Dentro de poco, el 30 de abril, se cumple el 62 aniversario de la inauguración de la que fue, en su tiempo, la mejor sala de fiestas de su clase, Auria. Curiosamente, aquel recordado lugar tuvo una vida corta, pero intensa, ya que cerró en 1972; pero nadie podrá quitarnos lo felices que tantos y tantas, como se dice ahora, tuvimos la suerte de ser allí. Nadie describió mejor lo que era Auria que el redactor de La Región Antonio Alonso, quien en este periódico anunció al mundo que nuestra ciudad iba a disponer de la mejor sala de fiestas de España. Describía aquel gran entrevistador el buen gusto, suntuosidad y una belleza del local y añadía: “No obstante conocer el empeño de sus propietarios por darle un carácter único, nos han sorprendido extraordinariamente. Todo allí es armonioso, todo es fantástico; entra uno en el local y sientes la impresión de haber traspuesto la entrada de un mundo distinto en el que las pinturas de Quesada y de Bóveda parecen llevarnos de la mano a un París nostálgico y evocador”. Lo cierto es que no se escatimó nada, tanto en materiales como en mobiliario, y se fichó a personal especializado y para el restaurante hasta un chef de Madrid.
La gran gala inaugural del día 30 de abril de 1960 para el público fue un evento singular e incluía cena y un espectáculo con participación de varios artistas, entre ellos, Gracia Sacramento, Arturo Millán. Elisabeth Gay y Olga Ramos. La fiesta duró toda la noche y los felices asistentes fueron obsequiados con diversos regalos y un magnífico desayuno. Arturo Millán era uno de los cantantes sudamericanos más populares del momento. A Elisabeth Gay se la trajeron del Olympia de París. Gracia Sacramente era la primera figura de un ballet español. Olga Ramos no era cantante, sino la famosa violinista de la orquesta femenina “Cindarella”. La otra orquesta era la “Napoleón” con un famoso pianista, llamado “Barreto”. La sala era propiedad de los hermanos Blanco, que poseían también una ferretería y un bazar en la ciudad, dos empresarios que impulsaron una sala de fiestas moderna y dada su inexperiencia en el sector de la hostelería, incluso recurrieron a personal especializado, la mayoría de Madrid, desde el director al barman.
En la sala se utilizó “pino rojo importado de Suecia para revestimiento de paredes; la celulosa pura con pinturas rugosas absorbentes para acondicionamiento del sonido; el revestimiento vítreo con profusión de piezas de oro legítimo en columnas y frente de la barra; carpintería de castaño especial sin nudo, fresno y acacia de Australia en pilastras de escenario, de una sola pieza y, finalmente, los grandiosos mosaicos vítreos de tipo pompeyano que revisten las escaleras principales, siendo hasta ahora los de más superficie de España en esta clase de locales”, describía Alonso. Como en aquel tiempo el obispo y sus opiniones pesaba mucho sobre los peligros del baile, antes de poner en marcha el establecimiento, sus propietarios advirtieron que, dada la categoría del local, su explotación “estará fundamentada en la más estricta moralidad, seriedad y calidad, con servicios diarios y normales de cafetería, y fiestas semanales que serán centro de reunión del público selecto de nuestra ciudad”. La sala abría a las ocho de la mañana, con servicios de desayuno hasta mediodía, en que daba paso a los servicios de aperitivos y coctelería especial de tipo americano; después del almuerzo se ofrecía la sesión de sobremesa o café con espectáculos, continuando con las meriendas y sesiones de té y cafetería americana hasta la hora vermú y de noche, ambas también con espectáculo. Aparte, había fiestas especiales los jueves, sábados y domingos (en la foto, vean unos recuerdos de la sala y un vale para una consumición). Los que entonces andábamos entre los 18 y los 20 años, éramos asiduos de 8 a 10 de la noche, y cuando las ourensanas se retiraban, porque había que estar en casa a hora decente, nosotros nos íbamos también porque no había nada que hacer allí. Eran otros felices tiempos.
