Historias de un sentimental

Aquellos bailes de fin de año de las sociedades ourensanas

Un viejo carné del Liceo.
photo_camera Un viejo carné del Liceo.
Se bailaba lo de la época, y aunque los chicos preferíamos piezas agarradas, dando el ambiente, el repertorio musical era muy variado

En estos tiempos, algunos jóvenes colegas de la radio, los periódicos o las televisiones, utilizan, como seguro recurso para sus espacios, con relación a estas fechas, llamar a los veteranos retirados para que les contemos cómo eran estos tiempos en el pasado, desde cuya perspectiva tanto han cambiado. Recuerdo, en ese sentido, que frente a la forma en que ahora se desborda la alegría popular en ocasiones como el Fin de Año o los carnavales, hace medio siglo, estas fiestas estaban centradas esencialmente en las sociedades. Cierto que el Fin de Año también se celebraba en la calle, e incluso con alguna verbena, aunque el tiempo no siempre acompañaba; pero durante el franquismo, el carnaval, dentro de un orden, no se celebraba propiamente en la calle, sino en las sociedades. Salvo en el caso de los niños, el propio acto de disfrazarse estaba muy restringido, por lo general.

En aquel lejano y recordado Ourense, desde mi perspectiva, lo que realmente tenía arraigo eran los bailes del Liceo, la Troya o el Orfeón, entre otros, cada cual mejor. Tuve la suerte de conocer los tres. Pero también había bullicio en la calle, sobre todo en la del Paseo y en esa zona. Una cosa que sí recuerdo con precisión, era que, pese a lo que se bebía y a la elevada concentración de personal, no solían producirse graves incidentes o altercados. Precisamente, en este tiempo, una de las cosas que más me sorprende de este Ourense es la frecuencia de peleas o disputas que acaban mal. Quizá entonces nos teníamos más respeto unos a otros, o las policías local o nacional eran más respetadas de suerte que se contenía más la gente. Todos los días, cuando leo la crónica de sucesos en La Región, me sorprendo de este fenómeno, hoy lamentablemente tan generalizado.

En cuanto a las celebraciones del Fin de Año en las sociedades, la más famosa y concurrida era la del Liceo. Como quiera que los directivos de la época eran personas muy conocidas y relacionadas, pese a ser un baile de la sociedad, los compromisos y relaciones de aquellos hacía que otorgaran numerosos pases de favor, sobre todo para señoritas, cuyas familias no eran socias, de modo que era el baile por excelencia de la clase media ourensana. Yo mismo gestioné algún que otro pase de favor, gracias a que el padre de un entrañable compañero del servicio militar era un directivo muy generoso.

No sé cómo será ahora el Fin de Año en el Liceo. Entonces era fabuloso. La sociedad lucía todas sus luces y la gente, sobre todo, señoras y señoritas, iban muy arregladas. En cuanto a los caballeros, todos vestíamos traje y corbata. No se permitía la entrada a quien no fuera dentro de las entonces reglas de atuendo. Se bailaba lo de la época, y aunque los chicos preferíamos piezas agarradas, dando el ambiente, el repertorio musical era muy variado. Mientras los padres libaban o formaban tertulias de fumadores, hoy impensable, las mamás observaban sentadas que la fiesta se celebrara dentro de un orden. También recuerdo al personal de aquel tiempo, atento y servicial como pocos. Las celebraciones del Orfeón tenían quizás, como las de la Troya, un carácter menos formal y popular, pero el ambiente era parecido. Por cierto, que en la sociedad pontina, que estaba en un piso, siempre me he preguntado como nunca se vino abajo por la cantidad de asistentes que nos reuníamos allí, especialmente en los bailes de los domingos, riesgo de derrumbamiento que no se producía en el Orfeón.

Lo que sí recuerdo es que los tiempos estaban tasados y que, lo mismo que ocurría con las verbenas populares, los bailes de sociedad tenían una prudente hora de cierre, si bien la retirada del personal era pautada y sucesiva. Yo, como otros amigos, era de los que aguantaba hasta el final. Cuando llegaba a casa, mi madre siempre me preguntaba si me había quedado a ayudar a recoger las mesas.

En fin, siempre por estas fechas recuerdo aquel Ourense lejano y vivido, a aquella sociedad donde todos nos conocíamos, y donde fuimos inmensamente felices.

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