contra el cambio climático. Desde Berlín saludan una nueva etapa democrática y de defensa del clima.

La felicitación más inesperada fue la de Vladimir Putin, inesperada porque Putin tiene mejores relaciones con personajes de extrema derecha que con los de izquierda. A pesar de esta premisa en su telegrama insta a Lula a una cooperación constructiva. En términos parecidos se expresaron los dirigentes chinos.

Después de sus cuatro años en el poder, Bolsonaro es un verdadero paria en la escena internacional. Entre sus apoyos solo se cuentan el húngaro Viktor Orban y algunos monarcas árabes de Oriente Medio; por el contrario, Lula ha manifestado su decisión de reorientar su política internacional en la línea sus dos anteriores mandatos. El eje central de su política será la defensa de la Amazonia y la lucha urgente contra el cambio climático. Fomentará una alianza estratégica con la Unión Europea a través de un libre cambio entre el Mercosur y los 27.

Para vencer a Jair Bolsonaro, Lula dejó a un lado su total anclaje en el Partido de los Trabajadores que él fundó y formó una amplia coalición con centristas e incluso pequeños partidos de derechas. Esta estrategia fue la base de su éxito. Tiene enormes desafíos por delante para lograr la paz interna y la unidad. Los partidarios de Bolsonaro van a sembrar de minas las semanas y los días que faltan hasta el uno de enero, día en que Lula debe asumir el nuevo mandato. Bolsonaro tiene un genio perverso para montar obstáculos.

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