20h: aplausos contra el coronavirus

OURENSE 21/03/2020.- Historias del coronavirus, las ocho. José Paz
Lo que empezó como una muestra colectiva de apoyo hacia el colectivo sanitario se está convirtiendo en un momento de distensión con el que sobrellevar el encierro. Algunos además del aplauso se atreven con la música.

Son las 20h. La hora del paréntesis, la pausa, el momento del relajo, Aunque aquí, mover lo que se dice mover, ya no se mueve nada, salvo el personal médico que este sí se multiplica. 

Llega el momento de soltar todo el lastre de una vez, para sentirnos más livianos. Sobre el alféizar de muchas ventanas algunos asoman la cabecita, otros, extienden los brazos como quien hace señales inconexas; la mayoría aplaude. La armonía entre las fachadas es nula (desastre de urbanismo), pero los aplausos son generosos. Los hay que pegan gritos, con sonoros ”bravo”, como en el teatro; otros golpean cacerolas, por golpear contra algo y no a modo de protesta.


En el CHUO


El personal médico y sanitario anda exhausto, e indefenso. Son nuestros escudos. Ellos ponen su cuerpo, exponen su vida, unos héroes. La peña, atenazada en sus casas es consciente. Una representación de los sanitarios sale a saludar desde la puerta del CHUO, y aplauden, no es un gesto más, también lo necesitan. Desde las ventanas del complejo también se aplaude, con insistencia. Aplausos de aquí y de allí. “Todo saldrá bien”, reza en un cartel de una ventana pintado por un niño, eso, espero.

Las aceras, minutos atrás huérfanas y sospechosas, recobran ahora, si no la vida, por unos minutos el ánimo. Pulsar el momento es grato, insuflan fuerzas como las hinchadas a los equipos de fútbol antes del partido. Aplausos, aplausos, y más aplausos. Cánticos, y hasta gritos. Te dejas llevar por el momento, avanzas calle abajo como quien busca el clímax en la tarde. Los hay a estas horas  que pasean el perro, estos ya forman parte del paisaje, los esquivas. Al dar las ocho desaparecen las miradas sospechosas con las personas con las que te cruzas. Lo más parecido a la vida de siempre; antes y después, la histeria. Para una tarde como ejercicio psicológico pudiera ser interesante, así es horrible.  Al fondo de la calle la cosa se anima, cerrados los bares y los comercios –salvo los súper- la vida asoma a través de la balconada. Uno agita una especie de espada luminosa como de la Guerra de las Galaxias, otro, el resplandor de un pitillo; algunos apuran el trago. Si hemos de morir, que sea felices.

Se escucha la Rianxeira a golpe de saxofón, la peña la corea, canta, bueno, algunos gritan. Después suena "Yesterday". Este es un niño, sentado en el balcón en compañía de sus padres. La calle está en penumbra, las siluetas del personal se vislumbran a contraluz. La gente agradece, y aplaude, sólo faltan los bises. En cada esquina hay alguien que se viene arriba, con instrumento o sin él. La expectación aumenta calle abajo, La intersección entre Bonhome y Ramón Ruibal es casi un anfiteatro, todos en la ventana. Desde un balcón un vozarrón pide la colaboración del público, interactúa y la peña responde, a algunos como que se le escapan las lágrimas. “Hola y adiós”, dice. Se lanza con “19 días y 500 noches” de Sabina. La gente se anima y hasta da muestras de entusiasmo, la mayoría en vestimenta de circunstancias, algunos con pijama y eso que para el encierro dicen que hay que estar lo más aseados posible. Aplausos entusiastas; hasta que se atreve con Albert Hammond, “Échame a mí la culpa”, una que no falla, dice. Al rematar convida a todos a la siguiente cita. El público se mete dentro, con una sonrisa, se ha entretenido un rato. La cita, a la misma hora, claro. A las ocho. 

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