Antoine D´Agata: “Encontrar belleza en la oscuridad me da esperanza, me da fuerzas para seguir"

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photo_camera Antoine d'Agata, en el jardín de la Escola Antón Faílde.

Las fotografías de Antoine d'Agata (Marsella, 1961) solo podrían ser suyas. Suburbios, drogas, prostitución, violencia, guerra, muerte. Su campo de trabajo no es un lugar fácil, ni invita a entrar, pero el francés asegura: "Yo escogí ese mundo, las personas que lo habitan, no". Desde 2008 es miembro de pleno derecho de Magnum, la agencia fotográfica más prestigiosa a nivel mundial. La fama internacional, los reconocimientos y los talleres no lo han cambiado: "Cada uno tiene que encontrar su camino, ser independiente de lo que hay a tu alrededor". D'Agata llegó este jueves a Ourense, invitado por Elisa Pereira, de La Plantación –un proyecto de encuentros con artistas en la Ribeira Sacra–, y ayer hizo parada en la Escola Antón Faílde. Frente a él, un salón de actos repleto de estudiantes, fotógrafos y curiosos. "Estoy un poco nervioso", reconoció al inicio de la conferencia. 

Primera vez en Ourense, entiendo.

Sí, he estado en A Coruña, Vigo o Braga, pero nunca aquí. Hace varios años que Elisa (Pereira), de La Plantación, me contactó para que vienese a impartir un taller. Tengo un ritmo de vida un poco loco, así que siempre fuimos posponiendo la fecha, pero tuvo mucha paciencia y aquí estoy. 

¿Por qué la cámara y no otro modo de expresión?

No lo escogí. Muy joven decidí vivir la vida de la manera más intensa, más extrema y absoluta posible. Durante años no hablaba, no escribía, mi ambición era vivir el mundo en toda su violencia, intensidad y locura. En esos 15 años fue todo tan intenso que en algún punto no tuve otra opción que, para sobrevivir, inventarme una manera de canalizar esa fuerza destructiva, y por casualidad, fue la fotografía. 

Gracias a un amigo, según he leído.

Tenía un amigo que era fotógrafo e hicimos juntos su último viaje. Él tenía sida y hacía fotos sin parar, todos los días. Yo no entendía porqué alguien que sabe que se va a morir hace fotos que no va a poder ver. Esa experiencia suya para agarrarse a la vida fue lo que me tocó. Ese entendimiento de la fotografía como una forma de vivir más, de asumir una posición política y filosófica. 

¿Cree que reducen su fotografía al estilo?

Eso es responsabilidad del público, para mí ya es problemático la posición del espectador. Obviamente si hago fotografías me interesa que la gente las vea, es una manera de comunicarme, de compartir. Pero si alguien usa las imágenes como productos, si solo ve la estética... No tengo tiempo ni paciencia para explicarlo, lo más importante no es la imagen, es lo que cada uno hace de su propia vida. 

¿Hay límites?

Para mí poner límites es como renunciar. Todos tenemos nuestra ética y moral, la mía es vivir la violencia desde dentro, no estoy aquí para practicarla, siempre preferí asumirla que darla. Mi convicción es vivir donde viven los dañados, los olvidados. Supongo que por mi educación y por mi experiencia –su juventud en una Marsella marcada por la violencia– me hizo ser lo que soy, es mi recorrido, lo acepto y vivo fiel a él. Las personas a las que fotografío están ahí porque no tienen otra opción, pero en esa punto de la vida donde las cosas son insoportables, desarrollan posiciones impensables, trágicas pero profundamente más humanas que las del mundo normal. A veces siento que tengo el privilegio de vivir entre heroes antiguos, es esa esperanza y belleza en la oscuridad lo que me da fuerza. 

¿Ha encontrado miedo en esa oscuridad?

El miedo y el deseo siempre fueron mis motores. Siempre me aseguré de no llenarme de deseo sin darle al miedo la parte que necesita, porque solo cuando tienes los dos sabes que tienes que avanzar. Con el deseo tienes el riesgo de complacerte, llenarte y quedarte en el confort del gozo. El miedo es el precio que pagas.

¿Que historia le cuentan a usted sus fotografías?

Obviamente tengo una perspectiva un poco alterada, pero más que todo enseñan la vida, hay una dimensión política pero también existencial. Creo que se trata de dos violencias que se unen en una sola. Por un lado la económica, la guerra, los refugiados, los campos... Creo que sigue siendo mi deber ir a esos lugares, escapar de las imágenes formateadas que tenemos e inventar otra mirada, otra posición. La otra es la violencia de la noche, siempre traté de hundirme en esa oscuridad, desarrollar las relaciones más íntimas posibles, dejar de analizar e ir un poco más allá. 

¿Es fácil volver al mundo "normal"?

Lo veo como un compromiso, ya sea una conferencia, hacer un libro, vender una foto... Ese es el precio y la responsabilidad de mi libertad de movimiento. No puedo seguir con esa libertad de estar en el mundo sin dar algo a cambio. Siempre es complicado, un poco esquizofrénico, estoy fuera de las lógicas, pero es mi posición desde el inicio. 

¿Los fotógrafos le piden consejo?

En los talleres trato de ayudar a la gente a encontrarse a sí mismo, ser más autónomo, más contundente en su propia búsqueda. Eso es lo máximo que puedo hacer, no tengo un consejo desde fuera, más que ayudar a la gente a estar más preparado para inventar su propio camino. Mi experiencia no le va a ayudar, no hablamos de sexo o de droga, trato de meterme en la lógica, cada uno tiene su problemática, sus respuestas, no hay reglas.

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