Los vecinos de San Amaro llevan una vida apacible, cercana a la naturaleza y por el momento libre de covid. Uno de sus centros neurálgicos es la farmacia de Ernesta Domínguez: "No me gusta cantar victoria". Es muy consciente de que hubo poblaciones donde un día celebraron cero contagios y el covid llegó al siguiente. Es una lucha diaria: "No podemos alardear nada", advierte. De todos modos, valora la responsabilidad de los vecinos o como en la residencia de San Amaro "siguen las normas a rajatabla". El restaurante Lembranza Orixe cerró por precaución: "Hay mucha gente mayor y tiene miedo".
Y la pandemia propició un tímido retorno al rural insospechado años antes: "Mucha gente viene a preguntar por casas". Quieren escapar de los grandes núcleos poblacionales, donde una enfermedad infecciosa campa a sus anchas: "Estamos desconcertados, parece que vivimos una historia de terror".
Desde la cafetería Nuevo Bardelás, que funciona también como tienda de comestibles, su dueña toca madera: "Tratamos que todo el mundo haga las cosas bien. Si entran unos, salen otros". Sus clientes son respetuosos. "Canto máis viño se toma, menos (covid) entra", bromea uno de ellos, Antonio Requejo, natural de San Amaro y residente en Cenlle. Sin perder el sentido del humor, tiene clara la gravedad de la situación: "Hai que coidarse. Cando estou na casa cos fillos, mantemos a máscara posta e a ventá aberta; teño unha neta de sete anos e xogo con ela tamén con máscara; e xa non podo subir ao Carballiño a tomar uns viños. Dóeme na alma, pero hai que previr as desgrazas".