EL ÁNGULO INVERSO

El guerrillero que sonreía

T e cuento. El jueves cené con un hombre mítico. García Márquez cantó sus gestas...

T e cuento. El jueves cené con un hombre mítico. García Márquez cantó sus gestas. Sus guerrilleros decían su nombre con devoción; en las montañas de América del Sur aventó las cenizas de muchos de los suyos.

Cierto, sus enemigos le llaman “ángel de la muerte”. Brigadas de ‘caza recompensas’ le siguieron los pasos; hombres de la CIA le persiguieron tal perros rabiosos. Se colgaron carteles en las ciudades ofreciendo cifras de seis ceros por su pellejo.

Te hablo de Edén Pastora, el "Comandante Cero". La leyenda cena frente a mí y bebe lentamente . “¿Sabes por qué se conoce a un buen guerrillero? Porque siempre tiene hambre y sueño”.

Inteligencia serena en su mirada y un derroche emotivo cuando habla de hombres valientes. “Hermano, el odio es amargo, la guerra es el espanto. He matado, no tenía otra elección. No me arrepiento, así eran las cosas. Hay mucha gente que muere por un ideal. Ustedes tuvieron su guerra en el 36”.

Le digo: “Comandante, usted es un hombre con ‘baraka’, un hombre de suerte: 16 atentados, le tendieron trampas como a un conejo, escapó a cuchillo cuando todo estaba perdido…”. Edén me mira pensativo. “Empezó todo el 22 de agosto de 1978, cuando asalté el palacio del dictador Somoza. Entre los míos venía aquel inolvidable cura asturiano, Gaspar García. Habíamos vencido y vi a tres guardias enemigos agonizando. ‘Padre, acérquese, deles la absolución’. Gaspar me clavó los ojos: ‘Comandante, yo no he venido aquí a tirar agua bendita; he venido a tirar plomo’. Después los atendió, rezó y me dijo: ‘Estos tres van al infierno, Comandante”.

Alguien dice España. Hay luces misteriosas en los ojos de Pastora. “Llevo acá una semana, veo los rostros preocupados y tristes. Cuando vine en los 80, Felipe González cocinó para mí en la Moncloa. Entonces, las caras de los ciudadanos eran esperanzadas. Conocí a Tierno Galván, a Raúl Morodo; Olof Palme, que asesinaron en Estocolmo. Europa era orgullosa e independiente”.

Todo cambió. Son tiempos sórdidos y de futuro incierto. “Ahora los gringos mandan en Europa. Me asombra, aquí las mujeres ya no quieren parir. En unos años tendrán que importar personas vaya usted a saber de dónde. ¿Sabe? Tengo 20 hijos, diez adoptados. No piense que llevo una vida sexual desordenada, siempre he caminado errante y en las montañas. Llevo 50 años con mi india Yolanda, revolucionaria y hermosa que reza por mí”.

Inevitablemente, le pregunto por Fidel Castro, con quien agotó amaneceres de diálogo. Siempre me obsesionó la muerte de Camilo Cienfuegos; le pregunto, sin más, si fue asesinado por cuestiones de liderazgo. “Eso es una leyenda de la CIA, su avión se perdió en la tormenta sobre los arrecifes de la isla. Sé que Castro pilotó un avión a la búsqueda de sus restos y que lloró amargamente”.

(Es medianoche, camino por las calles mojadas de Ourense, a mi lado, casi 80 años de historia de América. En un flash veo su rostro, 20 años, su barba apretada y su fusil al hombro. Ahora es un anciano político con estatus de ministro de Daniel Ortega. Es tarde. El ‘Comandante Cero’ se detiene: “Le voy a dar un abrazo sandinista y purificador, hermano”. Siento su pecho viril y fraternal. “Le espero en Managua. ¿Sabe?, allá todavía sonreímos”.

Te puede interesar