OURENSE NO TEMPO

Homenaje a grandes artistas y maestros

prof
photo_camera Entrega de diplomas en el año 1975 en la Escuela de Artes y Oficios.

Hoy, si me lo permitís, quiero tener un recuerdo hacia unos entrañables maestros a los que tuve la fortuna de contar entre mis formadores, y si bien poco pudieron hacer por mis habilidades artísticas, guardo un grato recuerdo de sus consejos y “riñas”.

Alejandro Rodríguez Veiras (director de la escuela, pintura y dibujo artístico),  Antonio Berjano Conde (modelado y vaciado), Aurelio Iglesias Vázquez (copia de yeso) y Delfín Blanco Rodríguez (talla de madera). Ellos, junto con Eduardo Raimúndez Porto (dibujo lineal), que no aparece en la fotografía, formaban la plantilla de profesores de la Escuela de Artes y Oficios que en los años setenta me tuvieron que “padecer”. Ya lo digo yo, ellos desgraciadamente ya no están para tirarme de las orejas como con frecuencia merecía y sin embargo nunca hicieron. En alguna ocasión he contado las aventuras que junto al amigo Toño Castaño protagonizábamos en aquellos tiempos, (escapadas por la ventana del baño hasta el patio de la Cruz Roja. El problema era entrar después sin que nos viera el conserje, Argimiro, que ya nos tenía enfilados). En nuestro descargo hay que decir que empezamos a los ocho años y yo lo deje con doce o uno más; a esa edad, estar concentrados las dos horas que pasábamos en el centro era complicado y ellos lo sabían.

El primer año fue don Alejandro quien se encargó de aguantarme. Me dejaba escoger las láminas de su colección (¡no se me olvida!, láminas de Emilio Freixas, editorial Meseguer) para que yo las copiara en clase de dibujo artístico, ¡un desastre!, que se agravó cuando intentó avanzar y pasarme de las 00 a las láminas con sombras y profundidad (aun ahora me da la risa solo de pensarlo). Ahí mi problema de falta de visión espacial se mostraba como un infranqueable muro en mi avance por el mundo artístico. Fue así como un pequeño de tamaño pero enorme como persona don Aurelio (le conocíamos por "el Mudo", discapacidad que tenía creo que de nacimiento), me acogió en la clase de copia de yeso.

Con mucho cariño e impagable paciencia intentó sin fortuna que mi mano diera profundidad a una cabeza de quien debía ser un dios griego con unas greñas y unas barbas que hasta asustaban, tanto por la cantidad de trazos como por la estética del personaje. Al final yo creo que si te fijabas, no era difícil descubrir que a base de correcciones lo había hecho todo el bueno de Aurelio, aunque eso sí, yo recibí las felicitaciones del señor director satisfecho por haber conseguido “no matarme” después del primer año.

El segundo curso fue un suplicio. Mi padre, que contaba con la amistad del profesor Raimúndez, tuvo la gran idea de comentarle que volvería a matricularme en la escuela, y éste, supongo que compadeciéndose de sus colegas, me ofreció una mesa de dibujo para que practicara a tirar líneas de manera correcta. Os aseguro que fue de lo más aburrido, pero admito que cuando años más tarde me vi obligado a utilizar escuadra y cartabón lo agradecí, y hasta me sorprendí al comprobar que a mis compañeros les costaba trazar unas paralelas.

 En tercero, yo era ya un veterano en la escuela y se me permitían algunas libertades que convertían las horas en algo generalmente divertido. Conseguí que me dejaran matricular en modelado y vaciado, con don Antonio Berjano. Conseguimos un buen entendimiento, yo me encargaba de la parte logística y él de la artística, o lo que es lo mismo yo jugaba con el barro en una pileta que teníamos para prepararlo (había que mojar y remover a diario, si no lo hacías, se ponía duro como una piedra) y él me dibujaba el esbozo del trabajo que yo tenía que realizar (de aquellas hacíamos cuadros en barro). 

 Fue ese año cuando conocí a “Iñaki” Ignacio Basallo. Era un lujo verlo trabajar. Recuerdo que me enseño la técnica del “churro”, al menos así llamábamos nosotros al método de hacer figuras con churros de barro, vasos, cuencos, botellas, etc. 

En ocasiones que no estaba inspirado para el barro, me dejaban darme una vuelta por la clase de don Delfín Blanco, talla de madera. Allí, entre gubias y formones, con la ayuda de un mazo (que las manos aún estaban tiernas) me lo pasaba como un enano. Delfín me marcaba las zonas a vaciar y yo diligentemente iba haciendo aquellos surcos. Lástima que en alguna ocasión se me escapara la gubia: Delfín, preocupado por la integridad de mis dedos, finalmente optó por restringirme su uso. A partir de ahí, el encargo era pasar lija en la trasera de algún trabajo, y eso ya no era tan divertido.

Llegado el cuarto año decidí seguir con el barro, pero a poco de comenzar el curso se produjo un hecho que iba a suponer un cambio radical en mi actitud. Al lado de la clase de modelado, justo donde estaba el pilón en el que ablandaba el barro, aparecieron unos artilugios mecánicos, varios eléctricos y uno que funcionaba a tracción animal que desde el primer momento me encandilaron. Se trataba de unos tornos de alfarero. Junto a ellos vino un nuevo profesor, José Fernández Dorrego, un mago nacido en Niñodaguia. De sus manos brotaban con una facilidad pasmosa cuencos, botijos, platos o cualquier objeto que se pudiera hacer con barro, ¡todo! Desde el primer momento me enganche al torno manual, o mejor dicho pedestre, ya que la rueda se impulsaba con el pie. Con mucha dificultad conseguí hacer mis primeros cacharros, que Dorrego generosamente se llevó a su horno. Me gustaría decir que aún los conservo, pero el barro es lo que tiene, cuando se cae, ¡se rompe!

Ese curso 75-76 fue el último. El señor Dorrego aún me tentó ofreciéndome como regalo un torno antiguo, pero aunque me hubiera encantado, no tenía donde ponerlo, en un piso no encajaba muy bien ¿no? ¡Ay, Si lo hubiera aceptado!

A todos, públicamente, me gustaría darles las gracias por su paciencia, conmigo y con mi hermana (que aunque no lo he contado, me acompañó todos esos años en la escuela, claro que ella aprovecho mejor las enseñanzas y hoy si quiere puede dibujar estupendamente, ¡qué envidia!). En resumen, de nuevo gracias a mis maestros.

Te puede interesar