Historias de un sentimental

El humor y la inteligencia de los curas de Ourense y el Vaticano

La Plaza de San Pedro, en el Vaticano.
photo_camera La Plaza de San Pedro, en el Vaticano.

Esta historia, que yo relato desde el prisma del humor y la inteligencia, me la contó uno de los protagonistas que, afortunadamente vive y bebe, que yo resumo en lo esencial y que es prueba de que gran parte de las cosas de nuestra vida, hasta donde no sospecharíamos, es pura burocracia con la que se debe tratar. Pero el ingenio ourensano es capaz de superar todas las contingencias; ingenio y humor, debo precisar.

Hace ya muchos años, en un lejano tiempo de desencuentros entre el Obispado de esta diócesis y algunos de los jóvenes sacerdotes, algunos entre ellos descubrieron que se habían equivocado de vocación y solicitaron ser reducidos al estado laical, lo cual, como se sabe, tiene efectos civiles, pero dado el carácter que impone el orden sagrado éste es indeleble, como presumía el político gallego Basilio Álvarez de modo ciertamente rotundo.

El caso es que por haches o por bes, el asunto no prosperaba y a Ourense no llegaba la resolución que les permitía salir del limbo donde se hallaban y emprender otros caminos en la vida con total seguridad. Pero el más audaz de los afectados investigó y descubrió que el asunto dependía de que al decreto de reducción le diera curso en una oficina de la Curia Vaticana, en concreto de una determinada oficina. Así que, sin pensarlo dos veces, nuestro hombre se plantó en Roma y se fue directamente al centro de la Iglesia.

Por esas cosas de la vida se encontró con que el funcionario eclesiástico que estaba al frente del departamento era otro sacerdote, también gallego, de modo que al presentarse ante él lo recibiera con la lógica cordialidad que acostumbramos, de suerte que el que iba a buscar y el que tenía que otorgar se hicieron amigos. Así que el avispado ouresano invitó al otro a pasar unos días en Galicia, cosa que este aceptó encantando, no sin decirle: “Cuando vuelvas a Ourense ya estará el documento en el Obispado”. Y así fue. Luego, el de la oficina se vino unos días por aquí y con el tiempo acabó el mismo colgando la sotana, la casulla, el alba y el manípulo de su oficio, menos mal que antes de ello pudo hacer una buena acción.

La experiencia de nuestro personaje es altamente expresiva de lo que son las cosas de la vida. El audaz orensano descubrió que el futuro de la suya se concretaba entre el camino entre dos oficinas del Vaticano, la que cursaba las solicitudes de renuncia y la que estaba enfrente que las resolvía; pero la suerte a veces se acomoda al interés de quienes la busca y nuestro hombre tuvo la suerte de dar con la dependencia adecuada, al primer intento y, sobre todo, que en la misma estuviera otro gallego.

La historia que resumo en lo esencial, pero es reflejo de un tiempo pasado en que tantos sufrieron inútiles padecimientos. En una de mis visitas a Roma tuve curiosidad por ver la oficina de la historia y gracias a un amigo romano pude conocerle, y era una oficina como otra cualquiera, sin nada de particular, pese a que allí se resolvía la vida de muchas personas como la que cuento.

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