Hace tres años por estas fechas estábamos ya encerrados en casa, escapando de un virus que necesariamente nos cambió la vida a todos. Hoy la situación es muy diferente, pero no debemos olvidarnos de lo que quedó por el camino: cientos de víctimas mortales y hospitalizaciones. Equipos sanitarios sometidos a un estrés impensable tiempo atrás. Además, la pandemia afectó especialmente a los autónomos, el ahorro de las familias y la sanidad.
Una crisis económica que supuso que en la provincia estuviesen 18.000 trabajadores en ERTE. Un modelo de habitabilidad que se mostró fallido porque algunos hogares fueron como prisiones.
Decenas de consecuencias nos ha traído el covid, efectivamente, dejando secuelas aún hoy en lo físico, lo emocional y lo económico en muchas situaciones. Lo que no ha cambiado es el optimismo ingenuo de que aprenderíamos de esa crisis y que nos haría mejores, porque seguimos cayendo en similares errores. Lo que sí deberíamos aprender más pronto que tarde es que tenemos que acostumbrarnos a la crisis perpetua.
Salimos de la del covid, llegó la guerra en Ucrania y ahora asoma otra vez el temor de una financiera con los problemas bancarios en Estados Unidos y Suiza. Esperemos que no sea como la del 2008. Esperemos.