As terras de Montes

Es un topónimo que se repite en Galicia esto de Montes, conocidas las tierras de Montes, en Pontevedra, las de aquí cuentan con las aldeas de Pereira, Sabucedo, Lamas de Outeiro, que están en la caída occidental de los castros de Trelle y forman unas praderías con unas pistas de la concentración Parcelaria, que hasta hace unas docenas de años menos vegetadas que ahora donde los abedules, los alisos y los carballos ya parecen cubrirlo todo. Por estos parajes en esta recién estrenada primavera discurrimos entre el trino de los pájaros, el salto de un corzo, la huella del lobo, que bien pudiera ser de un perro. En la ladera arbolada numerosos pasillos trazados por el corzo; en las praderías, los destrozos del jabalí, que si dicen que por centenares de miles los que habitan Galicia, no es de extrañar en que tengan tantos lameiros destrozados, como si excavadora lo levantase todo. Al carecer de depredadores la población de los suidos salvajes ha proliferado de tal modo que ni los miles de cazadores del país podrán con ellos. Pero es que el agricultor no pondrá el grito en el cielo como el ganadero cuando el lobo le arrebata algún ejemplar. Parece como si la tierra lo asimilase todo. Siete de plácido caminar aligerados de las invernales ropas por los calores de un sol aun matutino anduvimos de vagarinho por estas tierras, por todo el valle de Montes, de los que sus tres aldeas más representativas: Sabucedo por su iglesia cuasi basílica levantada con el aporte y la fe de un Casas, clérigo de las Américas, hijo del lugar; Lamas de Outeiro, por su peto de ánimas; Pereira, por ser la parroquia. Íbamos de salida desde el mismo campo de fútbol de A Manchica donde uno aún recuerda a sus escultores, los hermanos Garrido, que por otra parte surtían de salvados y otros piensos para el familiar gallinero de más de un centenar de ponedoras con sus tres o cuatro gallos de las razas leghor o rhode island, de mucha alzada y fiereza. Desde el lugar las praderías son la dominante de un paisaje donde en los rigores de las heladas o las escarchas era posible ver a alguna avefría, solitaria venida de Escandinavia, ahora nada, o a algún tordo alirrojo. Estas aves ni por asomo, y si mas adelante mecidos por el trino de muchas cantoras entre el aun desposeído bosque de frondosas, sobre todo abedules, mitigado por nuestra locuacidad cuando había de prestarse oídos a estos encantos de la naturaleza, sosegados en el andar por las a veces de hierba alfombradas pistas que un día la parcelaria cuadriculó, con escasos cultivos hoy y mucha pradería de escaso uso también. Uno de los paseantes, curador de suidos por centenas, nos contaba en una parada a propósito de las aves, como se decía por León evocando a las fases de nidificación y cría: marzo, nidarzo; abril, hueveril; mayo, pajarallo; junio, volatil. Seguimos impregnados del goce por el brotar florístico de los frutales árboles en los que los de hueso, ciruelos y melocotoneros, preceden a cerezos y perales en su magnífica y vistosísima floración, cuando los membrilleros a punto y los manzanos, que vendrán después, que me parecen los más vistosos por el vario cromatismo de sus pétalos, todos ellos precedidos por ese mensajero vernal, la denostada mimosa, la más efímera de todas. En un altonazo a modo de mirador de la ascendente pista visionamos todo el valle y la sobresaliente torre campanario de la iglesia de Sabucedo de Montes, que hace poco visitamos en una apertura facilitada por Paco Vázquez, el muy prestigioso académico de la gallega de Medicina, nato en el lugar y que nunca renunciará a su aldea. Mas adelante en el punto más alto del monte, acaso un castro o seguro, como podría ser éste de Doniz, como señala uno de los cómites, más que versado en Historia antigua. Mientras un profesor de yoga viaja como impregnado de esa interior paz que suministra esta disciplina, y los más terráqueos, incapaces de ver más allá, fruidores como somos de todo lo que por nada la naturaleza en explosión prodiga. Como la docena de kilómetros caminada, cuando sin aun conminar el hambre, pero si avisadora de que cierta provisión debería hacerse, parada cabe a panadería como de hábito se tiene, para proveernos de algún pan, cañas recién rellenas, cocadas, que por naturales, no se cansan de repetir sus expendedores, deben ser tenidas, uno cree que más por donde están ubicadas que por la naturaleza de unos productos que se venden en el medio rural, si, pero también en el urbano, y que eso de lo naturales en cuestión debe estar, o al menos no se debe dejar margen para tanta presunción de naturales, si acaso artesanos.