OURENSE NO TEMPO

Ourense, ciudad del buen ‘yantar'

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photo_camera Boda en "La Regidora", años 40. Muchas caras conocidas: Luis Xesta, Joseito (se casaba su hermano), etc.

Colón, Arcedianos, Cervantes y Villar fueron en tiempos las principales calles donde lugareños y visitantes disfrutaban de un buen plato

H ablan las crónicas aurienses de algunos hábitos alimenticios de la ciudad: siempre recurrente citar al Rey Sabio hablando del buen vino "de Ovrens"; cuando no recordar una céntrica pensión, famosa porque no habitaban gatos en su entorno y el plato del menú diario ofertaba “conejo” estofado, sin olvidar que el mejor pulpo gallego se “pescaba” en los monasterios ourensanos y las pulpeiras de Arcos eran las alquimistas que ofrecían la mejor fórmula para su degustación. Aunque hoy me vais a permitir que en lugar de platos, os hable de restaurantes y maestros de fogones. Sobra decir que de manera imperdonable quedarán en el olvido grandes profesionales, pero el espacio y mis conocimientos no llegan a más.

Colón, Arcedianos, Cervantes y Villar fueron en tiempos las principales calles donde lugareños y visitantes disfrutaban de un buen plato. Yo aún recuerdo en algún local de la calle de la Gloria (Arcedianos) un gran pote humeante “ambientando” la calle. Y algún vestigio aún se conserva en la zona: Casi en la esquina de Cervantes con Bailén y la Bajada as Burgas, estaba, y algo queda de el "Isla", que yo recuerdo como "Viuda de Isla". Pero avancemos en el tiempo, y veamos cómo estaban las cosas más recientemente.

Durante años, fueron los fogones del Hotel Roma los que llevaban la fama en la ciudad. El matrimonio Arias (1917) junto a su hijo Leandro elaboraban las mejores paellas del norte de España, hasta el punto de que se servían en el tren que iba a Madrid. Después fue José Mao (durante algún tiempo propietario del hotel) quien dirigió las cocinas y mantuvo un alto nivel, que después se encargó de mantener el padre de Claudio (Carroleiro). La competencia en aquellos momentos la lideraba otro conocido hotel, La Barcelonesa (los últimos tiempos Barcelona). Poco a poco la oferta de la ciudad fue creciendo en cuanto a locales de calidad, convirtiéndose la antigua Rapagatos (San Miguel) en la calle escogida por muchos profesionales para instalarse: el “Pin Gallo” con ramificaciones en Vigo fue uno de los primeros y más longevos (el relevo de Raluy lo ha tomado Alberto, de la saga del José Luis, y la calidad continúa en unos niveles muy altos). El "San Miguel", afortunadamente reabierto , donde Moncho y Constantino dieron paso en la cocina a Pedro, fue durante muchos años la referencia de la ciudad; en su puerta ostentaba el titulo de Miembro du Chaîne des Rôtisseurs (prestigiosa organización culinaria internacional). El "Monterrey" le había precedido, y después de una larga temporada hoy vuelven a competir por fortuna para los ourensanos. El asador del "Carroleiro", nació años más tarde, de la mano de Sindo (Bazar Orense) y el gran Manolo Outeiriño (“Manolo Santamaría”, grande de tamaño y como persona), alma mater posteriormente del "Caracochas" (hoy "José Luis" en Bedoya) donde su fantástica cocina tradicional atraía como moscas a todos los “artistiñas”, Xaime, Virxilio, Baltar, etc., quienes a la primera oportunidad se colgaban la servilleta al cuello.

Otros locales que han dejado huella en el estómago de los ourensanos fueron el "Azul" (parque de San Lázaro), el "Coralín" (avda. de La Habana), "La Sirena" y "La Superiora" (al final de Progreso). Para el final he dejado tres imprescindibles, el "Fornos", donde Doña Carmen asombraba a la concurrencia con sus guisos y asados (en frente del Obispado y después en Doctor Marañón); "La Mejicana", escuela y referencia de los mejores, allí estuvieron Avelino y José el portugués y míticos camareros como Fermín Castro, y finalmente "La Regidora". Mis recuerdos sobre este local no serán nunca objetivos, ya que desde muy pequeño raro era el día que no pasaba por allí, José Ramón, el encargado, al verme entrar miraba a mi padre (pidiendo autorización sin palabras) y al tiempo ya estaba sacando la chapa a una Mirinda; Rosiña no dudaba en reñirme para que dejara de saltar de aquellos cuatro escalones que conducían a la zona de las habitaciones (que aunque muchos no lo recuerden también era hostal); al fondo del pasillo estaba el reino de José Castro, uno de los mejores cocineros de Auria, comidas caseras y contundentes, que atraían a más público del que en ocasiones podían atender. Por allí andaba la buena de Dora, Doña Matilde y Doña Lupe, y seguramente que más de una vez en mis juegos tropecé con Eduardo Blanco Amor algún otro de los habituales de aquel entrañable restaurante ourensano.

Mi agradecimiento a mis amigos Carmucha Gallego, Fermín y José Castro Taibo y Abel Fraga por los imprescindibles datos que me han facilitado, y a Aurora Rodríguez “Dori” y el Etnolóxico de Ribadavia por prestarme las fotografías.

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