OURENSANOS DE AYER

Cuando llegó la televisión

Costaban alrededor de 14.000 pesetas; equivalente más o menos hoy a 85 euros, pero era un pastón no fácil de ganar en aquellos tiempos

No es que apareciera la televisión en Ourense por generación espontánea. Se hablaba de eso tiempo antes; pero sí que es cierto que en nuestra ciudad irrumpieron los primeros aparatos en los escaparates de las tiendas de Jesús Lago y Lago, Establecimientos Henschel, Radio De La Torre y algún otro, por el año 1961 donde eran expuestos con toda la pompa y publicidad, ensalzando las características, de aquellos “signos de modernidad”. 

Fue la llegada de la tele otro de los fenómenos sociales contemporáneos que comenzaban a surgir en aquella década. Se daba el banderazo de salida a la imparable tecnología electrónica con un amplio manojo de aplicaciones, también en la vertiente de transmisión de imágenes por televisión. Y ésta llegaba para quedarse (como se dice ahora) e impregnar a los ourensanos de ciertos signos de prosperidad y fasto, con el moderno “chisme visionador” en el salón de sus casas. Tanto así, que incluso la posesión de un aparato de aquella “ostentación” llevaba implícito el abono de un Impuesto Municipal de Lujo, que se sacaron de la manga, aunque pronto fue abolido, por cierto; pero que mientras duró era fácilmente cobrable por los vigilantes del Concello, que detectaban rápidamente las antenas de las casas donde había aparatos de TV. 

Para que aquello funcionara se instaló un repetidor en un monte aledaño a Sabadelle, que dominaba a medias la ciudad. Las ondas, decían que llegaban allí desde Santiago para ser transmitidas a la urbe, pero entonces a las casas de planta baja, que eran las que imperaban, no les llegaba la señal y había que encaramar la parrilla receptora de antena en un poste lo más alto posible para divisar el repetidor. El invento no funcionó muy bien, y no pasado demasiado tiempo, tuvieron que reinstalarlo en el faldón de Mont de Deu, por encima del Seminario Mayor, donde aún hoy permanece. 

Los primeros aparatos de 19 pulgadas costaban en tienda alrededor de 14.000 pesetas; sería el equivalente más o menos hoy a 85 euros, pero era un pastón no fácil de ganar en aquellos tiempos; hablamos de 1960, cuando un muy buen sueldo eran 3.500 pesetas. Pero el esfuerzo para juntarlas merecía la pena, era un gran salto cualitativo en hogares de clase media. 

Comenzó la programación en blanco y negro, fijada solamente en unas horas durante el día, y solo en VHF, claro. El resto era simplemente “carta de ajuste” con música ratonera continua, y durante la noche se enmudecía la emisión; decían que era para que enfriaran las válvulas de los aparatos. 

Aún se tardó en Orense en poder ver fútbol, cosa que consideraba importantísimo el ciudadano. Fue a finales de 1963, un Español-Pontevedra (0-0). Los del eslogan “Hai que roelo” habían ascendido a 1ª División, y en el bar Túnel, lugar donde solo se respiraba deporte, se agolpaba a las ocho de la tarde de aquel domingo una muchedumbre fuera de todo orden para ver el “sonado acontecimiento”, que por tal causa dejaba desierta la calle del Paseo; no por el interés futbolístico de ver jugar al Pontevedra, supongo, sino por la curiosidad del “binomio” fútbol-tele. 

A partir de entonces se empezaban a saltear las retransmisiones deportivas narradas por Joaquín Prat, los domingos por la tarde. De tal forma que, cuando acababa el fútbol en el Couto, entre la U. D. Orensana y el visitante de turno, se producía una riada de gente por Ervedelo hacia el centro, que se iba diluyendo por los pocos bares que disponían de TV. Tanto así, que recuerdo algunos de esos bares que en la puerta de entrada rezaba un cartel que decía “Bar con televisión”. Claro que el deporte era solo dominical, los demás días no se podía entretener al “personal productivo” restando horas laborables. Fue sonada también la retransmisión de la primera corrida de toros, más o menos por las mismas fechas.

Es importante reseñar la programación sabática de por la noche. Durante unas temporadas nos colocaban un entretenido tema de variedades, entre musical y humorístico, que se llamaba “Noche de estrellas”, que creo presentaban al unísono un tal Franz Johan y Gustavo Re. Luego cambió de nombre para llamarse “Noche del sábado”,  lo recuerdo bien. 

En resumen, la ciudad acogió la televisión con ansia. Los Telefunken, Iberia, Áscar Philips en blanco y negro, eran aliciente de ahorro familiar para dedicarlo a adquisición de un aparato y presumir de él en el mejor lugar del domicilio, aunque la mayor parte de las horas no se veía más que nieve y, como sonido, un chirrido penetrante que maceraba el cerebro, dejándolo maltrecho hasta la hora de dormir. En invierno se veía algo mejor; ya en verano era prácticamente imposible poder ver algo, especialmente si era (como decíamos en aquellos tiempos) un día de canícula. 

Naturalmente, el sistema fue avanzando y empezaba a verse mejor. Nacía la novela corta por capítulos y obras de teatro; “Historias para no dormir”, de Narciso Ibáñez; “Estudio 1” dramático -apunto que tal vez dentro de este ciclo la obra que más gustó fue “La tragedia vive al lado”, de Manuel Alexandre-; “Gran Parada”, de Federico Gayo, y un poco más tarde “Cesta y puntos”, concurso cultural que presentaba Daniel Vindel, que por cierto, buen sabor dejó a los ourensanos proclamándose campeones de la serie los chicos del Colegio Maristas de nuestra “city”. Eran algunos programas de la tele de principios de los 60, que hoy aún recordamos quienes en la mollera (sin presumir de ello) nos quedan unas pizcas de memoria. Así se fueron dando en nuestra ciudad los primeros pasos de aquella única cadena en VHF de Televisión Española. Fue, sin duda, una época importante en el visible inicio de “prosperidad ciudadana”. ¡Nos hacíamos modernos! 

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