obituario

Arturo Baltar, el "hechicero" del barro que amaba todas las cosas

photo_camera Arturo Baltar, en una imagen de archivo.

Se apagó un hombre criado en el entorno literario de As Burgas, un ser mágico, un escultor de la vida

Se apagó Arturo. Se fue apagando hasta desaparecer ayer de manera discreta recibiendo el amor de los suyos, exactamente de la misma manera que eligió vivir. Su belén, el belén de Baltar, símbolo de la Navidad ourensana, que luce majestuoso en su Praza de San Cosme y San Damián, con medio siglo de vida recién cumplido, se ha quedado huérfano y también un poco todos los ourensanos. 

Arturo Baltar, criado en el entorno literario de As Burgas, fue un ser mágico, no sólo porque lograba insuflar vida al barro que se entregaba a él sin ningún tipo de resistencia, si no, y sobre todo, porque siempre conseguía que todo a su alrededor adquiriera una dimensión misteriosa y que quienes teníamos la suerte de estar en algún momento dentro de esa esfera, nos sintiéramos muy especiales y diferentes. Esa era la hechicera virtud del escultor de la vida. 

SEDUCTOR

Arturo Baltar era un seductor nato, seducía con la palabra, con los gestos y, sobre todo, con sus historias, las reales y las inventadas; las soñadas y las deseadas; las vividas en esos siglos de vida que aseguraba tener y las que se le escaparon a pesar de tantos cientos de años de posibilidades. A veces era escultor, otras un afamado bailaor de flamenco apodado "El niño de la Alhambra", otras un soñador de coplas como esos "Ojos verdes" o ese sentido "te quiero más que a mi vida, más que al aire que respiro y más que a la mare mía", que según él afirmaba, cuando la cantaba:  "Es la frase más hermosa que se puede decir".

Arturo Baltar amaba muchas cosas, o quizás amaba todas las cosas, porque amaba la vida, sobre todo esa vida de sus años más jóvenes que le dejó pegada a la piel su esencia. Recorrer Ourense con Baltar era descubrir, conocer y entender los personajes que un día conformaron la ciudad y la hicieron especial. 

Las putas de A Esmorga, de Blanco Amor, de quien fue amigo, Nonó y A Noalla cobraban otra dimensión en su voz, además de estar en su belén "por derecho propio"; el café "La Bilbaína" revivía majestuoso a través de sus ojos pequeños y vivaces, y saboreaba de manera especial nombres de calles como "Desengaño", Liberdade, o una de sus favoritas "Esquecemento" que da nombre a un pequeño callejón que desemboca, precisamente, en su lugar preferido: la Praza da Madalena, que tanto admiraba. "¿Os habéis fijado en lo bonitos que son esos nombres? ¿En lo bien que suenan?", preguntaba sin esperar respuesta.

GRAN CAMINANTE

El escultor de la vida cotidiana, de los pequeños detalles que conforman las grandes escenas, el autor que dio vida a esos magníficos retablos que pueden ser admirados en la Casa Museo, donde por más que se mire no falta ni una sóla pieza en su lugar, por minúscula que ésta sea, también era un gran caminante que adoraba la naturaleza. Recorrió a pie todas las grandes y pequeñas romerías de las provincia, las disfrutó y, sobre todo, las observó hasta fijarlas bien en su retina para después darles vida a través del barro. Una de sus favoritas en los últimos tiempos fue Raigame, en Vilanova das Infantas, que aún recordó la pasada semana. Sin duda, la historia de esta provincia está escrita por las manos de Baltar en su figuras, a quien además les insufló parte de su alma.

Amaba la naturaleza, le gustaba que creciera salvaje, que fuese lo más pura posible. "Somos naturaleza", solía decir. Su casa era, en realidad, un enorme jardín donde árboles, arbustos y flores tenían el permiso de ser libres, totalmente libres, y por eso uno de ellos se le transformó en Rita Hayworth haciendo de Gilda, un regalo natural para que tuviera bien presente esa su otra gran pasión: el cine. El cine de otras épocas, donde había un gallinero y estar en él era toda una aventura. "Fíjate bien, verás como es Gilda quitándose el guante", aseveraba con picaresca.

No era hombre de grandes discursos, ni de sentirse cómodo entre homenajes y parafernalias públicos. Más de una vez hubo que ir a buscarlo a algún bar cercano al lugar donde se le esperaba para inaugurar su exposición o para rendirle un merecido reconocimiento. Su timidez tenía esas cosas. Por eso también comenzó a ser habitual su ausencia en la tradicional inauguración navideña de su Belén,  aunque lo cierto es que durante muchos años la observó de manera discreta desde la puerta del Bar Ribeiro, donde él tan a menudo se sintió como en su propia casa, rodeado de amigos.

Era un personaje coqueto, divertido y con genio. Arturo Baltar también se enfadaba. Lo hizo cuando consideró que sus obras no estaban siendo muy bien tratadas, cuando creyó que no se le escuchaba, cuando percibía que las cosas no se hacían bien. 

CREADOR DE SUEÑOS

Tuvo éxitos, sin duda; sufrió sus penas, evidentemente; fue un creador de sueños y de vidas, pero, por encima de todo y a pesar de esos dos siglos de vida que mantenía haber vivido, logró ser un gran amigo y regalar momentos únicos que cada uno llevará ya para siempre incorporado a su propia esencia. 

 El escultor, el amo del barro que tanto modeló, el hombre que tanto hechizaba, tal vez esté ahora "apoyao en el quicio de la mansebía" como cantaba la Piquer, pensando en un nuevo zapateao flamenco. 

Arturo Baltar tal vez sea indefinible porque era simplemente Arturo Baltar. Ahí es nada. 

La muerte de Arturo Baltar sorprendió anoche a su ciudad, sin tiempo casi para reaccionar a la conmoción pero su vida, glosada apenas y de urgencia hoy en esta página de La Región, deja un legado imprescindible del que queda todavía mucho por escribir.

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