Los cayucos de Caronte

Los inmigrantes pobres, en su indefensión, son el blanco propicio para las iras de aquellos que ven en ellos los culpables de tragedias de las que son realmente víctimas y no responsables.
Siguen llegando cayucos al Territorio español cargados de vivos agotados y temblorosos; también de enfermos, algunos moribundos y a veces, demasiadas, de muertos. Y entre esa amalgama de cuerpos latentes unos e inertes otros hay a menudo huecos vacíos, aquellos que ocupaban los que iniciaron la travesía pero fueron arrojados al mar en algún punto indefinido de ese desierto de agua en el que el oasis es la tierra. En ocasiones nadie llega; embarcaciones precarias que se pierden para siempre y con ella se van los sueños, las esperanzas y la vida de aquellos que un día empeñaron todos sus míseros y escasos bienes por pagarse un billete hacia la muerte, así como queda el dolor para los que los vieron partir esperando que su ausencia fuese un sacrificio compensado por la llegada de una ayuda económica indispensable para seguir subsistiendo.

Son seres desesperados que huyen de todo porque todo en sus lugares de origen es miseria y padecimiento. Y caen en las manos criminales de individuos perversos que hallan negocio en la angustia ajena. Traficantes de vidas que a cambio de pequeñas fortunas les ofrecen unos centímetros cuadrados en una patera destartalada que la mayor parte de las veces, no cuenta ni con el combustible necesario para poder finalizar el viaje y mucho menos si como es habitual, están a merced de corrientes o vientos desfavorables y todo ello, sumado al hecho de que no disponen de sistema alguno de navegación ni de conocimientos al respecto. El único guía que gobierna esos cayucos es Caronte y a menudo, las aguas se convierten en las del Río Aqueronte y la barca atraca allí donde el retorno ya no es posible.

Pero aquellos para los que se cumple el casi milagroso hecho de llegar a nuestro País y no son retenidos y devueltos, comienza otro trayecto más largo, si cabe todavía más penoso, esta vez por tierra firme y con una meta más que incierta. Muchos ciudadanos, al saber que más inmigrantes han logrado poner pie en España se echan las manos a la cabeza y comienzan las reacciones de rechazo, de exclusión, los augurios catastrofistas y sobre todo, la búsqueda de culpables y cómo no, el responsable de que haya una boca más buscando alimento es siempre su poseedor y por lo tanto, el que encarna y paga todos los males que en forma de carencia, sea económica, laboral, educativa, sanitaria, etc., aquejan a nuestra Sociedad.

“¡Qué se vuelvan a su tierra!, ¡qué los echen que aquí no cabemos más!. Esas frases u otras muy similares las hemos oído todos tan a menudo. No hay sitio, no hay espacio para un ser humano, el “aforo” está completo y ha de irse voluntariamente o por la fuerza pero irse… ¿ hacia dónde?. ¿Regresar al hambre, a la guerra, a las persecuciones, a la miseria más absoluta?. ¿Qué más da!, lo importante, lo único importante es que no venga aquí a molestar y a compartir lo “poco” que nos va quedando. Y no podemos comprenderlo por varias razones. La primera es que no logramos entender lo imposible que para algunos resulta ponerse en el “pellejo” de otros, sobre cuando esa piel es de una tonalidad diferente. Si una mujer de Motilla del Palancar, con tres hijos y una serie de responsabilidades ineludibles de pronto se viese imposibilitada por completo para dar de comer a esas criaturas y tuviese como única opción para lograrlo el entrar de forma ilegal en otro País para tratar de obtener allí el dinero necesario para que no se muriesen de hambre, ¿qué haría?, ¿qué ocurriría si esa mujer en vez de en esa Población de Cuenca hubiese nacido en Níger. Y ahora imaginemos a un señor de la Avenida de la Albufera en Madrid, perseguido y amenazado de muerte por pertenecer a la “facción de Vallecas”, comunidad minoritaria y acosada por las de Chamberí, Centro y Ciudad Lineal, más numerosas y poderosas; ¿acaso no huiría por salvar su vida?. Pensemos pues que este plácido madrileño hubiese nacido en Ruanda, ¿no trataría de escapar?.¿Es mejor madre la señora de Motilla del Palancar que la Nigeriana o más valiente el hombre de Madrid que el Ruandés?. No, la madre negra ama tanto a sus hijos como la española y el señor negro que huyó de las guerras tribales es tan digno y sus sentimientos tan válidos como los del español. La única diferencia es el lugar en el que han nacido cada uno de ellos.

