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Suu Kyi, la contradictoria dama de Birmania

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Myanmar, desde 2005 nombre oficial de la antigua Birmania, es un país extraño, lejano, mal conocido, último rincón del exotismo, pobre y con millares de víctimas cubiertas por los espesos sudarios del silencio. Consiguió la independencia en 1948 después de luchar contra los colonizadores británicos y contra los invasores japoneses. Los militares han ensangrentado su historia a lo largo de la mayor parte de los años como país independiente. Camilo José Cela escribe en la primera página de su novela "La familia de Pascual Duarte": “Hay hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas”. Lo mismo les ocurre a los países. No cabe duda que la historia de Birmania, la actual Myanmar, ha sido un permanente deambular por las chumberas de los disparos, las violaciones y las más variadas formas de represión. La censura bestializada casi nunca toleró la presencia de periodistas extranjeros, unos testigos siempre incómodos, y a los periodistas nacionales se les censuraba, se les encarcelaba o se les mataba. Silenciaban las revueltas con estremecedores baños de sangre. El último golpe militar encabezado por el general Min Aung Haing tuvo lugar el pasado uno de febrero. Hoy hace trece días. A lo largo de la pasada semana por todo el país salieron numerosas manifestaciones reprimidas con violencia despiadada por los militares del general Aung Haing. 

La figura con más proyección de Birmania en el exterior es Aung San Suu Kyi. En el interior se la considera una divinidad, se refieren a ella como La Lady, La Dama o La Señora. Tiene 75 años y 20 de ellos los pasó en cárceles o en arrestos domiciliarios. Tenía dos años cuando asesinaron a su padre de 32, en 1947, vísperas de la independencia por la que tanto había luchado. Al mayor general Aung San, su padre, se le considera padre de la patria y el fundador del ejército birmano. Suu Kyi fue educada en el culto a la figura de su padre y como heredera de su misión política inacabada, son numerosos los birmanos que ven en ella la encarnación del general. A su madre, la Viuda como le llamaban, la nombraron embajadora en la India y cuando Suu Kyi fue mayor de edad se trasladó a Inglaterra para estudiar en Oxford filosofía y ciencias políticas. Era brillante y de una belleza suave y frágil, de rasgos dulces, pero con una determinación de acero. Solía decir y repetir que su padre era su primer amor y su mejor amor. El segundo amor se llamaba Michael Aris, un estudioso del Tibet, pero también de Butan, Nepal, Japón y la India. Cuando se casaron en 1972, lo primero que quiso dejarle claro es que ella regresaría a Birmania cuando su país necesitara su presencia. 

En el verano de 1988, la madre enfermó y Suu Kyi se trasladó precipitadamente a Rangún para cuidarla. Al hospital donde estaba ingresada su madre, Suu Lyi vio como llegaban docenas y docenas de estudiantes ensangrentados, mutilados y algunos agonizantes. A los muertos no se les contaba, se les enterraba sin tiempo para contarlos por eso los números que se dan de aquella masacre varían mucho. Los dirigentes de la rebelión pidieron a Ang San Suu Kyi que encabezara las protestas. Aceptó y reflexionó. Protestar solo con su presencia carecía de sentido y no conseguiría nada. Tenía que articular su protesta con un instrumento eficaz que trascendiera su nombre y su persona. Fundó el partido LND (Liga Nacional para la Democracia). 

La Junta militar aplastó la revuelta. A Suu Lyi la condenaron a vivir confinada en la casa familiar, vigilada permanentemente por militares. Así vivió durante dos decenios, de los cuales quince años los pasó en su ruinosa casa colonial situada al borde de un lago. Para que el silenció a su alrededor fuera más opaco incluso le cortaron el teléfono. Le prohibían las visitas, solo en contadas ocasiones le permitían las de los allegados más cercanos. Ella escribía cartas y ensayos, meditaba conforme a las coordenadas budistas. Sus allegados distribuían sus ensayos y sus reflexiones por el mundo y por Birmania, aunque en Birmania estaba prohibido pronunciar su nombre. Cuando los militares la invitaban a abandonar el país, renunciaba. Temía que no la dejaran entrar de nuevo. Consideraba que su destino estaba ligado a Birmania. A su marido Michael Aris tampoco le autorizaban a verla, ni le daban visado para entrar en el país; murió sin poder abrazarla y decirle adiós. Ella se convirtió en un símbolo mundial del valor, de la dignidad y de la lucha por la libertad. Algunos la compararon con Mandela. En 1991 fue galardonada con el premio Nobel de la Paz, lo que supuso la consagración de su lucha y su calvario. No le permitieron ir a recogerlo a Oslo, lo recogió su hijo mayor que pronunció un discurso sobre la paz y la democracia escrito por la madre. 

En 2010 la Junta Militar gobernante decidió una tímida apertura, Suu Kyi pudo salir al sol y recuperó la palabra. En 2012 hubo elecciones libres y se convirtió en jefa de la oposición con una gran visibilidad. En 2015, su partido, el LND (Liga nacional para la Democracia) gana las elecciones legislativas y Suu Kyi se reconcilia con los generales, es nombrada Consejera de Estado (una especie de primer ministro), aunque los militares conservan los ejes del poder al frente de los ministerios de Defensa, Policía y Fronteras. Hay que decir que siempre mantuvo una cierta querencia por los militares, no en vano su padre fundó el ejercito que la humilló y encarceló. 2017 fue un año fatídico para Suu Kyi y devastador para la imagen del régimen birmano en el mundo. Los militares desataron una sangrienta persecución contra los 735.000 musulmanes de la etnia Rohingyas bajo la mirada complaciente de la Consejera de Estado y premio Nobel de la paz Aung San Suu Kyi. La Lady no movió un dedo para controlar a los militares, responsables de las matanzas y tampoco mostró la menor empatía hacia las víctimas, pero sí manifestó en varias ocasiones su amor por el ejército. En 2019 compareció personalmente ante el tribunal internacional de la Haya para defender al ejército birmano, calificando las mortíferas agresiones de “lucha contra el terrorismo”. El mundo siguió sus afirmaciones con consternación y Suu Kyi perdió gran parte de su carisma humanista, pero en el interior de Birmania sucedió todo lo contrario, su popularidad subió como la fiebre del coronavirus entre los miembros de la etnia Bamars, absolutamente mayoritaria en el país.

El 8 del pasado noviembre se celebraron elecciones legislativas en Birmania. El Liga nacional para la democracia (LND) de la Dama de Rangún barrió en las urnas, obteniendo el 82% de los 476 asientos del parlamento, mientras el partido USDP, aliado de los militares, solo obtuvo 33 diputados. Aung San Suu Kyi estaba decidida a hacerse legítimamente con todo el poder. El general Min Aung Hlaing no soportó la humillación de la derrota, y al más puro estilo Trump denunció que las elecciones habían sido un completo fraude sin aportar pruebas. El pasado día uno de febrero, las calles de las principales ciudades birmanas amanecieron con movimientos de tanques y soldados. El ejército había tomado el poder con un nuevo golpe de estado. Siguiendo los ritos más ortodoxos del golpismo detuvieron a sus principales oponentes. La señora Suu Kyi ha sido encarcelada nuevamente y el país se encuentra otra vez en un tenebroso caos. ¿Hasta cuándo?

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