El remoto sur

Perderse por los profundos alombamientos del provincial sur es como irse a lo más remoto. Aldeas inexistentes para urbanitas, algunas obedeciendo su nomenclátor a lo más variado, tal como deparan esos topónimos únicos en Galicia. A pesar de que hay otros puntos montañosos que separan de Portugal, los pasos de montaña permiten la intercomunicación, pero aquí se da menos y por ello el acento entre luso y galáico no se percibe, y no me extraña porque profundísimos valles no permitieron una fluida comunicación y fueron modelando estas tierras en las que no destaca una montaña cresteada si no redondeada, a caballo entre la vegetación atlántica y la mediterránea como corroboran jaras, encinas, carballos, alisos, fresnos, chopos… dentro de un predominio del carballo y del castaño, que es extensivo por estos pagos donde se mima.

Así que cabalgando por esta frontera, desde a Barxa nos fuimos a como en un tránsito de entre municipios, A Gudiña, Riós, Vilardevós, y de impensada parada en Ponte da Veiga donde como impelidos a hacer un camino fluvial por el rio Mente entre gran acompañamiento de mariposas de vario color, libélulas de unos cuantos, bajo la umbría del predominante aliso(amieiro). En el camino una pancarta decía que la inversión en este sendero, como 267.000 euros, lo que nos pareció una barbaridad al menos que abarcase otras obras, para un camino de ida y vuelta como de poco menos de cuatro kilómetros en el que inopinadamente nos dimos como de bruces con un caminante que respondía al nombre de David, orgulloso como estaba de morar en Ponte da Veiga, hombre afable por demás, que nos hablaría de las excelencias del rio, antaño de reconocidas truchas y hoy de tan escasas que no justificarían desplazamiento alguno. Esta senda fluvial medianamente conservada como tantas que se abren y no se mantienen, o porque la gente no va o por desidia de los concellos, a veces de limitados recursos. Así no hay que quejarse de que el  senderismo se vaya, porque en este país nuestro la naturaleza reclama su densidad vegetal a poco que se descuide un desbroce.

En este país nuestro la naturaleza reclama su densidad vegetal a poco que se descuide un desbroce

Capilla y banco

Por Veiga de Seixo, aldea con personalidad y una amorosa capilla con banco que invita el reposo estival para echar unos cuentos, y unos cuantos vecinos que no se ven, acaso por afaenados en sus huertos. Mas arriba dejamos Mouriscos a diestra, aldeas que siempre recuerdan a leyendas de moros, que por aquí de escapada, pero ya se sabe lo que funcionan los mitos de mouros para designar lo foráneo, lo ajeno, acaso lo extraño o que explicación no tiene. Muchas leyendas se atribuyen a os mouros, y a los castros unas cuantas, aunque por acá como disminuidas porque los dos Castros da Cima y de Abaixo se han convertido en Castrelos, topónimo de mucho raigambre por la provincia. No hay diferencia de altitud entre el da Cima y el de Abaixo, de tan similares que a 800 metros de altitud ambos; el de Abaixo quizás así dicho por al sur hallarse, y ya se sabe, el sur por aquí siempre indica lo de abajo…y por ahí., también.

Arribados al de Abaixo con intención de fronteriza pateada y estacionados al inclemente sol, hallamos como como a tres de rápida despedida de los que uno resultaría el alcalde del concello, y el otro residente, que como pedáneo ejerce por muchos años. Fue como apearnos y ser abordados por un tercero que se ofrecería a darnos toda la información sobre la zona como quien desea captar visitantes alabando incesantemente las bellezas del lugar, su historia. Estábamos casi sobrepasados por el entusiasmo del pedáneo Joaquín Prado Berdeal, pero complacidos por tanta información aportada y su ofrecimiento. Como cuasi que fugitivos desembarcamos, por eso de portadores de la pandemia, y mejor no podríamos ser recibidos. Siguiendo sus indicaciones arribaríamos cabe a la frontera donde el rio Mente, que recibe al Arzoá, yace profundo en esta raya húmeda; por varios kilómetros transitando entre castaños, retamas, encinas,  carballos, por amplia pista con el acompañamiento de alguna abubilla (bubela), de algunas tórtolas (rulas) y del canto de varios pajarillos y el lejano piar de un águila, la rápida huida de una viborilla, hasta la llegada a  una plataforma térrea con esplendidas vistas a los valles, y al frente el derrame casi vertical de una ladera con unos viñedos abancalados por  que fueron aterrazados, abandonados y finalmente puestos a producir en una ladera  donde hubieron de talarse centenares de carballos, y que hoy nutren las bodegas de Monterrei, según nos dijeron; soleados están y abrigados del norte para dar buen vino. 
A mesa y mantel, que un tanto poético, para quienes se asentaron bajo un carballo aplastando las frondas con entrambas posaderas, sufriendo  los rigores de diminutas moscas, mientras un tercero, por ninguna perturbado, parecía como a salvo por cobijarse bajo  conífera.

A la vuelta

En la vuelta, bajo los rigores caniculares, a la espera estaba para invitarnos a unos cafés Xaquín, quien a pesar de presentarse como Joaquín, agradeció la recuperación de un nombre que le recuerda a unos cuantos antepasados. Por si la acogida no fuera suficiente, el panadero Barazal, que más por el apellido conocido que por Manuel, nos donaría  para los tres que éramos, con una bolla por cabeza de un pan que conoce varios destinos más allá de un montaraz territorio al venderse, nos dijo, en el área de servicio El Viajero, de Vendas da Barreira. A fé, y no por regalado, que el pan, recibido como si maná, cumpliría para el desayuno y comida del siguiente día, ya que honores habían de hacerse  a un pan que también se distingue con el sello de esos centenares  que por acá se cuecen, de tan vario y grato gusto.

Castrelo de Abaixo que en la cima de una cota se halla y al que más elevan esos entregados vecinos, Xaquín y Barazal, pensábamos, mientras seguíamos transitando por este remoto sur entre aldeas:  Sta. Comba, y su capilla; San Paio o Pelayo, un santo menor elevado de categoría;  Moialde,  que antes Moyalde; Berrande y su iglesia  sobresaliendo en el paisaje,  con A Trabe o Tomonte pasando por Vilardevós donde no pude saludar, por ausencia, al filósofo Carlos Thiebaut, eminente catedrático de la Carlos III  y a su esposa, la también docente Marina, concejala del término.

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