Las formidables rocas del Peneda-Gerès

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photo_camera A Peneda, un roquedal continuo.
Las muy caprichosas formaciones de ese macizo granítico que es la sierra de A Peneda, dentro de lo que se llama Parque Nacional Peneda-Gerês, en el limítrofe Portugal, deparan mil placeres para el espíritu, que si es observador, verá todas las formas de animales que la erosión ha fabricado a lo largo de millones de años

Partimos en esta salida desde la aldea montañosa de Pereira que tanto se relacionó con sus limítrofes lusas. Atravesaremos el río de Castro Laboreiro o simplemente Laboreiro, con abundantísimos restos de glaciaciones y arrastres posteriores de las aguas, en forma de grandes bolos y cantos rodados, que es cuando entramos, por esta raia húmeda, a Portugal donde va a discurrir gran parte de la rocosa travesía hasta avistar el valle de A Peneda por donde discurre otro río y se halla el santuario. En estas alturas siempre, por los mil metros de altitud entre los roquedales, hay como invernales o pequeñas praderías o turberas en muchos casos y los invernales con cabañas donde los pastores se ubicaban para pasar temporadas con sus rebaños, llamados también currales. Los lobos protegidos en el parque y que deberían en todo el medio, con su sustento en potrillos, corzos y otras especies.


Pereira - Ribeira de Abaixo


Pereira, en plena serra do Quinxo es el punto de partida de esta marcha que a tenor de lo que se prolongue en el mapa podría tener hasta 25 kilómetros que para ser en montaña se antojarán de cierta dureza. La salida se hace por amplio camino, empedrado antes del kilómetro primero como de redondeadas losas en una sofocante subida que comienza en la fuente do Gato y cuando remata ya más llevadero nos dejará en la de o Pousadoiro, las dos que suelen aliviar la sed. Avistamos poco después yendo a derecha el profundo río Laboreiro mientras nos metemos en el sendero de la falda norte del Quinxo hacia Ribeiro de Baixo a donde se llega recorrida una legua por pedregoso sendero que obliga a una constante atención por donde pisas. Para Ribeiro se llegaba atravesando un puente de madera que iban llevando las frecuentes avenidas hasta que hicieron el horrendo de cemento. Ya no vemos a la más vieja del lugar que recordaba cómo los matones falangistas de la Baixa Limia disparaban desde la ladera española a los huidos y protegidos de los vecinos de Ribeiro escondiéndolos en sus cuadras durante el golpe militar de 1936, que para no ser devueltos por los guardinhas los escondían en su cuadras. 


Los currales de la Sierra


Una fuerte ascendencia por estrecho sendero serpenteante, te va acercando a la cima desde esta aldea lusa hasta dar en la campa o curral da Pendea, prosiguiendo campo a traviesa, o roca a traviesa, mejor, sin darse tregua ante tanto roquedo y sus cientos de formas. Realmente caminar sobre la roca tiene su encanto y sobre todo cuando ha de hacerse sin señalización, pero siempre orientándonos por este monte, que se halla entre dos valles, en forma de península.

Manadas de caballos bravíos, corzos, huellas del lobo que cuando encontramos a un vecino de Ribeiro llamado Adejuto nos dijo que la víspera los lobos le habían comido a dos de sus perros y de que predan sobre crías de caballar, de vacas, pero sobre todo, corzos. Adejuto, un emigrante que de retorno pasa días por el monte al encuentro de sus caballos que bravíos pastan a sus anchas en aquellas casi praderías entre rocas, la sola concesión al verde de esta masa rocosa. Atrás dejamos un magnífico arco a modo de arbotante, prodigio de esa sierra en la que a pesar de transitar unas cuantas veces jamás vimos a montañero alguno, si se exceptúa este Adejuto, de extraño nombre, por él mismo reconocido.

Por la parte media de la sierra discurrimos hacia otro curral, el da Velha, de varios chozos y perímetro empedrado para guarda del ganado en su día cuando los de Ribeiro de Baixo e de Cima y Poussios iban con su ganado a los pastos de estío.


Calzada medieval semidestruida


Conectamos yendo hacia el este con la calzada que enlaza el santuario de A Peneda, arrasada en gran parte por las excavadoras de las cercanas aldeas con el objeto de ampliarla o acomodarla para el uso de vehículos. La freguesía de Castro Laboreiro tomó cuenta del hecho y el mismo Parque, de este tremendo ataque al patrimonio. Bajamos afectados por el destrozo y llegamos a Poussios, y desde aquí por interior y adoquinado camino fuimos rodeando bajando al río Laboreiro donde es factible dar un salto de uno a otro país, porque allí frontera. Luego se impone una fuerte subida hasta conectar con el camino Pereira-Ribeiro donde se anda un pequeño trecho por donde iniciamos la marcha hasta el lugar de partida.

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