REPORTAJE

De cuando la Ciencia entró en las aulas del Seminario Menor

José PAz ciencia
photo_camera Las maquetas son de gran realismo.

Máquinas de vapor, electricidad, microscopios solares, libros de Física; un cinematógrafo que engatusó a Carlos Casares. Uno de los mejores gabinetes científicos, en el Seminario Menor.

En lo alto de un gran armario acristalado con vitrinas el rótulo lo deja claro: Gabinete de Física e Historia Natural. La sala, espaciosa; un mueble majestuoso se ajusta a las paredes de principio a fin; en el espacio central, un gran mesado con taburetes, dispuestos para el ensayo de algún ejercicio práctico. En el extremo, varios estantes con libros de física antiguos y un pupitre de madera, con su correspondiente pizarra.

Electricidad, calor, sonido, hidráulica, óptica, mecánica. En lo alto de las vítrinas -originariamente fueron 35- cada etiqueta señala en sus estantes todo el aparataje habitual para la puesta en práctica de una disciplina académica. Hasta aquí todo normal.

Amadeo Blanco Urbano es biólogo, forma parte de la primera entente de profesorado laico que llegó al Seminario; lleva 18 años como profesor. Su sorpresa al llegar al aquí fue morrocotuda. “Eu pensaba que eiquí no Seminario a cuestión das Ciencias non pegaba moito”. Entre los pasillos y la estética sobria y envolvente de un colegio religioso, un vestigio científico de otra época, que estuvo en uso hasta los años 60. El gabinete conserva en un estado aceptable las 350 piezas .


Ley Moyano


¿Por qué todo este material aquí? Al igual que en los institutos de Segunda Enseñanza, una ley -Ley Moyano de 1857, en vigor hasta 1970- establecía para los institutos la exigencia de disponer de un gabinete de Física, un laboratorio de Química, así como material de Ciencias Naturales; el catálogo incluía 150 piezas y asignaba fabricantes. En Ourense la ley afectaba a dos centros, El Instituto Provincial de Segunda Enseñanza, actual Otero Pedrayo, y al Seminario. Si al Instituto anualmente se le dedicaban partidas para la compra de materiales, no ocurrió lo mismo con el Seminario. Ambas instituciones competían por el mismo alumnado, al parecer en ventaja para la institución religiosa. Sin embargo, en el frente científico, tan en boga ya en el XIX, el fervor por la mecánica, por los descubrimientos físico-químicos, la desventaja era notoria para el Instituto, argumento empleado por unos para desprestigio del contrario. Así ocurrió hasta el año 1905, y un obispo, Eustaquio Ilundain y Esteban, recién nombrado en Ourense, quien decidió dotar a la institución. Hoy el gabinete lo componen más de 350 piezas.


Pasión por la Ciencia


20181124155427606_resultEl gabinete hizo las delicias de infinidad de jóvenes, al tiempo que los alfabetizaba en conocimientos científicos. José Ramón Estévez, hoy canónigo de la Catedral, fue uno de ellos. Apunta que lo más recurrido, por vistoso, era la máquina de vapor en forma de locomotora. “Cuántas veces, vencido por nuestra insistencia el profesor Manuel Gil Atrio, la ponía a funcionar por los pasillos”, José Ramón Estévez, que tantas cosas ha sido en el Seminario, recogió de su maestro su vocación científica. Durante años ha dedicado su tiempo a restaurar muchas de estas piezas, por vocación entusiasta. “Yo era profesor de filosofía, teología y música”.

“Monstruoso”, Gil Atrio siempre adjetivaba así cuando el desenlace de una situación derivaba en algo malo. Así ocurriría, Estévez, alumno privilegiado, pidió el telescopio de 80 lentes, una de las joyas del museo, para ver desde la torre del Seminario el cometa Haley. ¨Al aparato se le desajustó un tornillo y dejó de funcionar”. Y es que el instrumental es sumamente delicado, con muchos de los componentes en vídrio, y por supuesto, sin repuestos. El gabiente ha sufrido tres traslados, desde el Seminario Conciliar, que compartió espacio durante años con el Instituto, hasta el Seminario Mayor (1952); por último el Menor, donde está ubicado desde los años 80.

Al salir, un coro de niños ensaya, La locomotora reposa. 


Un “guardia civil” en un gabinete de Física


20181124155432293_resultNadie sabe el porqué de la historia, ni siquiera si es cierta o no, pero en el Seminario todos saben dónde está el “guardia civil”.
 Detrás de la delicada vitrina y perfectamente integrada en ella, una puerta nos lleva al apartado de Historia Natural. Cajas de insectos colgados de la pared; animales disecados; maquetas relativas al cuerpo humano; un modelo de hombre clástico de gran valía; láminas divulgativas, muchas sin exponer. Sobre la mesa varios insectos entre alfileres, fruto de una clase práctica aún reciente. Sostenido por una columna de madera, un esqueleto tiene fijado con grapas cada hueso para que no se desprendan. Le falta el maxilar. “A los chavales les hacía gracia el castañear de los dientes al tocarlo con la mano, y seguro que en algún momento...”, apunta José Ramón Estévez. Él también conoce la historia, pero desconoce de dónde viene; el canónigo fue también alumno del centro. Enfrente otro esqueleto, éste sintético.  
   Una de las razones por las que la colección se ha mantenido unida, aunque en los traslados las piezas sufrieron roturas y desperfectos, ha sido por el “aislamiento" del Seminario. 

En muchos de los gabinetes, cuando los materiales entraban en desuso, comenzaban a ser un incordio; y si algunos, en el caso de los institutos, eran devueltos a Madrid, en otros casos fueron almacenados como instrumental caduco. Muchas de las colección de animales disecados, ocurrió en el Otero Pedrayo, acabaron arruinadas por las humedades. En el Seminario , faltan los pupitres de época, a alguien le estorbaban cuando los cambiaron por un mesado de fórmica.

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