Los cementerios de Feilas (Vilardevós) y Castrelo do Val fueron escenario, el primero el pasado domingo y el segundo ayer mismo, de dos entierros que bien podrían catalogarse como los más tristes del mundo. Ni tan siquiera tocaron las campaña de la iglesia a difunto. En el camposanto, solamente el funerario y el ataúd, que en ambos casos fueron introducidos directamente al panteón. Si la oración de un sacerdote o la presencia de un familiar para dar el último adiós a los fallecidos, oriundos de ambos municipios.
La primera en ser enterrada fue Rosa María Rúa Arias (48 años), que murió de coronavirus en la residencia en que estaba ingresada en Madrid a causa de una enfermedad. Los trabajadores de la funeraria La Paz de Verín fueron a buscar su cadáver el Palacio de Hielo para darle sepultura en su pueblo natal, trámite que hicieron el pasado domingo. "Non me enterei do enterro", aseguraba el alcalde, Manuel Cardoso. Los vecinos de Feilas tampoco se enteraron. En el camposanto estaba dos trabajadores de la citada funeraria y el ataúd. "Levo toda a vida enterrando xente e para min esto fáiseme rarísimo. Sinto unha sensación de moita frialdade", apuntó el gerente de La Paz, Raúl Álvarez.
Los familiares Rosa María Rúa no acompañaron el féretro. Tampoco hubo sacerdote o alguien que indicara a los trabajadores funerarios del lugar exacto en que estaba el panteón para evitar posibles errores, introducir el ataúd en un nicho diferente. "Recurrimos as redes sociales. Enviamos unha foto ou facemos unha vídeo chamada para que a familia identifique o lugar, o panteón", afirma el funerario.
Una vez sellado el nicho, se extreman todas las precauciones. Los funerarios desinfectan con productos químicos la zona, aunque para ello recurren a una máquina que utilizan habitualmente para dar sulfato. "No temos outra cousa e tampouco nos deron medios ni apoio", lamenta Álvarez.
Castrelo do Val
La misma situación se repitió a primera hora de la tarde de ayer en el cementerio de Castrelo do Val, donde fue enterrado en la más absoluta soledad y silencio Ángel Manso Salgado, de 84. También falleció de coronavirus en Madrid, aunque en este caso, los trabajadores de la funeraria La Paz recogieron su cadáver en el tanatorio madrileño de la M-40. Una vez en el cementerio, el ataúd, que venía sellado a cal y canto, directamente al panteón. Sin una oración ni familiares que le lloraran. Solo los trabajadores colocaron sobre su lápida, una vez sellada, un ramo de flores.
El personal fúnebre desinfectaba el lugar y su material, el que guardaban extremando las medidas de seguridad para emprender otro viaje, en este caso a Cataluña, para recoger el cadáver de otro ourensano fallecido. “Estamos desbordados e carecemos de medios para protexernos. Nos vestimos con bolsas do lixo porque no dispoñemos de outros traxes, non nos deron nada", lamenta Raúl Álvarez.
Tanatorios cerrados
Los tanatorios de la provincia están cerrados para cumplir el decreto de alarma por emergencia sanitaria y evitar la propagación del virus. En los casos de fallecimientos que se están registrando en la provincia, el Obispado de Ourense dio instrucciones a los párrocos para realizar exequias. También está permitido la presencia de tres familiares en el entierro, autorización que no se le concedió en Madrid a los familiares de los dos ourensanos que fueron enterrados en Vilardevós y Castrelo do Val.
Esta situación no era imaginable hace tan solo unos meses cuando los ourensanos acudían en masa a los entierros para arropar a los familiares de los fallecidos y apoyarles durante el duelo. Los tanatorios se colapsaban de vehículos en cada funeral.
