REPORTAJE - OURENSE

Historias de la "puñetera” mili

Luis Vázquez, Aurelio Gómez y Antonio Fernández.
photo_camera Luis Vázquez, Aurelio Gómez y Antonio Fernández.

Durante generaciones, el servicio militar hizo sufrir y truncar la vida de infinidad de jóvenes que entregaron casi dos años de sus vidas en servir al Ejército. Abolida en el 2001, todo aquello es un recuerdo, no siempre grato.

Finales de enero de 1972. Noche desangelada; rachas de viento huracanado y lluvia a ráfagas en la explanada del cuartel de San Francisco. Nunca, aquellas 10 garitas de guardia fueron tanto refugio. El soldado de guardia se santiguaba con el silbar del enfurecido viento. Aquella noche varios árboles del Parque de San Lázaro serían arrancados de cuajo; Ourense quedaría varios días sin luz. 

Las guardias eran de dos horas, después a descansar.  Aquella noche el soldado Antonio Fernández no pegaría ojo. Desde la garita el estruendo fue inmenso. Un pumba seco de cacharrería metálica contra el cemento, amalgamado entre el enfurecido temporal. 

-“¿Qué ha pasado?”, preguntan desde el cuerpo de guardia. Cada garita tenía un timbre, para casos de urgencia. “No sé, sentí como una bomba”. A la mañana lo encontraron yacente, El boquete en el cemento era notorio. No había mudado de semblante el rostro porque era un angelote de fundición dibujado por Malingre, desprendido desde la cúpula del templete funerario del ilustre Ruperto García, apoderado en su día de los Almacenes Simeón; el ángel caído, amarrado en un sillar del piedra da la bienvenida al cementerio de San Francisco.

Antonio Fernández (1952) se había alistado voluntario, por delante le quedarían 15 meses; más los tres de adiestramiento militar pasados en el campamento de Figueirido (Pontevedra). Ellos cumplían seis meses más a cambio de estar en casa, era lo que se decía un “pernocta”; a él le permitiría seguir pinchando en una popular discoteca, la 3A.


Primera instrucción


“La primera instrucción era marcar el paso, y pegar tiros a un papel que no sabías si acertabas o no”, dice Luis Vázquez (1953). A él le tocó en Parga (Lugo), un campamento provisional de los de la guerra; y así estuvo 30 años. “Una nave como la de los pollos, sin duchas; bueno sí, una que no funcionaba”. De experiencia castrante, lo califica. Al acuartelamiento llegarían en un tren lleno de quintos; allí una sensación rara, las tiendas y bares estaban cerrados; después descubrirían que no sólo ellos andaban temerosos, también los comerciantes.

 “Llovía, siempre llovía. Un infierno. Muchos no sabían orientarse, nerviosos, siempre a la carrera; sin saber muy bien hacia dónde”. 

En un parapeto bajo cubierta les habían dado botas y un petate; la ropa la repartían según la talla del pie. “En el campamento había 215 antes que yo, pero yo no veía a nadie. Tras un cambio de rasante en el acceso a la nave, un veterano agitando un camping gas, emergió de la profundidad de la noche. Alguien se había olvidado de enchufar la luz de la central del campamento. Todos estábamos como en shock, sin luz, en una nave grande y sentados en mesas de 20; hubo gente a la que tuvieron que asistir durante días porque no se manejaban”


Franco ha muerto


A Luis la muerte de Franco le tocó en San Francisco, sede del regimiento Zamora nº 8. A mes y medio de ser licenciado. El fallecimiento los pilló descolocados, a pesar de lo previsible. Los pernoctas que iban a dormir a casa sabían que en cuanto muriera había que aparecer volado, era ver el telediario y ver si era inminente o no. “Nosotros hacíamos todas las mañanas instrucción, fue morir Franco y no se hizo una más; un impasse infinito, los mandos no sabían ya qué hacer”. 

- “Cabo, cabo, murió Franco, ¿qué hacemos?", gritó el imaginaria. Aquel 20 de noviembre Luis era el encargado de noche. Tú, nada, que –de imaginaria- no puedes escuchar la radio. El imaginaria era un oficio absurdo, de vigilar la compañía, mientras los allí presentes dormían, incluso de arropar con su manta a un soldado, si este se destapaba. Aquella noche las noticias volaron tanto como paralizaron a la tropa.

Un color, el verde caqui como uniforme; el corte de pelo al dos, a manos de un improvisado barbero, otro voluntario más; “Yo tengo bigote desde entonces, era la forma de protestar”. Inevitable, al pasar por San Francisco, mira al angelote de Malingre. A uno le evoca temporal, era de noche.


Un Real Decreto Ley en 2001 puso fin al servicio militar obligatorio


Novatadas. Imaginarias. Quintos. Arrestos. Calabozo. Cantina. Escuadrón. Batería. Guardias. Furriel. Bromuro. Novia. Cetme. Planear. Brigada. Petate. Capitán. Soldado. Aspirino. Campamento. Destino. CIR. Compañía. Generala. Palabras, palabras.

La mili era el destino y la pesadilla para los jóvenes al cumplir 18 años, edad en la que a unos les rompía el trabajo, los estudios, la vida. Sonadas son las historias recogidas por todos los que la hicieron, que llenaron el anecdotario de infinidad de generaciones. Históricos, los movimientos contestatarios de insumisos, o la otra mili de los objetores de conciencia. El servicio militar obligatorio quedaría suspendido en 2001, por un real decreto del gobierno de José María Aznar; inevitable mirar atrás para quienes habían entregado todo aquel tiempo a cumplir con la patria. 

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