De la avifauna venteada y otros canes

Las venteadas costas de este noroeste, como desamparadas cuando los vientos soplan. En el interior jamás sentí la ventolera como aquí, capaz de desestabilizarte, a la que desafían las gaviotas en ejercicios de increíble aerodinámica, y cuando se encrespan las olas formando largas crestas, son sobrevoladas por filas de hasta centenares de estos pájaros, que se mantienen como en la cresta de estas olas antes de romper o incluso cuando empiezan. Un ejercicio sorprendente cuando uno cree que van a ser devoradas por el oleaje. Junto a las gaviotas, esos oportunistas que devoran cualquier cosa cuando la marea baja en la marisma; vemos algunas garcetas blancas que van picoteando acá y allá por el arenal, o rebuscando cualquier invertebrado entre las algas o devorando cualquier crustáceo que se ponga a tiro, porque su hermana mayor, la garza real, a la espera de algún pez encogido su cuello para lanzarlo con extremada habilidad sobre cualquier osado pez de su entorno. Veo que más exitosas que las muchas cañas de pescar hincadas en la playa. Por los días ventosos los charranes comunes, que se diferencian por su pico, tamaño, vuelo, de sus congéneres las gaviotas, desaparecen como por ensalmo con el ventarrón cuando nos tenían acostumbrados a esos picados fulgurantes desde cierta altura para traer como premio a algún pececillo. Regresan por el otoño algunos cuervos o cornejas al arenal a picotear entre las dunas herbosas, no en bandadas pero si dos o tres que conviven en armonía con palomas, gaviotas, mientras la pica pica, la urraca, que por acá llamamos pega, si se hace más presente que por el interior de este país galaico donde ya escasea ocupado su nicho por otros córvidos. En los circundantes montes de este Cantábrico apenas las aves rapaces están presentes; será que no son apetentes de estos eucaliptales bajo los que nada anida, salvo el fugaz canto de algún arrendajo, que habita en el bosque de frondosas. Las playas se convierten en parques perrunos donde más se desahogan los canes y un poco se alivian sus amos. Algunos paseantes de playa no se atreven por el temor de ser olisqueados cuando menos por estos canes a correa libre y bozal inexistente, porque lo primero que hace el amo es dejar que campen a sus anchas ignorando la ley que obliga a llevarlos amarrados en los espacios públicos. La plaga perruna duplica su cabaña y aun pareciere que la triplicará a juzgar por la imperante moda de tener no un solo can sino varios; hasta tres llevan algunos, y uno se pregunta cómo podrá el amo recoger sus deyecciones cuando uno solo las produce suficientes para tenerte ocupado, aunque esto de la deposiciones caninas retiradas no siempre se sigue, y en los espacios de campo o playa cuesta creer que alguien se moleste recogiéndolas. A nadie vi en este medio que lo hiciese. Perros para terapias, compañía o acompañamiento o para tareas policiales o de salvamento son concebibles; los demás, sobran porque acaparan muchas atenciones y suelen convertirse en el sujeto mentado en cualquier reunión…pero estamos en una sociedad perruna que va a más en la que el ejemplar, su geta, revela no pocas veces a la de su amo, éste que siempre antepondrá su canis familiaris a cualesquiera otros de la especie homo sapiens. Y del can me voy al lupus antecesor que ha colonizado en discretas y silentes manadas por aquí donde dejan huella de su permanencia en deyecciones, o de algún caballo en los huesos, y entre la lanar cabaña, algún desaguisado que se le cuelga con tintes alarmistas a modo de llamamiento a las escopetas del cazador, que en el caso del súper devastador jabalí, justificadas.