Ourense no tempo | Oficios de mujer

Imagen de un lavadero de la época.
photo_camera Imagen de un lavadero de la época.

No me gusta generalizar, pero en este caso no me puedo resistir. Con vuestro permiso diré: la mujer es más fuerte que el hombre. Y no me refiero a fuerza física, que en muchos casos también...

Hace “pocos” años, cuando yo cursaba la EGB, muchas cosas eran diferentes. Recuerdo una señora que al fondo de la barronca del rianxo tenía un pequeño puesto en el que vendía patatas y con el tiempo amplió a la venta de huevos. Creo que se llamaba Engracia. Su edad no puedo asegurarla, porque mi punto de vista en aquellos años era muy diferente, pero me confirma mi madre que le faltaría poco para los 80. Entonces (principios de los años 70) eran muchas las personas del campo que no tenían más remedio que seguir trabajando, eso de cotizar para la jubilación empezaba a estilarse pero... 

La castañeira (foto: Archivo Isaac Pereira) y la rianxeira.
La castañeira (foto: Archivo Isaac Pereira) y la rianxeira.

La mayoría de la clientela iba provista de su bolsa de esparto, y con la romana, que ya casi no tenía marcas, Engracia les despachaba sus 5 o 6 kilos de patatas. En muchos casos, los clientes preferían un saco (lo normal eran 25 o 30 kilos). En aquel entonces no todo el mundo tenía coche y las empresas de entrega a domicilio no existían, con lo cual en más de una ocasión me encontré con la buena de Engracia llevando uno de aquellos sacos en su cabeza...

Las lecheras al terminar el reparto debían lavar las cántaras y aunque muchas iban a la Burga, cualquier fuente servía.
Las lecheras al terminar el reparto debían lavar las cántaras y aunque muchas iban a la Burga, cualquier fuente servía.

Por fortuna, no todos los trabajos eran tan duros y había el de castañera (hoy ya no distingue entre sexos), en el que empujar el carrito era la peor parte, ya que al improvisado horno había que sumarle el peso de las castañas y el carbón. Recuerdo que era frecuente ver a la castañera acompañada de algún “propio” a la hora de instalarse. El resto del día ya era más cómodo, e incluso de agradecer, porque como sabéis es una “empresa” de invierno y estar en la calle con esa estufa al lado tiene hasta su “encanto”.

Os hablé de Engracia y su puesto en el rianxo, pero en aquella zona había muchas más “empresarias”. La mayoría no tenían puesto y a diario venían del pueblo las del entorno de la ciudad, Seixalvo, Reza, etc.  con su carrito (recuerdo aún no hace mucho una señora de Reza que llevaba a la Plaza su excedente, todo un lujo, producto ecológico y de confianza, así era que yo la veía al regreso y jamás trajo mercancía de vuelta), y las de un poco más lejos, en la línea, aunque eso ya suponía más gasto.

El oficio que más se recuerda era el de lechera, chicas jóvenes en su mayoría. De alguna manera se las podía considerar emprendedoras. Las había de todo tipo, desde las que en casa tenían vacas y vendían el ordeño diario (cuando no llegaba se le compraba a otras vecinas para completar), y las que de manera regular compraban la leche a las vecinas y la vendían por su cuenta en la ciudad. Incluso había ocasiones en que algún vecino que tenía 6 o 7 vacas (el rico del pueblo) pagaba a una chica para que se encargara del reparto. Desde luego, no eran grandes negocios, pero muchas familias encontraban así una seguridad y las chicas en ocasiones, a cuenta de las sisas, se daban algún capricho (el tema de las sisas y otros detalles los estoy recopilando para otra historia).

Aunque quedan muchos pendientes (los principales: chica fija y demandaderas, modista, repartidora de pan, aguadora, ama de cría, etc.) termino hoy con las lavanderas. Aunque a algunos les pueda parecer extraño, hubo un tiempo en que no había lavadoras en las casas, bueno ni fregonas ni aspiradoras, incluso en muchas ni baño, ni siquiera luz… perdón por la broma. En algunas casas había pilón o un buen caldero que sacaba de un apuro. Las coladas de verdad era más cómodo coger una tina y marcharse al lavadero cuando lo hubo, ya que con anterioridad era fácil ver a mujeres en las orillas del Miño o el Barbaña restregando la ropa y después poniéndola a secar y clarear al sol. 

Las lecheras al terminar el reparto debían lavar las cántaras y aunque muchas iban a la Burga, cualquier fuente servía.
Las lecheras al terminar el reparto debían lavar las cántaras y aunque muchas iban a la Burga, cualquier fuente servía.

El lavadero era público y frecuentemente se hacía necesario organizar turnos porque la afluencia era muy alta. De ello se encargaba un operario municipal que también cobraba en las mesas del rianxo. Allí acudían desde las profesionales que a diario recogían la ropa de sus clientes y la devolvían lavada por un módico precio, hasta las amas de casa de economías ajustadas que tenían que hacer ellas mismas el trabajo, pasando por chicas de servir que les tocaba ropa. Por el medio había gran cantidad de “industrias auxiliares”, desde la chica que recogía la ropa a domicilio y se la llevaba al lavadero, a la “oficial” optimizando el tiempo, o las zurcidoras a quienes se les llevaba alguna pieza que había que remendar agilizando las cosas. 

Cuando buceas en estos temas, te das cuenta de que aunque faltaban máquinas, la gente rápidamente buscaba cómo agilizar trámites. Lo más fácil era buscar un propio que se encargara.

Lo cierto es que le cogí gusto a ahondar en estos oficios y no descarto ampliar datos. Si tenéis información, ya sabéis mi mail.

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