Es uno de los símbolos que definen a Ourense, aunque los pontinos reivindican su mayor proximidad vital y querencia hacia uno de los monumentos más queridos y respetados por los ciudadanos. Tiene casi mil años, aunque del original apenas quedan al

Casi mil años abrazado al Miño

Haciendo honor a uno de sus nombres, es el más viejo amigo del Miño; el único, podría decirse, que aún manteniendo las distancias le ha mirado de frente a lo largo de los siglos, al contrario que ourensanos y pontinos, empeñados hasta hace bien pocas décadas en darle la espalda, como se hace con lo indeseable. En cambio, el Puente Viejo, o Mayor, o Romano, que por cualquiera de las formas atiende, acoge al río entre sus brazos, acariciando sus aguas al paso constante hacia su destino definitivo para morir en el Atlántico.
Con As Burgas y el Santo Cristo es uno de los tres símbolos que definen a Ourense. Fue construido allá en los primeros tiempos de la era cristiana. Desde el principio fue importante nudo de comunicaciones, llave de paso desde Castilla hacia el Finisterre y viceversa. Su relevancia y ubicación estratégica fueron acrecentándose con el paso del tiempo. En el siglo XII comenzaron las remodelaciones sobre su ajada estructura, hasta que en el siglo XVII es sometido a la reforma definitiva, que le dará su imagen actual, aunque mantiene elementos de la construcción original.

El arco central fue considerado el de mayor luz de España hasta mediados del siglo XIX. La declaración de monumento histórico le llegó en 1961, hace algo más de medio siglo. En su casi milenaria historia, siendo mucho lo que ha visto pasar bajo sus arcos acompañando las aguas del río, bastante más ha sido lo que ha vivido sobre sí, la historia que lleva sobre su lomo. Toda la relación entre Canedo (hoy barrio de A Ponte) y Ourense, además del tráfico de paso, hasta la construcción del Puente Nuevo, se canalizaba a través del viejo puente. Si hablase, daría cuenta de millones de historias de la que ha sido testigo mudo a lo largo del tiempo.

Dice José Míguez, pontino de antes, que fue todavía ciudadano del concello de Canedo, trasvasado a Ourense en los años cuarenta del pasado siglo, con ocasión de la absorción de la entidad pequeña por parte de la grande, que el Puente Viejo es más de la ribera derecha que de la izquierda. 'Ourense siempre se desentendió del río; hasta bien andado el siglo XX ni siquiera se arrimaban a él'. Sea o no cierta su hipótesis, sí que lo es el hecho de que las casas del lado de A Ponte estaban mucho más próximas al cauce y, por tanto, al Puente, que de la margen izquierda.

'Para nosotros siempre fue algo especial, pues en la vida diaria los pontinos pasábamos más a Ourense, que al revés, aunque de este lado estuvo siempre la estación del ferrocarril'. José, ya jubilado hace tiempo, apoya la argumentación sobre la pertenencia del Puente a su barrio en que 'además de estar siempre más próximos a él, fue centro de muchas iniciativas, sobre todo en los últimos años'. Se refiere al papel de palco privilegiado para presenciar los espectáculos pirotécnicos sobre el Miño en las tradicionales fiestas del Santiago. 'Ahora, la crisis de las fiestas y la general han hecho mella en la tradición, pero allí se congregaban millares de personas para seguir atentamente los fuegos de luces', recuerda, para apadir que 'había personas, y familias, que se apostaban junto a las barandillas una hora antes de que diese comienzo el espectáculo'.

Aunque más joven, Luis Aller, nieto de ferroviario, se adentra en los recuerdos de su vecino con los suyos propios. 'El recuerdo más agradable que tengo del Puente Viejo es de cuando mi mujer y yo éramos novios. Todos los días que salíamos, al anochecer cruzábamos hacia un lado y otro para dar un paseo que resultaba muy agradable'. También se acuerda que cuando cruzaba por la mañana temprano para acudir al trabajo o por la noche cuando regresaba a casa en invierno; 'era duro, porque siempre hay una ventisca fina que aumenta la sensación de frío'.

Eso sucedía antes de que David Ferrer Valeiras, concejal de Tráfico en ese momento, decidiese en 1999 la peatonalización total del puente. Era uno de los puntos que figuraba en el programa electoral de su partido, pero la medida tuvo que ser adoptada con cautela y sin mucho ruido, debido a la controversia que suscitaba por el hecho de restar una vía de paso al tráfico rodado entre ambos lados del río, pese a que los expertos hacía tiempo que venían llamando la atención sobre la necesidad de adoptar medidas de protección sobre este monumento.

Ferrer anunció la peatonalización como una medida provisional, luego convertida en definitiva, que en realidad era ya la idea original. Desde entonces, el Puente Viejo ganó sosiego y tranquilidad, al tiempo que muchos más viajeros que pasan andando de norte a sur o de sur a norte, según el origen y destino de la caminata. Todos los días del año cuenta con usuarios fijos, pero de primavera a otoño, coincidiendo con las temperaturas más suaves, el puente es tomado por centenares de paseantes.

La retirada del tráfico también le convirtió en lugar apto para otras iniciativas lúdicas, como la fiesta que la cofradía de Frei Canedo organiza desde hace años en las fiestas del Entroido. Eso sucede del lado pontino, en tanto que del lado ourensano acoge la festividad de Os Remedios cada día 8 de septiembre, dada la proximidad de la capilla, en la que se celebraban misas en honor de la santa. Esta tradición hay que situarla en pasado ya que desde julio de 2010 no hay misas, pues la ermita fue destruida por un incendio, y allí sigue, a la vera del Puente Viejo, resignada a la incuria oficial.

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