No hay rincón de la ciudad en el que los pintamonas no dejen su cochambrosa firma, les da igual que sea una puerta, una cristalera o la pared de una casa. Su estupidez no tiene límites y de ella tampoco se salvan los monumentos históricos como el Puente Romano de Ourense, lo que demuestra además su incultura y nulo interés por un patrimonio que es de todos.