REPORTAJE

La alfarería en la Ribeira Sacra nos relata su epílogo

Optar con la Ribeira Sacra a Patrimonio de la Humanidad implica también los valores inmateriales: hoy, entre Niñodaguia y Gundivós los artesanos se cuentan con los dedos de una mano 

Todos los días se extinguen especies animales y vegetales, todos los días hay profesiones que se tornan inútiles...”, apuntaba Saramago en "La Caverna", novela que es relato de muchos males de nuestro tiempo.

La alfarería, arte eminentemente popular, venció por la llegada del plástico, la industrialización y la modernización de los hogares. La economía rural, durante décadas impasible al desaliento de sus resistentes moradores, se fue con ellos; hoy el paisaje es páramo.

“El barro se raja, se cuartea, se parte al menor golpe, mientras el plástico lo resiste todo y no se queja”, se justificaba para sí Cipriano Algor, en la novela. Es cierto que el plástico, los nuevos procesos industriales se apoderaron del mercado y este arte inalterable desde la romanización, antes el mundo castrexo, venció por sobrepeso junto a sus formas frágiles pero resistentes.


Dar forma


Con un trozo de barro el artesano se sienta al torno, lo arropa con mimo, el bolo asume el reto en su cantidad necesaria, sus dos pulgares se adentran en la materia con el tamaño de la mano como referencia, una por fuera y otra por dentro suben las paredes, de arriba abajo le da forma hasta que fluya el cacharro, barriga y pescuezo forman la ola como única vestimenta. Durante décadas las olas fueron los únicos utensilios para acumular líquidos, para cocinar o para conservar alimentos. Un arte práctico, pero no carente de formas y belleza.

A Cipriano Algor una mañana de plomo se le cerraron las puertas, si no del cielo sí de la caverna; las ventas bajaron y en el centro comercial donde vendía le indicaron que con la mitad del cargamento sobraba. “Un hombre trae aquí el producto de su trabajo, sacó la tierra, la mezcló con agua, la batió, amasó la pasta, torneó las piezas que le habían encargado, las coció en el horno, y ahora le dicen que se quedan sólo con la mitad”. Y aún quedaba por llegar lo más duro. El futuro estaba escrito ya. Sobra aquí contarlo, lean mejor a Saramago.

Las manos del alfarero son tersas y menudas, necesitan dar formas, modelar el barro como quien ejerce la verdad del creador. Si durante siglos el mensaje reposaba en las iglesias, en sus retablos y en el ornamento, en las manos de estos artesanos figuraba la habilidad y el conocimiento práctico de una sociedad que demandaba sus productos, cuanto más rural menos cargado de mensaje decorativo. Por ello, las clases más pudientes los rechazaban, buscaban ornatos de mayor valor.

Agustín Vázquez en Niñodaguia conserva su legado como un tesoro, que lo es; a la alfarería le pasa como al paisaje, para valorizarlo hay que poner distancia por el medio. El mapa de la olería tradicional en Galicia es cosa de pocos nombres, y pasa de padres a hijos. “En Bonxe queda a filla de Indalecio; que terá os meus anos; En Gundivós, Elías; o máis novo de Galicia é iste”. “Iste” es José, su hijo, dispuesto dice a tomar su relevo. Le lega un taller muy completo, con cuatro hornos, a gas y gasoil, uno para más de 600 platos, otro pequeño, para cocer en cualquier momento.

       NIÑODAGUIA (XUNQUEIRA DE ESPADANEDO) 6/10/2018.- Patrimonio inmaterial de la Ribeira Sacra: alfarería; Agustín Vázquez en su taller de Niñodaguia. José Paz

Agustín se volcó en lo tradicional, tras años ejerciendo de robot como él dice al servicio de una gran superficie, “Queimadas e tarteiras”, lo que se demandaba. Y jornadas de 12 horas y 9 personas en el taller, entonces en el núcleo de Xunqueira de Espadanedo. “Tiñamos un forno de 9 metros cúbicos e cocíamos tódolos días, unha barbaridade”, reconoce. “Nos anos 80, ata o 95, todo o que se facía axudábanche os clientes a sacar os cacharros do forno; Eu a alfarería recupereina en Oleiros, en 1995”. Todo aquel trabajo a destajo para el centro comercial, igual que a Cipriano Algor, se le acabaría un día.

Todo en Agustín es entusiasmo por un oficio que aprendió de José María Cachela, su tío. La alfarería está adscrita a los gremios rurales, incluso hoy, cuando los hornos de leña han dado paso a los de gas y el barro te lo traen y se amasa con máquinas. “Desgraciadamente no pobo non queda nadie, queda Enrique Cabanas solo –otro alfarero-”, apunta.