Vale que en España hay paro, por más que siga siendo real que muchos inmigrantes realizan labores denostadas por los españoles. ¿Qué están mal pagadas?, por supuesto, pero la culpa no es del subsahariano explotado que trabajo por su salario mísero, sino del empresario español explotador. Vale que la sanidad pública está saturada, aunque convendría responsabilizar de ello menos a la marroquí que acude con su hijo enfermo al pediatra y más a unos gobiernos regionales con competencias en materia sanitaria –el de Madrid es un ejemplo clamoroso- ocupados en destrozar la sanidad pública negándoles personal y medios y atacándola de forma despreciable, para así poder fomentar su verdadero interés: la privada.

Las fronteras no pueden ser vallas contra las que queden aplastados los cadáveres de seres humanos mientras desde el otro lado contemplamos su tragedia como si no fuera con nosotros.. Esta supuesta “Aldea global” es en realidad un cúmulo de islas, algunas paradisíacas y otras, convertidas en cementerios. Los habitantes de aquellas que son ricas se trasladas de unas a otras con total libertad, siempre recibidos con reverencias e incluso recalan a veces en las más deprimidas, ya que es allí donde realizan sus negocios más lucrativos a costa de la miseria de sus gentes y no pocas veces, contribuyen a mantener los gobiernos que tiranizan y someten a su pueblo a la más espantosa necesidad y represión. Los parias, los espectros que pululan por las islas cementerio tienen que salir de ellas a escondidas y en trozos de madera más parecidos a ataúdes que a embarcaciones. Cuando llegan a alguna de las prósperas son recibidos con odio y rechazo, porque al igual que ante el poderoso todo es servilismo y atenciones, para el pobre siempre queda la fobia y el deseo de reclusión o de expulsión, cuando no la violencia.

Y alguno nos dirá: “¿y qué hacemos con ellos?, ¿te los llevas tú a tu casa?, ¿te parece bien que te quiten el trabajo, ocupen a tu médico y se lleven las ayudas?”. A esos, como gallegos que somos les responderíamos con otra pregunta, entonces, ¿los devolvemos para que arrastren una existencia desdichada y probablemente mueran ellos y sus hijos de forma prematura por culpa del hambre, de la enfermedad, de la represión estatal o de la guerra?. Comprendemos la inquietud de los ciudadanos de este País sobre todo en la situación actual, aunque no deberíamos de olvidar que sin las cotizaciones de los inmigrantes esto estaría todavía peor; pero ya no hablo de los que han formalizado su residencia sino de los ilegales. Decimos que entendemos el temor de todos aquellos que piensan que la entrada masiva e incontrolada de personas hará que las circunstancias actuales empeoren pero entretanto, ¿los condenamos sólo porque hayan nacido en otro País?. ¿Qué clasificación tiene mayor valor: la de ser vivo o la nacionalidad?.

No son ellos los culpables sino que lo son los gobiernos, en su mayor parte corruptos, que propician que sus gentes vivan en tal grado de necesidad e indefensión; son ellos los que alientan odios entre grupos y etnias; los que persigue, encarcelan o matan. Y sobre todo, la culpa es de los Padres de las Patrias del “Primer mundo” por acción y por omisión. Acción porque sustentan y financian a esos gobiernos y muchas veces establecen con ellos negocios de todo tipo, incluso comercio de armas, las mismas que utilizan para oprimir a su pueblo y se benefician mutuamente con tales acuerdos mercantiles. Y omisión porque aún conocedores de las sangrientas violaciones de derechos humanos que en esos países se producen, sabiendo de su atroz carencia de comida, medicinas, ropa o cualquier tipo de bien elemental e imprescindible, no hacen absolutamente nada por evitarlo, no ejercen la menor presión y medios tienen para ello. Al contrario, los miman como valiosos socios que son.

Cuando se cruce con un inmigrante que tal vez se haya bajado horas antes de una patera y lo contemple con mal aspecto, atemorizado y perdido, no vea en él a un enemigo ni al culpable de que haya listas de espera en la Seguridad Social o de que le cueste llegar a fin de mes. El sólo es una víctima que huye de tragedias infinitamente más graves que la suya o la nuestra. Y si quiere expresar su justa indignación por la precariedad en que vivimos aquí, gritemos contra quien privatiza educación y sanidad; alcemos la voz contra los que ejercen un poder totalitario y aplican el terror policial sobre sus súbditos y contra los que les venden las armas; lancemos nuestra protesta dirigida a aquellos que gastan miles de millones en guerras pero niegan medicamentes que salvarían vidas y cuyo valor es de unos céntimos. Digamos que ya basta a los verdaderos criminales: los gobiernos que ma

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