DEAMBULANDO

De la floresta al viñedo, gozando del pedaleo

Un mediodía que se preveía frío y no resultaría tal; tampoco caluroso y sí, ni templado ni tibio, a sol luciente, tomaríamos la dirección suroeste para encontrarnos con unos amigos que a medio camino aguardaban por nosotros. Esto de ir en modo que se dice eléctrico lo mentábamos mientras ascendíamos pedaleando y recordábamos lo que las pulsaciones subían en esas cuestas, aun cuando con menos años.

Ya en ruta por A Valenzá, cuya capitalidad en Barbadás(Regueiro, Os Rosales, Cimadevila, Irexa), un llamado rally mix, porque asfalto con tierra combina, y que copaba parte de las rutas de Os Castros, nos obligaría a algún desvío; más arriba, en Bentraces, nos introdujimos en las pistas de los citados Castros, liberados del atronador ruido de los escapes, pasamos el casi obsoleto campo de fútbol de Sobrado do Bispo, usado para pachangas de beisbol por venezolanos emigrados, donde ya las forestales pistas alisadas por una motoniveladora, pero que huellas de surcos de pasadas lluvias, y más arriba, troncos de talados pinos amontonados en los márgenes dejando un desolador aspecto y huellas de pesada maquinaria que con las lluvias maltratan las pistas y obligan a extremar la atención por dónde ruedas. Una bajada hasta Sabucedo, de las tierras de Montes, nos encaminó hacia Xinzo das Teixugueiras o simplemente Teixugueiras, porque unidos, y luego A Seara que siempre relaciono, por el apego que le tiene, con el amigo Soler José Pérez Ferro, un excolega al que solía llamar Pérez del Hierro, por una licencia mía. Aquí cabe a una capilla en la plaza principal y comiendo una naranja, que se ofrecía de árbol a la vía pública, nos refrigeró del cierto esfuerzo de un incesante pedaleo mientras a la espera de los allí citados Beatriz y Juanra, de más pasión por el golf que por el pedaleo, creo, que desde Castrelo ascendieron con tiempo para libar de unos cafés en Outomuro y poder encontrarnos entre aquel dédalo de caminos, y estrechas y bien pavimentadas carreteras.

Así que ya reunidos en la plaza de A Seara y a sol tomantes, de charla y no bocata, aunque la hora lo demandase, nos dispusimos los cuatro en camino, de más bajadas que subidas, arribando, porque esa la intención era, a la aldea de O Carballal, en la que si ogaño predominan esas frondosas del llamado quaerqus robur, aunque los habitantes recuerdan que muchos viñedos antes donde ahora carballos en estas tierras del municipio de Cartelle mientras al encuentro íbamos de una familia de arraigo allí,  no obstante su morada madrileña,  de una generación de tan ligada al lugar, que no deja de acudir a los paternos lares en veranos, navidades, acaso, y fiestas de los Santos. Así de tal guisa como si de astronautas, irreconocibles, que a bote pronto lo éramos, hallaríamos a las hermanas Dorrego: Maricarmen, Pilar y Maribel. Nos mostraron la restaurada casa familiar, lo que mucho dice de lo que las raíces, aun considerando la distancia, tiran. Una parada para al paso recargar la batería eléctrica de una de las bicis. Así que por media hora de charla, el tiempo dio para más que visitar un viñedo del que su hermano José Manuel presume y ellas miman y subvencionan, en el entorno de una casa en el que un descomunal nogal frutos por cestas da, los cuales en unos meses liberarán sus humedades para ser comidos en sazón.

Despedidos de las acogedoras hermanas, la reemprendimos hacia donde el Miño discurre, en más  bajadas que subidas desde la cota 400 hasta la menos de 80 del mismo rio,  pasando por un Cartelle que en festivos de animación a tenor de la total ocupación de autos en sus márgenes; en la siguiente estación, Pereda, donde me hubiese gustado visitar los predios de Domi, una abogada viguesa de la que siempre aprecio sus sabrosísimas manzanas que generosamente ofrece y que se encarga de recopilar una hermana mía para su distribución de entre los suyos que de ellas gustan. Más adelante, en Armada, me viene a la memoria esa romería allá a la vera del Arnoia; cuando de  abandono del asfalto por térrea pista un tanto erosionada, con pinares de requemados troncos aun en pie, unos cuantos charcos profundos en los que alguno se metería hasta las rodillas, salvados los cuales, ya pedaleamos, que es un decir, en algún tobogán, porque, en el último tercio, bajada entre viñedos para arribar a Barral de unas cuantas casonas alineadas a la carrera donde el Club Náutico de Castrelo de Miño se asienta.

Nos dio la parada para cafés y un par de madalenas y de paso para saludar al ingeniero de Alcoa, esa multinacional del aluminio en San Cibrán, Juan Alberte, que aunque vecino de mis vivariense estíos, nunca por allá visto ni aun por las tierras de Chavín, que en breves excursiones frecuento, donde casa y fincas por parte de consorte cuida y disfruta, aunque más las de sus lares. Como la carga de la bici agotada y a una hora de un anochecer acelerado por la nubosidad, ni insinuación de pedir transporte, de él saldría lo de montar nuestras bicis en su vetusta furgoneta, de esas aun movidas por motores Perkins y de recio volante, lo que aceptamos sin más; él para descargar el favor nos diría que conveniente mover su vehículo en el viaje hasta la ciudad, porque era un modo de tenerla operativa. Esto se llama un amigo, el cual se ofrece y mitiga la oferta como si nosotros a él favor le hiciésemos. Lo cierto es que viajamos de tan animada charla, que de menos echásemos un más duradero viaje.

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