INMIGRACIÓN

Musulmanes en Ourense: "En el Corán no está escrito que haya que odiar a otras personas"

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photo_camera Doudou Ndiaye (arriba a la izquierda), Hafida Er Raouy (abajo a la izquieda) y Mouna Fathallah (a la derecha).

Tres realidades inmigrantes nos cuentan su relato de una nueva vida, también cómo la crisis los hizo más vulnerables

Doudou Ndiaye, 47 años, nació en Joal-Fadiouth, al sureste de Dakar, una localidad pesquera que en realidad son dos. Joal, la más grande, la suya, y Fadiouth, una isla unida a ella por un largo puente de madera. El puente que les separa no es sólo físico, también religioso, que no impedimento para la convivencia, “En ese pueblo hay celebraciones cristianas a las que nos invitan”, dice Doudou, en un castellano fluido y reflexivo, casi místico. El lugar es una de las áreas comerciales más importantes; tras un periplo colonial duro -portugueses, holandeses, franceses e ingleses- el cristianismo no hizo cuerpo hasta mediados del XIX. La pesca en cayuco, embarcaciones de madera entre 20/30 metros y motores de 60 caballos, tiene allí una de sus mejores plazas. 

Doudu, desde los 15 años trabajó de pescador, una de esas embarcaciones era la suya. Llegó a emplear hasta 20 tripulantes, en arrastre, con los que había que repartir las ganancias, en partes proporcionales de la mercancía que él vendía en la lonja, y también con la familia, extensa, la cosa no daba para tanto. El efecto llamada, las historias de éxito que se cruzan, el mensaje dorado de una Europa a un paso le convenció. “Yo pensaba que aquí podía vivir mejor, pero esto es diferente”. 

En Xinzo, desde hace 9 meses, antes lo hizo en Almería, cinco años, donde trabajó en la pesca y en el campo, hasta que la jodida crisis se cruzó en el camino. A su compañera, española con familia aquí, la conoció en Almería. “Hasta que llegué aquí no supe qué eran los servicios sociales”. 

Crisis, crisis

Hafida Er Raouy, de 42 años, marroquí, de Azelal, sabe también qué es que la crisis te descosa las costuras. Vive en Xinzo, con su marido. Tiene dos hijos, el chico, de 21 años, vive en Murcia, con pequeños trabajos puntuales; la hija, de 20, en Granada, donde cursa el primer año de filología árabe. Aquí desde hace 9 años; de casada -18 años- estuvo viviendo en Marruecos con la familia de su marido, allí nacieron los hijos. El marido residente en Xinzo desde hace casi tres décadas, trabajó en diversos oficios, venta ambulante, trabajos de campo, fábrica de patatas. “En 2013 se torció todo, la fábrica cerró”, y el semblante de Hafida no volvió a ser el mismo. Hoy cobra el RISGA -540 euros- que da para pagar el alquiler, comer, ayudar algo a los hijos y soñar poco. Si le preguntas por el futuro, sólo piensa en el de sus hijos, aunque se le ve pelea y ganas, desde ese idioma a trompicones que desliza entre sus labios, la vida para sí la ve con un poso de amargura. 

Mouna Fathallah, 24 años, marroquí de Mohamedia, con un ciclo de Integración Social, vive en Xinzo, desde los “6-7 años”, sabe lo que es sentir la barrera, primero del idioma “los niños son niños, pero cuando ven que no hablas”, después la barreara de sentirse distinta “como no teníamos el mismo nivel siempre nos dejaban aparte”, pero Mouna, viva y cristalina, se sobrepuso a las circunstancias. Hoy, casualidad o no, entre su círculo de amigos “todos gallegos” no hay marroquís. Y eso que una de las razones familiares para asentarse en la zona era la importante comunidad magrebí establecida, que aportaba seguridad y apoyo. 

Los tres son musulmanes practicantes. Con una visión integradora y respetuosa “yo no tengo -dice Mouna- derecho a juzgar las acciones de los demás, si se ponen o quitan el velo, ese será Alá”. Conscientes del daño del terrorismo en nombre del Islam, “una religión de paz”, aseguran. Errores de interpretación, en los términos, Yihad, que algunos traducen como guerra santa, también puede traducirse por esfuerzo para hacer el bien. Quedémonos con eso. 

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