crónica

La espera en un escenario de cine

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Lejos de revitalizarse, como en Lugo o Pontevedra, muchos edificios del Casco Viejo se sostienen por los refuerzos en cemento; del patrimonio monumental quedan los ecos; un “Se alquila” continuo reza en infinidad de comercios.

Lo recordaba Jon Garaño durante su presentación de “La trinchera infinita”, en el pasado festival de cine. No había estado nunca en Ourense y sin embargo el empedrado de sus calles, sus vetustas casas en piedra, la Plaza Mayor, con sus soportales cubiertos, los edificios mayúsculos de la arquitectura modernista de aquellos pujantes comerciantes del XIX; el conjunto resultaba familiar. Todos ellos habían sido escenarios de cine, en una película como “Los girasoles ciegos” de José Luis Cuerda, de la que él -decía- desconocer que había sido rodada en Ourense, pero todo aquello le sonaba. 

“Ourense de auga e pedra”, rezaba uno de los libros ilustrados del maestro Carlos Casares, al que aportó su rica pluma. Un espacio hermosísimo, al que dos gotas de agua engrandecen su pátina de tiempo; de colofón siempre la Catedral o la iglesia de la Trinidad, ahora en obras. Otro escenario también de cine, el de “A Esmorga”, de Ignacio Vilar, también, en pura lógica, transcurría por el Casco Vello. Porque todo ello es digno de escenario de cualquier película y de la mejor estancia. Bajamos por Pena Vixía, como en A Esmorga, donde edificios con empaque y reminiscencias del pasado naufragan en un mar de pintadas, así acontece en toda la calle de Hernán Cortés, que es puro suspiro de belleza. En lo alto, ya en la calle Libertad, una placa de Manolo Figueiras nos recuerda una de las paradas del libro de Blanco Amor; de fondo el viejo colegio Goretti, del que sólo quedan las paredes y un escudo cubierto por una gran lona. “Temos que nos asoparar, ordeou o Bocas”, reza en la placa.

Muchas de las paredes se sostienen porque sí, o porque se le han buscado apoyos que lejos de la provisionalidad semejan eternos. La parálisis ha reinado en muchos edificios, y eso ha marcado el ritmo de los demás, como el Museo Arqueológico, ahora ya en obras. El palpitar del Casco Viejo se detuvo hace ya tiempo, a las actuaciones del gobierno de Manuel Cabezas no le siguieron la estela otras iniciativas como hubiera sido necesario. La crisis inmobiliaria, el declive de iniciativas como el de los artesanos para la calle Colón, lo han dejado sin aliento. Una calle en sí con mucha vida, tan comercial como la de Vilar es hoy un triste escenario, donde al ocaso de cualquier atardecer otoñal pudiéramos rodar escenas pero ahora de trasfondo terrorífico. En ella poco a poco, el comercio tradicional dejó paso a otro circunstancial ligado a la inmigración, locutorios, alimentación “exótica”, hoy ya ni lo uno ni lo otro; un espejismo de calle. Entre estas calles está el Ourense primigenio, el medieval con la peste de fondo y sus puertas amuralladas. Desde lo alto de uno de sus edificios vemos como aún persisten las huertas y restos amurallados; vestigios que esperemos sirvan para levantarlo de nuevo. Pues eso. 

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