TRIBUNALES

Ocultó el cadáver del Holandés por sospechar de su hermano

El acusado de encubrir el asesinato dejó el cuerpo en el monte: "El corazón me estaba a punto de explotar"

Juan Carlos Rodríguez González, aunque en su DNI figura que tiene 51 años, es un niño atrapado en un cuerpo de adulto por una discapacidad del 65%. Por esta razón, los pensamientos complejos se escapan de su cabeza, ya con poco pelo, y la retórica de su boca. O sí o no mató a su vecino Martin Albert Verfondern, más conocido como "el Holandés, en la aldea de Santoalla (Petín). En noviembre de 2014, dijo que "sí" ante la Guardia Civil y el juez porque "conducía como un tolo". A lo largo de la instrucción, cambió de versión sin entrar en mucho detalle. Este lunes, en la primera sesión de un juicio con jurado popular con mayoría de mujeres (siete y cuatro hombres), se decantó por un doble "no" para evitar declarar. Acto seguido, recuperó su posición inicial: gesto mohíno, mirada al suelo y antebrazos apoyados en los muslos durante hora y media.

Su hermano Julio Rodríguez González, quien este lunes arrastraba las secuelas de un ictus reciente, sí habló para dejar claro que no tomó parte en una confabulación familiar para asesinar a Verfondern. Según relató, se limitó a ocultar el cadáver de su vecino cuando iba conduciendo su tractor cargado de hierba y se lo encontró sin vida en un desvencijado Chevrolet Blazer a la entrada del pueblo. La ventanilla estaba bajada, el motor encendido y, según él, no había rastro de sangre. Eso sí, sobre el asiento, un montón de sospechas.


"Allí no había nadie más"


Optó por esconder el cadáver porque pensó que su familia podría tener problemas -"allí no había nadie más"-. Pero a lo largo del interrogatorio fue estrechando el círculo en torno a su hermano: "Vino Juan Carlos y lo llevamos a la parte de atrás". Eso sí, sin cruzar palabra sobre lo ocurrido. De esta forma, Julio situó por primera vez a Juan Carlos en el escenario del crimen, aclarando, a preguntas del fiscal, que ese lugar, a la entrada del pueblo y a unos siete minutos de la casa de su padres y hermano, no figuraba entre sus rutas habituales.

Julio explicó que condujo el coche del Holandés sin rumbo y muy nervioso: "El corazón me estaba a punto de explotar y estaba cegado...". Paró en As Tozas de Azoreira (A Veiga), a unos 19 kilómetros de Santoalla, porque el vehículo comenzó a echar humo. "Ocurrió así, en ese sitio, no lo pensé", explicó para añadir que depositó el cadáver en el suelo, lo cubrió con unas ramas de pino y regresó  a la aldea familiar andando. A partir de ese momento, se impuso la ley del silencio. Pese a que el cadáver tardó cuatro años y medio en descubrirse, nunca habló del tema con su hermano.

El acusado de encubrimiento, aunque reconoció que no se llevaba bien con su padre, ya fallecido, porque era ludópata, rompió un lanza por los suyos. Martin y su esposa, Margot Pool, no fueron vistos como forasteros intrusos con los que había que repartir el beneficio de los montes comunales, sino como vecinos con los que sacar adelante proyectos ganaderos en un lugar solo visible para supervivientes de la despoblación y nostálgicos del medio natural . Sí reconoció que la relación entre la dos únicas familias del pueblo se deterioró porque Martin no respetaba  la propiedad abandonada -"se apoderaba de las piedras de las casas en ruinas para usar en la suya"- pero tampoco comulgaba con el laberinto de servidumbres, pasos de agua y derechos de uso entre propiedades muy pequeñas. La ley del minifundio.

La relación de Manuel Rodríguez y su esposa Jovita González, quien murió en abril de 2015,  se tensó con sus vecinos y hasta acabaron llevando el conflicto a los juzgados. Por esta razón, Julio pensó en su familia cuando vio el cuerpo sin vida del Holandés. "Al ver cómo estaba de esquizofrénico sabía que en cualquier momento iba a pasar algo porque se metía con la gente sin tener culpa", explicó. Y pese a que situó a su hermano en el lugar del crimen, explicó que se trata de un "niño de siete años" incapaz de maquinar pero muy capaz de mentir "para llamar la atención" o "hacerse el héroe". "El héroe de Petín", ironizó el fiscal. 


"Santoalla era el salvaje oeste", según el fiscal


El fiscal asignado al partido judicial de O Barco, Miguel Ruiz, quiso situar al jurado, antes del inicio del juicio propiamente dicho, en el escenario de una aldea perdida en la montaña y extrapoló al wéstern lo que allí sucedía entre las dos familias. "Ustedes llegarán a la conclusión de que Santolla era el salvaje oeste", destacó. Para ello aludió al detonante de la acción criminal: el reparto del lucrativo negocio de la madera. Cuarenta días antes de  la muerte de Martin -ocurrida el 19 de enero de 2010- la Audiencia de Ourense había confirmado una sentencia  del Juzgado de Primera Instancia de O Barco que obligaba a inscribir a Verfondern en la comunidad de montes. "El sentimiento de apego a la tierra -argumentó Ruiz- chocó con los intereses de unos holandeses que vienen de fuera y querían la mitad de los ingresos".

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