A TRIBUNA

Coronavirus y sus consecuencias

"Lo que más nos preocupa, además de procurar salir vivos, es el futuro económico y el nuevo orden mundial"

En el año 1348, se extendió por el entonces mundo conocido una peste que ocasionó, según cálculos estimados en la actualidad, alrededor de cincuenta millones de muertes. Aquello debió resultar desolador. Bocaccio dejó constancia de ello en El Decamerón, donde describe cómo un grupo de personas de la alta sociedad deciden refugiarse en una quinta ajardinada de las afueras de Florencia, un pequeño paraíso, a la espera de que la enfermedad remitiese. 

Allí reunidos se dedican a contarse cuentos para pasar el rato a salvo de contagios. Pero antes de decantarse por lo lúdico nos dejó estos estremecedores versos:

¡Cuántos valerosos hombres,

cuántas hermosas mujeres,

cuántos jóvenes gallardos

a quienes no otros que Galeno,

Hipócrates o Esculapio

hubiesen juzgado sanísimos,

desayunaron con sus parientes.

compañeros y amigos y llegada 

la tarde cenaron con sus 

antepasados en el otro mundo!1

Hoy ya no nos contamos cuentos mutuamente. Son otros los encargados de hacerlo: la televisión, los políticos y las nuevas tecnologías. La “cuarentena” que dio origen al libro de Bocaccio, duró 15 días. La actual, hasta el momento, la supera en más del doble y quizá por esa razón “sólo” contamos, a nivel mundial, con unas ciento ochenta mil defunciones y va en aumento. Nos hemos acostumbrado a hablar de muertos mediante la fría contabilidad, sin apenas percatarnos de que un solo fallecido ya es en sí mismo una tremenda desgracia. A los muertos no sólo hay que contarlos, hay que sentirlos.  Se habló entonces de castigo divino, en todas las catástrofes se pone a Dios por medio y nunca para echar una mano, y como al Supremo Hacedor no se le puede imponer un correctivo, fueron los judíos el chivo expiatorio. Hoy no son los judíos los causantes, ni siquiera un ser vivo, sino una diminuta estructura macromolecular, un virus coronado. 

Pero no hay que remontarse a la peste bubónica del siglo XIV para estremecernos por sus fatales consecuencias. Tenemos relativamente cercana la que sucedió a la primera guerra mundial, conocida como “gripe española”, a consecuencia de la cual perecieron más de cuarenta millones de seres humanos en los dos años que duró la pandemia. Entonces fue el movimiento de los supervivientes de regreso a sus hogares el que contribuyó a la letal expansión del virus.

Lo que verdaderamente nos preocupa, además de procurar salir vivos, es el futuro económico y el nuevo orden mundial, si es que se produce tal cambio. ¿Qué, o mejor, quién lo impulsará?. Porque pensar que nosotros, como grupo social, vayamos a cambiar por voluntad propia nuestro estilo de vida, se me antoja poco probable. 

Sólo retrocediendo en la historia y observando los hechos acaecidos, podremos sacar algunas conclusiones. Es posible que en la aparición del Renacimiento jugase algún papel la peste bubónica, pero seguro que no fue la única causa y lo ocurrido en aquella época no tiene por qué repetirse en la actualidad. 

Al igual que los cambios que se produjeron en los años veinte tras el desastre de la guerra y la posterior pandemia. Entonces se derrumbaron cuatro imperios dando lugar a un espacio geopolítico diferente, pero no conviene olvidar que, sólo veinte años más tarde, otra catástrofe de peores consecuencias volvió a asolar el mundo. 

¿Qué ocurrirá después de lo que estamos viviendo?. Como creo más en la Fatalidad que en la Providencia y que la distancia que media entre el pesimismo y el optimismo es la misma que separa la experiencia de la fe, me inclino por la certeza de que muchos de nosotros nunca lo sabremos, pues afortunada o desgraciadamente no estaremos aquí para vivirlo. Ni tampoco para que nos lo cuenten.

(*) Ingeniero jubiladoy autor de la novela "El manuscrito de Ribadavia".

Te puede interesar