El impacto de la primera ola de la pandemia del covid-19, algo más de tres meses en los que la movilidad se redujo a mínimos por las restricciones en todo el planeta, tuvo también efectos en la demografía ourensana, cuya población volvió a mermar considerablemente en el primer tramo de 2020 tras un período previo en el que el incremento de la inmigración dejó al cierre de 2019 el primer incremento de habitantes en casi 15 años, subiendo algo más de un centenar de personas el censo ourensano.
Ahora, según los datos publicados ayer por el Instituto Nacional de Estadística, Ourense tenía a 1 de julio un total de 305.695 vecinos, lo que supone un "bocado" de 1.177 respecto a la cifra anotada seis meses antes.
Los factores que explican este desplome son, por un lado, la caída en picado de la natalidad, que en el primer semestre del pasado ejercicio marcaba un nuevo suelo histórico con apenas 707 alumbramientos, lo que sumado a las 2.523 defunciones arrojaba un saldo vegetativo negativo de 1.822 personas.
Además, a diferencia de otros semestres, la pandemia contrajo también un fenómeno migratorio que se había convertido en el salvavidas al que la provincia se agarraba para contener la sangría demográfica. Ni siquiera tener por segundo semestre consecutivo un saldo migratorio positivo de los movimientos con el resto de España (llegaron 1.239 personas de otras provincias y se fueron 1.138), la inmigración desde el extranjero se redujo drásticamente, pasando de 1.877 llegadas en el segundo tramo de 2019 a 981 en la primera mitad de 2020, un 48% menos.
Hicieron las maletas en la dirección opuesta 424 personas que tenían fijada su residencia en la provincia, lo que arroja un saldo positivo en los movimientos exteriores de 557.
Galicia también perdió población pasado, cayendo por debajo de la barrera de los 2,7 millones de habitantes.