El taller, al pie de la Ou-536, es amplio. Desde lo alto se otea el pasado. El hecho de que el gremio de alfareros bordeara la extinción le ha favorecido, reconoce, y acomodar lo tradicional con formas comerciales. Cada modelo es ya parte de esa cultura inmaterial, En sus manos una pota galana, que llegó -dice- a través de los segadores de Castilla. Agustín aprendió con gente que hoy tendrían 80/100 años, y cada uno recogía avances de otros artesanos. “Las tradiciones y las innovaciones se van integrando en la memoria colectiva para construir pausadamente la idiosincrasia cultural de un pueblo”, que decía Luciano García Alén, tótem de la alfarería gallega.


El hecho de que el gremio de alfareros bordeara la extinción le ha favorecido, reconoce, y acomodar lo tradicional con formas comerciales


Eran los ricos de la comarca los únicos que manejaban dinero o ejercían el trueque a cambio de víveres de las cosechas. Pero la emigración, los nuevos materiales, el apogeo, al igual que en la novela de Saramago, de los centros comerciales, supuso para el gremio algo más que un estoque.

En Xunqueira de Espadanedo a media tarde se hace el silencio, aunque no creo que sea cuestión de las horas.

Cipriano Algor, tenía 64 años, Agustín Vázquez, también. no saquen conclusiones. 

¿Dónde ver la extinta alfarería ourensana?

Santo Tomé das Olas, en Ramirás; Loñoá das Olas, en Pereiro de Aguiar; Niñodaguia, en Xunqueira de Espadanedo; Portomourisco, Rubiá, O Seixo, entre Petín, Valdeorras y O Bolo; Lobios. Una cartografía extraña, hasta desconocida, alfarerías ya citadas en el catastro del Marqués de la Ensenada, de las que no queda nada en pie, sólo resiste Niñodaguia. 

Los alfareros, sus hornos, son historia, apenas hay testimonios ni piezas; semeja como si la fragilidad del barro hubiera autodestruido nuestra propia historia. Apenas hay documentos gráficos, del taller o de la venta, de los arrieros de Tioira capaces de enmarañar en círculo las 33 piezas de cada cocida y transportarlas sobre las caballerías.


¿Qué ver, dónde ver? 


1.- Una exposición: “A olería en Galicia”, en el Museo Etnolóxico de Ribadavia. Imprescindible. Realizada con fondos propios, muy bien puesta en sala y con abundante documentación acompañándola. Es posible disfrutar in situ de la elegancia de la cerámica de Ramirás, la exquisitez de la de Portomourisco; las formas simples pero sutiles de Loñoá o Tioira, saboreando hasta la porosidad de su barro. Establece un discurso a través de su funcionalidad, estética, simbolismo, autoría. Analiza el porqué de su desaparición, la crisis, y hasta aventura la reconversión del alfarero en artista, ceramista, que servidor cree que es otra historia. La exposición estará tiempo. La crisis se ceba con la cultura. ¿A quién interesan estas cosas?

2.- En Niñodaguia está el Museo de la Alfarería, que abre de martes a domingo. En la entrada del pueblo una foto de José Suárez hecha mural, nos muestra a unas señoras enlutadas con cestas de loza sobre sus cabezas, “as apañadeiras” les decían, las encargadas de transportar las piezas hasta el horno, allí hay 3 restaurados. En Niñodaguia o Nodaiga los alfareros eran ellos. Talleres vivienda donde la  cocina estaba abajo, también el torno, y en el fallado, tras un ventanuco quedaban la cama y las piezas torneadas, sazonadas al humo de la leña. En el museo hay una réplica. También a la entrada una foto de época -1988- recoge a 28 de ellos, 5 no se quisieron ni poner. Muchos de ellos estaban en la emigración, y aunque la excusa fue reunirlos a todos, algunos ya no se reconocían en el oficio, “eso foi fai moitos anos”, dirían para sí. El museo, fue estudio de dos reconocidos alfareros del la zona. Daniel Rodríguez y Ángel Blas González, Perrucha. Tío y sobrino. 

3.- Tioira. No es un museo pero esconde la memoria un alfarero, el último de Tiora, Manuel Carrera, en Batán, donde ejerció hasta los 80. En los bajos de la casa familiar, junto a su torno, parte de las piezas conservadas y muchos recuerdos. A modo de homenaje familiar. En Tioira (Maceda) llegó a haber 30 artesanos, pero eso fue hace mucho, allá por 1920/1930. En cada una de sus 7 aldeas todo el personal era a la vez labrador y alfarero. Y el que no, extraía el barro en Valbón, o ejercía de arriero. Hoy no queda en pie ni un horno, bueno sí, el de Cimadevila, colmatado de tierra y con un enorme carballo proyectado desde su interior. Valbón, donde se extraía el barro, es una inmensa vaguada llena de árboles y maleza sin opción de paso. Arturo Baltar se inspiró en este alfarero y su mundo.

4.- Museo de Os Milagres El legado de Elixio está en su museo, un cúmulo de conocimientos e inquietudes sedimentados a su manera. No podía faltar un espacio dedicado a la cultura campesina, aquí uno puede encontrar de todo, también una representación de olería.

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