DEAMBULANDO

Un conocido, Alfonso Pazos, el lobo y vigilias contra el fuego

Como de paseo con fijo objetivo, una sabatina de hallazgo de esa pareja siempre afable y de acompañamiento de muchas caminatas, las cuales traemos a colación en cada encuentro, que no son pocos

Casi sin apercibirlo me interpela por Salesianos un más conocido que amigo, de esos que ves desde siempre y con los que no te cruzas una palabra, quiero pensar, porque oportunidad no hubo. Ahora ese fenómeno, menos, porque parece  que tendemos a comunicarnos más. El caso es que, interpelado, me espetó que me seguía y a Maribel Outeiriño y que era lo que más leía en este diario. Me halagó más que envaneció el piropo, que si midiésemos tendríamos que plegar alas porque los que censuran quizás más, pero no consideran decirte que disienten o, simplemente, no les gustas. Así que navegamos por ahí sin saber que no debemos ser vanidosos y con que algunos nos lean ya debe satisfacernos y que estamos con la espada de Damocles encima, acaso más nos censuren que a otros gustemos.

Me llama Alfonso Pazos, altruista defensor de menos causas de las que quisiere, al que ni yo podría imaginar en su día como presidente del Club Alpino Manzaneda. Pazos es ese abogado de siempre, comprometido en movimientos de izquierda con el que cierto trato y mutua simpatía o acaso me arrogue la de él; la mía, la tiene. Cada vez que aparecía yo por las inmediaciones del castillo de Sandiás, del  que solo resta parte de la torre del homenaje, era como obligado, el más que fugaz quizás huidizo paso por su heredada, si no casona sí caserío, que por los estíos le tiene de inquilino. Al hilo de un escrito sobre el "Gran Delirio nazi" y los otros periféricos. me felicita, y por inesperado, me deja sin palabras. Me recuerda que una vez escribió un artículo de más que cierto compromiso para los tiempos que corrían, el cual enviado a este periódico, el director, a la sazón  Ricardo Outeiriño, antes de rechazarlo lo visitó ad limina, que en este caso los umbrales de Pazos, cercanos, para decirle que limase un poco el contenido. El mismo Alfonso reconoció que duro; lo suavizo y fue publicado. Todo en los tiempos que corrían de censura previa. Un Pazos, sorprendido de que el director se molestase en visitarle y no a la inversa e ítem que no rechazase de plano el artículo, como de rigor sería, de lo que memoria tiene pasadas muchas décadas.

Como de paseo con fijo objetivo, una sabatina de hallazgo de esa pareja siempre afable y de acompañamiento de muchas caminatas, las cuales traemos a colación en cada encuentro, que no son pocos. Isabel y Héctor al que no  podría concebir solos, son de esos amigos que te encuentras para exponer en pocas palabras, pareciere, todo el devenir de nuestras vidas. Héctor docente que fue en el Otero Pedrayo, aunque de procedencia del oriente provincial, de tan integrado en la ciudad parece con Isabel como si de siempre a ella apegados por lo frecuente que participan de unos cuantos eventos. De más brevedad el encuentro del que por todos deseado, porque hallo que  hay como un robarse la palabra.


El riesgo del fuego


Retorno a la ciudad por unos días, en calores aun inmersa, donde la vida continúa mientras las vigilias en toda la boscosa geografía provincial siguen alerta por la posibilidad incendiaria que suele darse por este septiembre y los comienzos de octubre. Sin ir muy lejos me encuentro por la sierra del Larouco, sobrevenida la noche, con un retén contra incendios cual comando dispuesto a rápida intervención, y a algunos vehículos de la UME o Unidad Militar de Emergencia. La prevención es el mejor antídoto, más tal vez que las salvajes roturaciones de las faldas norte de aquella sierra, más arrasadoras que cualquier incendio. Le hago la observación a un amigo de que aquellas máquinas de desbroce hacen más trabajo que mil personas no pudieren o acaso diez mil.

Los ganaderos andan revueltos por el lobo. Para ganar adeptos a la causa incrementan las cifras de reses matadas y esto lo viví por los años ochenta del pasado siglo cuando en una aldea del occidente provincial dijeron que el lobo había devorado a más de cincuenta  ovejas. Presentados los agentes gubernamentales de evaluación de daños, solamente pudieron dar fe de media docena y aun dudas había de que fuese el lobo, porque apuntaban a perros asilvestrados. No queremos ver la estampa de esa jauría de matalobos, que acabarían por lucirlos, si antes en los capots de sus coches, ahora en los remolques como se hace con el jabalí. Ese ejército de escopeteros está dispuesto para batir al canis lupus signatus. Están como a la espera de la orden del organismo correspondiente para dar rienda suelta a su, digamos, afición y cazar a un cánido que a pesar de todo siempre se las ingenia para la supervivencia. Aun así, nuestra raza de homínidos no creo que les sobreviva.

Te puede interesar