Crisis del coronavirus

Cuando la vida se celebra dentro

TOÉN 1/05/2020.- Historias del coronavirus; historias de emigración y celebracioens en la cuarentena. Carmen López (83), César Ibañez, Santaigo Ibáñez, Bonifacio Ibáñez (78).
photo_camera Carmen López, Santiago Ibáñez, César Ibáñez, Bonifacio Ibáñez en la vivienda familiar de Toén .// José Paz
Carmen (83) nació en Toén, Bonifacio (87), en Burgos, se conocieron en Alemania, donde vivieron 10 años; luego, otros 10, en Suiza. En Burgos nacieron sus hijos, hasta su regreso a Toén, en 1991. Una historia de amor muy viajada.

Historias mínimas, en un mar infectado. “Sácame guapa, eh”, reitera Carmen López, con la mirada cálida, sonriente, sentada en el salón de casa. Tras ella, junto a la repisa de la chimenea, un jarrón de rosas rojas y rosas, y una cala. La historia de Carmen y Bonifacio si no llega a ser por el Covid-19 no saldría de Toén, donde la vida les retiene desde antes del confinamiento. Y sería una gran pena, por la humanidad que destilan. Así somos de injustos.  
 

Carmen (83) y Bonifacio (87) hoy  no saldrán a pasear, ni lo van a intentar, a lo sumo asomarán la cabeza entre la puerta de casa para que les dé un poco el aire y basta. Rigores de la edad, les llaman. A ella, el confinamiento le pilló con la cadera recién operada, de la que se resiente, “é coma se me estiveran roendo por dentro”, se lamenta; él, para caminar, precisa de un andador y esfuerzo. Les asisten sus hijos, Santiago y César, que reside en Asturias, a quien el estado de alarma le pilló en su otra casa. Así, desde entonces. 

La sorpresa

Carmen sopló velas el lunes 27, entre calmantes y la angustia por el virus que nos tiene atenazados, sobre todo a los más mayores. Soplar es un decir, en casa del matrimonio los cumpleaños nunca han tenido mucha celebración, aunque este sería casi una pequeña fiesta. A mediodía, un destello de luces y el ruido de unas sirenas se detuvo en la puerta. “Vaia susto me levei; porque se escoitaba a voz desde un coche, a verdade é que non o esperaba”, comenta. Tras el “cumpleaños feliz” por megáfono, tres voluntarios de Protección Civil le dejaron en el umbral de la puerta unas flores y unos bombones; los besos quedarán para mejor ocasión. Así han sido muchos cumpleaños estos días por los pueblos.

Historia de vida. Bonifacio, se desprende de varios años al mentar la edad; los años, a veces, son como la cuarentena, un golpe de pura rutina. Burgalés de Canicosa de la Sierra, zona maderera, los pinos marcarían su vida. “Mi padre ha ido con carros de vacas cargados con maderas, desde Burgos hasta Benavente”, apunta Santiago, el hijo. El viaje, de ida y vuelta, duraba un mes. 

El Covid-19 ha enclaustrado a todos en casa. Muchos, como Carmen y Bonifacio, necesitados de asistencia

Cuando Carmen y Bonifacio -su nombre sólo podía ser castellano- se conocieron él ya trabajaba en Alemania, limpiando coches, ella en una fábrica de telas, en el país teutón estuvieron 10 años. Bonifacio es callado, introvertido, sus pensamientos navegan hacia dentro; Carmen, es risueña, alegre, visualiza el mundo desde unos ojos llenos de vida, a pesar de las gafas. “Eu querría morrer agora e nacer con 18 anos”, suelta, así, como quien no ha dicho nada. ¡Quién no, Carmen!. Los hijos gastan mimbres de ambos. A principios de los 60 cuando Carmen con 18 años emigró a Alemania para ayudar en casa, Ourense era un goteo constante de jóvenes a la aventura, “Alí estiven cunha rapaza de Verín e outra de Avión; traballabamos nunha fábrica de telas que nos levaba cada ano de vacacións a un sitio distinto, Austria, Grecia, Italia...”. Aunque la experiencia con el idioma no fue fácil, o no fue, se hacían entender. 10 años después, y tras unos meses en Toén, la emigración de nuevo, esta vez a Suiza. “Eiquí estase mal”. Así se lo soltó esta vez a una prima que aún vive en el pueblo. Con la maleta de la juventud a cuestas no mediaba impedimento. Este ha sido el horizonte de tantos ourensanos.

Los hijos -tardíos- llegarían en Burgos, en un pueblo pequeño donde Bonifacio regresó a la dureza del oficio de la madera que aprendió de pequeño. Allí estuvieron otro puñado de años, hasta 1991, que regresaron a Toén. Bonifacio con el cuerpo ya gastado para el oficio y los niños con el dilema de dónde estudiar. “Yo -comenta Santiago- tenía 14 años, en Burgos éramos 50 alumnos, en todos los cursos, en el IES del Couto, donde estudié, más allá de 500. Mi padre no conducía, y yo tenía una moto, en 10 minutos estaba en el instituto”. Esos niños tienen hoy, 42 años Santiago, y 40 César; este con una hija en Asturias a la que llama 3 veces al día, por culpa de la cuarentena, igual que este relato. 

Al salir, Carmen, menta la bica de millo, y la pizza que enseñó a hacer a los hijos. Cuando todo esto pase, seguro. 

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