‘Estamos justos, pero nadie tiene la vida fácil’, comenta una familia ourensana con escasos recursos

‘Si compro zapatillas, no tengo para comer’

 Inés y Jesús ven la televisión con sus hijos. (Foto: Martiño Pinal)
Detrás de los datos estadísticos se ocultan los rostros y las historias de personas que, con enormes dificultades, tienen que arreglárselas como sea para llegar a fin de mes con 300 euros o familias que viven con menos de 1.000. Entidades como Cruz Roja o Cáritas constituyen para ellos un apoyo esencial para salir adelante.
Lourdes, de 72 años, depende de una pensión no contributiva: 314 euros al mes para afrontar sus gastos. Hace un año tuvo un accidente con un autobús, que le dejó importantes secuelas de las que todavía está realizando pruebas médicas. ‘Voy haciendo algunas cosas, pero dependo para la mayoría. Mis hijos vienen cuando pueden y también acude una señora del Ayuntamiento dos días por semana para ayudarme’, indica, y también tiene el avisador conectado a Cruz Roja por si le pasa algo. No tiene que pagar el piso, pero sí los gastos de luz (unos 36 euros), agua y basura unos 30) y también abona el seguro funerario (unos 25). ‘Como lo que puedo, aunque sea una taza de leche’, señala, aunque ahora nota que están subiendo mucho los precios. ‘Antes aún podía comprar unos yogures o galletas, pero ahora está todo carísimo’. Cruz Roja también le ayuda en ocasiones, ‘pero tienen mucha gente a la que darle’, reconoce. Y, en cuanto a ropa, se apaña con lo que tiene. ‘Me la trae algún hijo, aunque llevo más de un año sin comprar nada. Si quito para unas zapatillas, no me queda para comer’.

‘Apretarnos el cinturón’

Con unos 1.000 euros al mes se arreglan Inés y Jesús, de 33 y 40 años, y sus dos hijos, de dos y tres años. Él trabajaba en una empresa de recogida de animales, en la que cobraba 850 euros, pero lleva cuatro meses de baja porque está perdiendo fuerza en las piernas, y percibe desde entonces 600 euros. ‘Pasamos tres meses fatales y tuvimos que apretarnos el cinturón hasta que encontré trabajo hace un mes’, señala Inés, que tiene un contrato realizando la limpieza en supermercados, por el que percibe 480 euros. ‘Es media jornada de lunes a sábado, pero así podemos cuidar a los niños, ya que no tenemos a nadie con quien dejarlos’, señala. Su contrato es de tres meses, pero confía en continuar.

En el alquiler gastan 160 euros mensuales, ya que están en el Programa de Alugueiro de la Xunta, y la comida para los cuatro supone unos 300 euros al mes. ‘Siempre vamos a las ofertas. Si compramos un pollo -el más barato-, lo concinamos un día, al siguiente lo aprovechamos con patatas y, si sobra, al otro lo hacemos con arroz. Pero no tiramos nada’, indica Inés. A ello se añaden otros gastos, entre ellos los de los pañales para los niños, y el inicio del ‘cole’. De hecho, las fichas para el pequeño de tres años cuestan 125 euros, más 45 de material, ‘pero pedí la beca en el Ayuntamiento y me la dieron. Ahora voy a solicitar la de comedor’, señala Inés. Para vestir, ‘nos apañamos, y a veces algunos conocidos nos dan ropa para los niños. No pasa nada, la vergüenza sería salir sucios’, añade. En varias ocasiones han recibido apoyo de Cruz Roja y recomiendan a quien lo necesite que no dude en pedir ayuda. Ahora, pese a las dificultades, miran hacia adelante con la ilusión que les aportan los pequeños: ‘Estamos justos, pero nadie tiene la vida fácil y nos esforzamos mucho para salir adelante por nuestros hijos’.

‘No malgasto nada’

María Luisa es una de las usuarias del programa Alumar, de Cáritas. Tiene 42 años y, desde hace algo más de dos, percibe una renta de inserción social, lo que supone que cada mes tiene que arreglárselas para vivir con 328 euros, aunque cuando acude a los cursos que organiza Cáritas percibe otros 100 euros más (condicionados a la asistencia). Reside sola en un pequeño piso alquilado en el casco antiguo, un quinto sin ascensor. ‘Se adapta a mis necesidades y dinero, pero el problema son las escaleras’, señala, ya que tiene problemas de huesos, además de estómago y nervios. En su piso tiene una habitación, cocina y baño, sólo con los electrodomésticos esenciales: cocina de butano y una nevera, aunque también se ha comprado una estufa para afrontar los inviernos, pero carece de lavadora. El alquiler consume ya más de la tercera parte de lo que percibe (cuesta 120 euros), y luego aún tiene que pagar recibos de agua, luz y el gas. El móvil lo tiene ‘más bien para recibir llamadas’. Lo que le queda, es para los gastos del día a día. ¿Cómo hace? ‘Pues lo voy repartiendo. Cuando voy al súper miro lo más barato y comparo precios entre uno y otro para ver ofertas’, explica. Además, cuando va al pueblo, a casa de su madre, aprovecha para traer patatas o algunas verduras. ‘No malgasto nada’, indica. La ropa y el calzado, ‘voy comprando si puedo, aunque a veces también me dan’, añade.

Al no ser pensionista, tiene que pagar una parte de las medicinas que cubre la Seguridad Social, pero también necesita otras que no cubre el seguro. E incluso hace cuentas para guardar un poco a final de mes, ‘por si lo puedo necesitar’. Para ella, el apoyo de Cáritas ha sido fundamental. ‘Estoy muy contenta de haberles encontrado’, indica.

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