El ourensano Alfonso Pazos, el abogado más longevo de España: "Si lo dejo, me muero"

Alfonso Pazos Bande, en su despacho de la calle Paseo. (FOTO: JOSÉ PAZ)
photo_camera Alfonso Pazos Bande, en su despacho de la calle Paseo. (FOTO: JOSÉ PAZ)
A sus casi 89 años, el ourensano es el abogado en activo más longevo del país

A sus casi 89 años, Alfonso Pazos es el abogado en activo más longevo de España. "Si lo dejo, me muero", asegura tras sesenta años de trabajo en el turno de oficio. Estudió Derecho para seguir el ejemplo de su padre y por ahora no tiene intención de retirarse ni de utilizar ordenador o móvil.

Fue a la universidad en Santiago de Compostela y se colegió en Ourense en 1959 para ejercer en el turno de oficio. Se define como abogado penalista y remarca que no hay delito tipificado en el Código Penal con el que no haya lidiado, siempre con el máximo interés.

Se levanta temprano, sobre las siete de la mañana, "sea verano o invierno". A las nueve en punto está en su despacho, donde trabaja junto a su secretaria, Sonia, que le gestiona el correo electrónico y todo lo relacionado con la tecnología, a la que nunca se ha acercado. "Me rebelé, no la necesito", dice con el respaldo de su propia experiencia.

Cree que la Justicia "no ha cambiado" porque los delitos "son los mismos", aunque lamenta que la formación de ahora es "muy deficiente". "Antes, los magistrados eran mejores", añade.

De padre a hijo

Su padre también fue abogado, además de diputado en las Cortes durante la Segunda República. En 1936 tuvo que exiliarse a México. Atrás dejaba a su hijo, que entonces tenía cuatro años. A más de 9.000 kilómetros Alfonso siguió sus pasos.

A México no viajaron unos libros sobre Derecho que, sin que su padre lo supiera, iban a formar a Alfonso. Antes de estudiar la carrera en Santiago de Compostela, le escribió una carta a su padre: "Quiero ser abogado".

Palabra a palabra recuerda la respuesta, también en forma de carta. "Aprende el oficio con alguien que sepa cerrar el grifo del egoísmo", escribió su padre. En esa carta Alfonso recibió el empujón que necesitaba y entendió que estaba orgulloso de él.

Años después, pudo viajar a visitarle porque su padre nunca volvió a España.

Sus primeros pasos

Hizo las prácticas en un despacho de prestigiosos abogados y se adscribió al turno de oficio cuando empezó a ejercer, en 1959. Desde entonces se especializó en Derecho Penal porque le permite "ahondar en el corazón de la gente y en el de uno mismo".

Sus primeros clientes fueron amigos de su padre. Su primer caso, el de un acusado de llevar a su novia a abortar a una aficionada. Como su cliente salió absuelto, cuenta que empezó a recibir muchos casos de abortos en el despacho.

Pero no todo han sido éxitos en su carrera. De hecho, admite que "algún que otro caso sale mal", pero no siente el fracaso porque siempre trabaja los casos "con mucho interés".

Heredó de su padre el amor por la abogacía, pero también sus ideales. Se declara con orgullo "activista contra la dictadura franquista" y relata que llegó a estar detenido por sus desavenencias con el Régimen, pero Fernando Seoane, uno de sus mentores, logró su libertad. "En los calabozos no se atrevieron a tocarme, pero la intención era otra", asegura.

Muchos cambios, misma justicia

En sesenta años, Alfonso ha vivido en primera persona los cambios que ha experimentado la Justicia. Los cambios, y no la evolución, porque para él poco ha cambiado y los delitos "son los mismos".

Sí le preocupa la preparación en las aulas, que es "muy deficiente", a causa, sentencia, de que los magistrados sean "peores" que hace "veinte o treinta años".

Nunca ha consultado un sumario o un auto en una pantalla. Lo prefiere todo en mano, en papel. El trabajo se lo hace "mucho más fácil" Sonia, su secretaria, que también le pone al teléfono con clientes, colegas y periodistas que se interesan por su historia.

Junto a su mujer, cuatro hijos y dos nietos vive una vida "plena" en la que no contempla dejar la abogacía. Cuando le preguntan cuándo dejará de ir a su despacho, repite la misma respuesta: "Algún día me tendré que morir".

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