OURENSE NO TEMPO

“Dos iguales para hoy”

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photo_camera “Dado” con sus inconfundibles gafas ahumadas, en compañía de unos amigos. El de la boina es otro personaje de aquella Auria, "Paco Madrid".

“Dado”, Eduardo Novoa, fue uno de los más populares en la década de los sesenta.

Entre los recuerdos que las viejas fotografías traen a mi mente, hay uno que indefectiblemente lleva unido un canto o letanía como algunos le llamaban. Era el sonoro: “¡Dos iguales para hoyyyyy!”
Hoy por fortuna han mejorado bastante sus condiciones de trabajo, y poco a poco se van instalando sus ya clásicos kioscos, en los que no tienen que sufrir directamente las inclemencias del tiempo y disfrutan de unas mínimas comodidades.

En mi etapa infantil, recuerdo que los soportales de la Praza Maior reunían a unos cuantos personajes que hoy en día a pesar del resurgir que está teniendo la zona se echan de menos. Allí estaban, cómo no, los “limpias”, dando cepillo al calzado de todo aquel que dispusiera de un momento libre; Eladio y César “Charleston” eran los reyes de la plaza, aunque casi siempre el grupo lo formaban cuatro o cinco "empresarios del betún", de aquellas había trabajo para todos.

En la esquina con Lamas Carvajal se instalaba una vendedora de periódicos, que con una simple mesa se iba ganando la vida a base de vender prensa, alguna golosina y muchos cromos y tebeos los domingos. Recuerdo que las lecheras también eran habituales en la inclinada plaza, en un continuo paseo hacia la Burga donde hacían el primer enjuague de sus cántaras; sin olvidar a los municipales que tenían su cuartelillo en los bajos del Ayuntamiento (no hace mucho que el amigo Lito Seoane me informó de que esa dependencia era conocida como "el Cagarrón" por la juventud local).

Aunque realmente lo que más me llamaba la atención era el ciego que día tras día echaba sus buenas horas apoyado en la fría columna que estaba delante de la Camisería Prieto. "¡Para hoy, para hoy!, ¡Dos iguales para hoy!", ese era la breve letra de su canción, la cual repetía con frecuencia; no se trataba de aburrir a la concurrencia y mucho menos molestar, pero sí dejarse notar para que la parroquia recordara que él “llevaba la suerte”. Con el tiempo supe que su vida aparentemente tranquila era una continua lucha para conseguir vender su cupón, del dependía su bienestar.

A las horas de plantón en la plaza, le seguía una diaria procesión en busca de los clientes habituales: a las doce en el Mundial, por allí estaría Manolo “Santamaría” o Don Ramón Puga y quizás no cogieran el cupón, pero a un café seguramente que invitaban; siguiente parada, el Bimba o el Campante, por aquello de variar, allí la concurrencia siempre tenía ganas de tentar la suerte; un rato de charla en el Orellas (que problema aquellas escaleras, aunque siempre había un brazo amable que ayudaba a bajarlas).

Ya era la hora de los funcionarios, bajando San Miguel, saludo al doctor Relova y cae otro cupón; cita obligada en el Irixo, allí el Sr. Vila mientras degustaba aquella sabrosa empanada, solía coger uno o dos cupones, y sus amigos casi nunca lo dejaban solo, era uno de los momentos álgidos del día, además raro sería que no invitaran de paso a una taza, ¡mejor no pasarse! Aún quedaba la tarde…
Me encantaría poder daros nombres y contaros anécdotas de todos estos entrañables personajes, pero tendréis que contentaros con uno, del que su nieta me facilitó datos, y el amigo Guillermo Álvarez esta fotografía.

“Dado”, Eduardo Novoa, fue uno de los más populares en la década de los sesenta. Su ceguera casi total fue la consecuencia de un accidente en motocicleta que por fortuna no consiguió quitarle los ánimos para sacar adelante a su familia. Su centro de operaciones estaba en la plaza del Hierro, los Blanco Vega, Los Temes, Los Cuevillas, incluso Don Ramón y Vicente Risco formaban parte de su auditorio, y seguramente en más de una ocasión por tentar a la fortuna o solamente por colaborar le hayan adquirido algún cupón.

Su ceguera no le impedía relacionarse como cualquier ciudadano, y a donde no llegaba solo, siempre aparecía un amigo que lo acompañaba a modo de lazarillo, o incluso lo llevaba en coche; el 7 y el 17, la feria era un buen momento para llevar la suerte a la concurrencia. La hora de la partida era perfecta para dar una batida por los locales del Paseo, y ya al anochecer las ultimas ventas de nuevo en los vinos, al tiempo que se confraternizaba con los amigos.

De otros muchos espero conseguir anécdotas. Elvira, una de las primeras en conseguir un kiosco; Ramón, otro de los habituales de los vinos; Pedro (Pedrito), un histórico del puente que no tenía inconveniente en recorrer prácticamente toda la ciudad repartiendo sus cupones. Me cuenta mi amigo Andrés Iglesias de uno que viva hacia el final del Couto, que anduvo toda la tarde detrás de él para venderle el cupón -Catador, Bimba-, hasta que en el San Miguel se lo vendió; a las doce de la noche fue a casa de Andrés y desde abajo le gritaba: “Tocouche, tocouche e non o querías!”. Lolecha la mujer de Andrés al escucharlo solo dijo: “¿De verdad que te tocó?, ¡pues qué bien me viene!".

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