El ángulo inverso

El Mini rojo

ALBA FERNÁNDEZ
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Qué buenos tiempos. Tenías veinte años, eras un guaperas y aquellas chicas del Alaska suspiraban cuando aparcabas el Mini rojo

MIÉRCOLES, 4 DE ENERO

Con frecuencia me decías: “J., a ver cuándo escribes sobre mí”. A veces me tomabas del hombro y me soltabas: “Bien sabes que he sido un buen ‘nueve’, sobre todo de cabeza. También hice mis pinitos como cantante. Cuando escribas di que mi ídolo es Elvis Presley, tengo un traje igualito al suyo que me trajeron de Estados Unidos. Cuando lo visto, la peña alucina”.

Ay, hermano, un poco tarde pero cumplo con el artículo prometido. Sí señor, te erguías como levitando y siempre le ganabas la partida a aquellos rudos centrales de los setenta. No hace tanto caminábamos por el paseo, me llevaste a una esquina, levantaste la pernera de tu pantalón hasta el muslo: “Mira, J.” Cielo santo, tu pierna era un mapa de grandes cicatrices. Eran las huellas de las botas de tacos metálicos de aquellos defensas centrales con que te fajabas entonces. A veces los regateabas y te espetaban al oído: “Cuidado chaval, que te voy a romper las piernas”.

Pero tú, Manolo Conde, nunca te arredraste. Jamás escondiste la pierna. Era un fútbol más elemental, más auténtico y tal vez con más pasión. Yo estaba en el Couto en tu día de gloria, avanzados los sesenta. La anécdota es cierta. Te quedaste prendado de una chaqueta que lucía en una sastrería. Fuiste a negociar con el dueño. Él, que era muy fan del C.D. Ourense te retó: “Mañana jugáis con el Racing de Ferrol. Partido importante. Si marcas un gol, te regalo la chaqueta”. En aquel partido te rozó el ala de un ángel. Cielo santo, anotaste tres golazos. Aquel partido te encumbró. Mira tú, te recuerdo luciendo la chaqueta con orgullo por el Paseo. Qué buenos tiempos. Tenías veinte años, eras un guaperas y aquellas chicas del Alaska suspiraban cuando aparcabas el Mini rojo a la puerta del local.

Tengo para mí que Zeus, el distribuidor de la suerte, no fue generoso contigo. Algunos equipos se fijaron en ti. Hábil con el pie en el regate, cuántos goles de cabeza. Ah, también estuve allí en aquella tarde lluviosa, pasó la camilla muy cerca de mí, vi tus lágrimas, fue grave, rotura del tobillo, la medicina no estaba muy avanzada, tardaste en recuperarte y siempre te persiguió esa lesión.

Eran tiempos del Mr. Flynn, aquel club que decían los padres poco recomendable. Es bien cierto, allí ganaste un concurso de rock and roll. Siempre rebelde, a menudo buscabas lío con los entrenadores. Me lo contaste. El entrenador se llamaba Eguiluz, un día que diluviaba en el entrenamiento dijo: “Todos a la caseta”. El entrenador habló de tácticas y así. Joder, Manolo, vas y le gritas: “¡Mister, no nos dé la paliza, esto ya nos lo contó dos o tres veces!”. Por supuesto, al domingo siguiente no jugaste.

Estabas en la plantilla cuando hicisteis historia con aquel Ourense de treinta partidos jugados y treinta ganados, un récord del Guinness. Cruzabais España en aquel autobús espectacular y lleno de luces que regaló Eduardo Barreiros al equipo. Qué barbaridad, salíais el jueves para Barcelona y llegabais el sábado atravesando lentamente las infames carreteras y los nevados puertos de la Canda y Padornelo. Me contaste: “El autobús era una atracción por donde pasábamos, el escudo del equipo a ambos lados”.

Pero dejemos el fútbol. Después jugaste en equipos punteros de Mallorca, siempre perseguido por las lesiones. Allá en Algemesí la conociste a ella, se fue pronto y marcó tu vida.

Escribió Machado: “Antes que poeta, hubiera querido ser un buen banderillero”. Seguro, tú, antes que futbolista hubieras querido ser un “singer”, un cantante solista. Apareció en tu vida tu amigo Paco Ropero. Qué tío, emigrante, tenía un local español en Bruselas donde él cantaba. Un día apareció por allí un directivo de la televisión belga. Quedó prendado de aquella canción que fue número uno en Europa. El jodido “Taka Takatá”. Siempre fue tu valedor musical. Al regreso, Ropero fue tu amigo inseparable. Después, la guitarra fue tu obsesión. Tocaste y cantaste en los locales de la ciudad que llenabas siempre. Y tuviste tu día de gloria cuando actuaste apoyado por Miguel y sus Dráculas en la Plaza Mayor. Todo un éxito.

(Cultivaste la sagrada amistad. Escribo esto y me visita tu imagen de dandi caminando erguido con aquella chaqueta favorita al día siguiente de los tres goles. Las llaves del Mini rojo tintineando en el bolsillo. Yo, adolescente, te miraba boquiabierto. Escribiste: “Nos vemos al otro lado”).

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