SUCESO EN EL CHUO

Contradicciones y la reacción ilógica de Aniceto Rodríguez lo delataban como homicida

La Guardia Civil presentó a la jueza seis indicios para que Isabel estuviera vigilada por el peligro que entrañaba su esposo 

Aniceto Rodríguez Caneiro esta vez sí ingresará en prisión. Probablemente, la próxima semana cuando se recupere de las cuchilladas que se autoinfringió a primera hora de la mañana del viernes tras asesinar a su esposa, María Isabel Fuentes Fernández, en la habitación de la cuarta planta de la Residencia sanitaria, en donde la víctima se recuperaba de un grave traumatismo craneoencefálico sufrido el 2 de abril. Un golpe que supuestamente él mismo le asestó con un martillo, aunque se lo endilgó a unos ladrones, cuando la mujer veía la televisión recostada en el sofá de la cocina.

Ante de que vaya a la cárcel, el autor del crimen deberá abandonar el servicio de Reanimación en la que se recupera de las heridas en el abdomen, cuello y brazos. Ayer aún permanecía en esa unidad, custodiado por afectivos de la Policía Nacional, ya que tuvo que volver a ser intervenido la tarde anterior por segunda vez.

Rodríguez Caneiro no lo tuvo complicado para asesinar a su mujer porque permanecía a su lado desde que el día 29 abandonó Reanimación tras casi un mes en coma inducido para que su cerebro no sufriera.

La Guardia Civil de Verín intentó limitar-lo reclamó a la jueza que asumió la instrucción del supuesto asalto- el contacto de Aniceto con su mujer porque era sospechoso de intentar darle muerte fingiendo un asalto en casa habitada. Él denunció un robo violento pero enseguida su versión de los hechos se volvió inconsistente. Los investigadores hallaron, y así se lo comunicaron a la instructora, hasta seis indicios que lo colocaban en la picota por una tentativa de homicidio. Ahora bien, esta última argumentó que se trataba de meras “conjeturas y sospechas perfectamente rebatibles que no van más allá de suposiciones del instructor de las diligencias”. En argot jurídico, “no existían indicios suficientes de criminalidad”.

Tras observar el lugar en donde Isabel fue agredida por primera vez, el Instituto Armado halló datos que no concordaban con la versión dada por Aniceto. Por esta razón, se le interrogó en dos ocasiones.

"Aniceto, que nos roban" 

Fue esta la forma de determinar que se contradijo en cuanto a su comportamiento desde que escuchó el grito de su mujer: "Aniceto, que nos rouban". No se puso de acuerdo sobre dónde estaba la bata de casa que se puso al escuchar a su esposa pedir auxilio (primero dijo que estaba en la habitación y después, en el pasillo). Esta reacción nunca convenció a los investigadores al tildarle de ilógica en alguien que se despierta de forma sorpresiva en esas circunstancias. Tampoco se puso de acuerdo a la hora de explicar lo qué hizo al hallar a Isabel en medio de una charco de sangre. Primer, la tocó en la pierna para saber si estaba consciente. En una segunda declaración, aseguró que se limitó a salir corriendo y pedir ayuda a un vecino.

Pero, sin duda, las mayores incongruencias se obtuvieron a la hora de escenificar la agresión. Isabel fue agredida cuando estaba acostada en el sofá sobre el lado izquierdo de su cabeza. Su marido aseguró que la escuchó gritar y a continuación, un golpe seco, de lo que se deduce que la víctima llegó a ver a los supuestos ladrones, un hecho incompatible, según la Guardia Civil, con que siguiera recostada. A su juicio, "lo natural sería incorporarse para huir o defenderse y no esperar un golpe acostada una vez que ya había gritado".

Tampoco convencía a los agentes la forma en que explicó la precipitada huida de los asaltantes, abriendo la puerta de una galería , acertando con la llave de un manojo en el que había seis más, cuando lo más fácil hubiera sido huir por una ventana rota, la misma por la que entraron.

Pero a su coartada le faltaba tiempo. Según el planteamiento de la Policía Judicial, era imposible que a los intrusos le hubiera dado tiempo a golpear a la víctima, revolver su bolso, abrir puertas de los armarios y huir, teniendo en cuenta que la habitación en la que estaba Aniceto Rodríguez durmiendo estaba a ocho metros de la cocina.

El lugar en el que estaba el arma con el que golpearon a la mujer -un martillo de carpintero de 30 centímetros- , bajo un sillón de mimbre de la galería, casaba más con una colocación ex profesos que con una huida precipitada.

Y hasta le delató una almohada sin arrugas y las sábanas de la cama sin pliegues cuando supuestamente llevaba dos horas en ella.

Otro de los hechos por los que resultó sospechoso es el gran conocimiento de la casa que exhibieron los ladrones y su osadía: la luz de la cocina y la televisión estaban encendidas (se ven desde fuera) y no entraron por la puerta principal, que está inutilizada con un armario.

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