OBITUARIO

Arturo Baltar y el barro memoria

Con el fallecimiento de Arturo Baltar la ciudad pierde una figura esencial de la historia reciente, escultor sensible, minucioso, capaz de trasladar a sus retablos toda la esencia del mundo religioso y el pasado costumbrista.

No todas las mañanas son iguales, algunas son como de plomo, y frías, bien frías. Ha muerto Arturo Baltar, el escultor de Ourense, el modulador de todas las historias posibles. Un artista respetado y venerado, en todas las distancias. En la esquela se apunta que no se reciben flores; alguien muy próximo había pedido al Concello un ramo de camelias, las preferidas por el escultor, que desde la corporación había hecho llegar el alcalde; también otras exigencias por parte de su pareja, relativas a la propiedad del legado, realizadas vía registro en Concello, que el tiempo medirá. La muerte es lo que tiene.

La mañana fría y el tanatorio escueto. Media docena de artistas -Manolo Buciños, Xosé Cid, Ignacio Basallo, Baldomero Moreiras, o Felipe Iglesias-, así como otros conocidos y familiares que dirigen las condolencias a los representantes de la familia allí presentes. Entre los asistentes, representantes de la Corporación encabezados por el alcalde Jesús Vázquez, la concejala de Cultura, Belén Iglesias y Eva Torres; Rosendo Fernández, vicepresidente de la Diputación; quizás la muerte nos haya cogido a muchos por sorpresa.

En la memoria

Hay personajes que son cuasi omnipresentes, como la memoria del tiempo, que siempre han estado ahí, o al menos es lo que parece. Personas que se modulan a sí mismas, a imagen de una iconografía ilimitada, incluso a destiempo pero que se nutren de infinitos matices.

Despliego sobre la mesa una serie de imágenes para cerciorarme de su presencia. Recupero una que le gustaba. Él, cazadora vaquera, camisa clara y corbata, mira a la cámara de soslayo con coquetería y orgullo; a su lado, la pose tranquila, la mirada plácida de su admirado Blanco Amor, en chaqueta y gabán. Firmada en Santa Baia de Bóveda, en 1970. A Arturo Baltar le gustaban las fotos, fijar los recuerdos que dieron fe de su periplo vital, su deambular por la historia de un Ourense pequeño del que era capaz con su menudo paso de rodearlo cuantas veces hiciera falta. Vicente Risco, Antón Faílde, Blanco Amor, Florentino Cuevillas, José Luis López Cid, Antón Tovar, Prego de Oliver; su querido amigo Virxilio, o Conde Corbal. En la esquela indica grandes amigos, los tuvo, y muchos; también valedores, como su venerado Elías Gurriarán, que ejerció de mecenas y lo que fuera. Entrar en conversación con él era hacerlos con todos a la vez, a distintas voces, con un lenguaje inconexo, a veces imposible, que requería estar familiarizado, y lo más importante abandonar el reloj que mide las horas en el estante de la entrada.

En lo personal era un hombre introvertido, melancólico y depresivo, un tipo difícil, con mucha personalidad, pero que si te abría su puerta era para siempre. Uno no olvida sus historias, escritas en lo oscuro, en una época gris, sumergida y recreada ente los efluvios del alcohol y la pátina del tiempo, como la de El Cordobés, que llegó a Ourense y que vendía rosarios entre las madames del Casco Viejo, meretrices como la Noalla, o a Morta, o la Chichona, la de los pechos infinitos, que señalaba él en su rostro con la malicia de un niño, meretrices a la procura de confidentes en quienes depositar sus lamentos. Mujeres religiosas, a las que no era extraño verlas rodeadas de estampas y santos, fervor que se volvía pletórico -aún hoy- el día de la procesión del Carmen. Baltar, “Arturito como le señalaban los artistiñas” repetía sus historias, siempre distintas pero con la ley de quien ejerce de anfitrión en su propio relato.

Baltar era de A Barra, de la aldea de A Veiga. Adoraba a su madre, que se ganaba la vida de costurera. De niño ejerció su pasión por las flores y su admiración digamos iconográfica por los entierros, de allí parte toda esa plástica religiosa que le iluminaría para siempre su camino. La misma que ha guiado el mundo de Occidente durante muchos siglos. Él quería plasmar toda aquella vida, aquel mundo de confidentes, de artesanos, de religiosidad envolvente de olor a incienso, y así está dispuesta en sus retablos.

                                                   

Un performer en barro

Baltar hizo vida labor de oficinista, “en el Servicio Nacional del Trigo”, de cuando no existía el Ministerio de Agricultura, que le alimentaba el cuerpo mientras su imaginación recreaba otras atmósferas. En lo artístico le inspiró el románico, los retablos de iglesia y la tradición helenística donde buscó acomodo para un mundo como aquel Ourense que lo inspiraba. Su potencia modeladora llegó a manos de José Valdelomar, el cineasta, que lo incluyó como personaje en una trilogía dedicada a Galicia donde a él lo recreaba como hombre de barro. Un documental de una potencia telúrica, rodado en parte en el Museo Arqueológico. El barro lo unió a otro grande en este Ourense pequeño, Manuel Carrera, el ceramista de Batán (Tioira) donde llevaba a cocer sus piezas y donde aprendió mucho del oficio.

Lo mejor de sus mundos no son las figuras, de inspiración costumbrista y realidad religiosa, como mundos paralelos e su propio existir, lo mejor eran sin duda los escenarios recreados para albergar las figuras, de una minuciosidad y maestría de primer nivel. A Ourense legó un espacio donde radica su belén, del que precisamente se cumplen 50 años, encargo entonces de la Asociación de Belenistas, y su Casa-Museo donde están depositadas parte de esas escenografías llenas de pasión y misterio que él recreaba hasta la minuciosidad enfermiza, y que por suerte se pudieron juntar y restaurar. Todo ello ubicado en la plaza de San Cosme, en una suerte de corazón del Casco Viejo. Esperemos que las disputas por su legado, visibles ya en estos momentos, con movimientos y exigencias por parte de su testamentario, no resten a esta ciudad parte del encanto. Que así sea.

Ningún artista conectó tanto con la gente como él

No fue del todo de su gusto. Sus pretensiones, que incluían un gran jardín exterior, y más espacio para su obra, eran tal vez más ambiciosas, pero la ciudad y las generaciones futuras tienen aquí un espacio donde se respira la esencia baltariana. Con altibajos a lo largo del año es en estas fechas justo cuando nos ha dejado el escultor, el momento donde cobra un mayor protagonismo. Se le echará de menos, pero al menos nos quedará el consuelo de poder recuperar parte de esa memoria de vida con la que supo catalizar sus retablos.

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