El ángulo inverso

La gente quiere ir a la cárcel

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Jueves, 2 de julio

Ayer me encontré con el yonqui del barrio. Esperaba un autobús para ir arriba, a la zona oscura de la ciudad. Si hace unos días su aspecto era saludable, hoy era penoso. Me dice: “Me faltan unos céntimos para el autobús”. Le doy un euro y me avisa: “Por un tiempo no me vas a ver”. “Caramba -le digo-. ¿Te vas de viaje?” “No, no, me vino un papel del juzgado y mañana tengo que entrar en la prisión”. Le digo: “Vaya marrón, qué mala suerte; ya te mandaré tabaco a Pereiro, hombre”. Él se echa a reír: “Qué va, qué va, es una gran suerte para mí. Allí estoy cuidado, como bien, tengo muchos colegas, conseguiré enseguida una televisión para la celda y, además, cuando salga tendré el paro y salud”.

Quedo desconcertado. Tiempos extraños estos. Esta letanía ya se la escuché decir a otros a la puerta del Hogar del Transeúnte. Qué contradicción, la gente quiere ir a la cárcel, allí hay de todo ¿Será que la libertad está desprestigiada? ¿Será que es un valor a la baja? El yonqui del barrio parte en su autobús y me golpean las palabras de Cervantes. Don Quijote dice a su escudero: “La libertad, Sancho, es el más precioso don de los hombres. Con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra. Por la libertad, así como por la honra, se puede y debe aventurar la vida. Y por el contrario, el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres”.

Miércoles, 8 de julio

Van desapareciendo los viejos roqueros de la ciudad. Otro clásico del rock ourensano acaba de fallecer. Todo el mundo musical lo conocía por Toto y fue uno de los fundadores de la banda con más leyenda de la ciudad, Los Murciélagos, que a finales de los 60 ya amenizaban las tardes de la inolvidable sala Auria. Era de esa generación que escuchó sus primeros rocks en los coches eléctricos, ay, en la mágica Autopista Camarero. Todos nos concentrábamos allí. En los altavoces sonaban a todo volumen los primeros temas de Led Zeppelin y The Rolling Stones. Allí esa generación sintió los primeros roces de rodillas cuando ellas gritaban en los aparatosos choques de los coches. Qué gran tipo. Tuve la suerte de convivir con Toto allá en una pensión de la avenida Buenos Aires, cuando yo estudiaba externo en Cisneros y él, carismático, lideraba Los Murciélagos. ¡Qué cabronazo!, siempre me desplumaba hasta la última peseta en aquel juego de cartas del giley. Él tenía mucho éxito con las chicas porque se parecía mucho al legendario actor Steve McQueen. Toto era un guitarrista fino, seguro, creativo, con carisma y enamorado de Eric Clapton y Carlos Santana. Fue una suerte. Pepe Núñez, un locutor de La Voz del Miño, les grabó una cinta que la casa Marfer convirtió en disco. Allí cantó con gracia Mangana, su primer cantante. Grabaron Carlos Vázquez, bajista; Toto, guitarra; Curro Outeiriño, guitarra, y Pepe en la batería. En Ourense vivieron tiempos de gloria cuando acompañaron al mejor roquero español del momento, Chico Valento, con el que hicieron una gira por Aragón.

Pero hoy quiero escribir de Toto, Los Murciélagos y sus andanzas por Madrid cuando, liderados por el mánager Cholo, allá se fueron a la búsqueda de la gloria. Yo los vi bajar de aquel tren con vagones de tercera y asientos de madera. Se alojaron en una de aquellas pensiones de largos pasillos y un insoportable olor a verdura. Las cosas no empezaron bien. Pocos contratos, bocadillos de calamares y cigarrillos sueltos Camel. Por fin, llegaron algunos contratos. Sus voces galaicas cautivaban al personal. El equipo de sonido que llevaban era muy flojo, casi penoso. Toto se desesperaba: “Cholo, hay que comprar instrumental”. No había dinero, pero Cholo era un todo terreno y muy astuto. Cuando actuaban Los Murciélagos, siempre había otra banda que tocaba después. Y mira tú, ahí tienes a Cholo llamando cada vez que actuaban a la puerta del otro conjunto. Allá entraba con rostro casi lloroso, voz desgarrada, gran actor y les contaba siempre la misma historia: “Mirad colegas, se acaba de estropear nuestro equipo, no sé qué ha pasado. ¿Si pudierais dejarnos tocar con el vuestro?” Y matizaba: “Otro día os puede pasar a vosotros”. Entonces la solidaridad todavía era un valor y accedían siempre. Las cosas comenzaron a marchar, pero a algunos les invadió la jodida morriña y a otros los acosaban las cartas de sus novias. Comenzaron a derrotarse. Primero el batería. Fue una pena, los últimos en abandonar el barco fueron Toto y Carlos Vázquez. De regreso a Ourense, el sueño terminó.

En aquella década hubo buenas bandas en Ourense: Los Posters, que también tuvieron su aventura en Madrid; Los Wagners, la eterna promesa ourensana; Verde Botella, y otra banda que le echó agallas con su nombre en aquellos tiempos de dictadura y se llamaron Nueva Democracia.

Se van yendo los históricos. No hace tanto se nos fue Cano, aquel batería de jazz que se buscó la vida acompañando a Massiel. Y ahora Toto, ribadaviense. Ay, lo estoy viendo aquella tarde de gloria en el mítico club Consulado de Madrid. Comenzaban a tocar mientras se iban abriendo las cortinas. Toto empujó a los suyos: “Somos de Ourense, venga muchachos, vamos a hacerles gritar y bailar”.

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