RIBEIRO, IMÁGENES CON HISTORIA

La Semana Santa ribadaviense

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Las procesiones del domingo de Ramos, Los Caladiños, El Encuentro, El Santo Entierro y La Soledad, esta última exclusivamente femenina, recorrían todas las rúas de la Villa y el imaginario popular bautizó con el nombre de calle de La Amargura

A lo largo de nuestra historia los gastos de las celebraciones religiosas, sufragados todos  por las arcas municipales, figuran puntualmente detallados en las actas consistoriales. Entre ellas destacan por su cuantía las del Corpus, Portal y Semana Santa, siendo estas últimas las que dada su continuidad en el tiempo, ofrecen una cuantiosa  información.

Así sabemos que durante los siglos XVII y XVIII el Santo Entierro saliendo de san Francisco, anduvo por toda la villa y volvió a dicho convento, gastándose en el recorrido tres libras de cera; se concreta también lo empleado en hachas y velas en estas funciones y en pleno esplendor del barroco cómo colofón a esta liturgia, el domingo de Resurrección con acompañamiento de gaita y tamboril, dos bailarines interpretaban delante del Santísimo Sacramento la Danza de Pascua.

Ya en el s. XIX y estrenada la Primera República la corporación, contra todo pronóstico, proclama: se celebrarán las funciones de Semana Santa del mismo modo que en años anteriores y asistirá a la procesión del Santo Entierro el ayuntamiento en cuerpo, adquiriendo para ello 10 cirios de libra y media cada uno. No sería hasta la alcaldía de Meruéndano Arias (1901) cuando el consistorio suprima toda consignación en el presupuesto destinado a fiestas religiosas, con excepción hecha de las de Semana Santa y patronales del Portal.  

Nuestro catastro espiritual, entonces con todos sus iglesias en activo, configuró en el pasado una atractiva Semana Santa a cuyos oficios y numerosas procesiones, concurría gente de toda la provincia. El semanario orensano El Heraldo Gallego (1879) escribía: Los sermones de Semana Santa estarán a cargo del trágico y elocuentísimo orador sagrado Antonio Fdez. Moure, párroco de la Oliveira, y ocupará el púlpito en la función del Descendimiento, el elocuente predicador ribadaviense Francisco Canitrot. También nuestro periódico El Obrero (1895) informaba copiosamente de la solemne función religiosa en la parroquia de Santiago en honor de nuestra señora de los Dolores, en cuyos actos intervino un magnífico y afinado coro de voces, comunicando también los ensayos de la banda del sr. Freijido con preciosas marchas fúnebres para los días sagrados. Y en las Notas Ribadavienses del historiador Samuel Eiján leemos: Desde tiempo inmemorial se celebró la Semana Santa con suntuosidad en el templo de san Francisco por encargo del ayuntamiento, incluso en los años de la exclaustración. No sería hasta 1930 en que por primera vez se celebre oficialmente en santo Domingo.

En el s. XX, los ribadavienses nacidos con anterioridad al concilio Vaticano II vivimos, sin la pompa del barroco pero con la intensidad emanada de nuestros ocho templos, unas Semanas Santas en las que imperaban, de modo oficial, el recogimiento y la oración. Las iglesias cubrían sus imágenes con lienzos morados, las campanas, sustituidas en las funciones religiosas  por las estridentes carracas, no repicarían hasta el domingo de Gloria, y las visitas a los templos en la tarde del jueves, suponían todo un alarde de superación en la composición y adorno de sus  altares.

Las procesiones del domingo de Ramos, Los Caladiños, El Encuentro, El Santo Entierro y La Soledad, esta última exclusivamente femenina, recorrían todas las rúas de la Villa y el imaginario popular bautizó con el nombre de calle de La Amargura, por lo penoso que era recorrer ese trecho en procesión, al vial que desde el Arrabaldo sube a la Oliveira. En la vida civil Radio Ribadavia emitía, lo mismo que las emisoras de cobertura nacional, música sacra; las dos sociedades recreativas suspendían los juegos de mesa y billar, los cines cerraban sus salas y cuando mediados  los cincuenta se autorizó la proyección de películas, la temática religiosa era el guión obligado de todas las cintas: Barrabás, La Túnica Sagrada, Los Diez Mandamientos, Quo Vadis y Ben-Hur eran los clásicos en esas fechas. Pero el Vaticano II cambió la liturgia, trasladó altares, modificó la sintaxis de algunas oraciones y el solemne latín quedó relegado al bachillerato de letras, los efectos colaterales del concilio y el paso del tiempo hicieron todo lo demás.

La presente imagen nos muestra a un grupo de vecinos una tarde de viernes santo en las inmediaciones de santo Domingo. Los hombres visten traje y corbata, ellas ataviadas con mantilla, peineta y guantes, portan también el rosario y el misal, todos con la prestancia ad hoc para incorporarse al Santo Entierro; de izquierda a derecha reconocemos nítidamente a unos  jovencísimos Julio Quijada, Carmen Rosa González, Beti Sánchez y Sindo Robla en el centro, le siguen Susi Fernández, Lelé Vázquez, Milucha Santoro y Tirsito Sánchez Álvarez. Era la Semana Santa del ya lejano 1957.

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