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As Illas Atlántico-cantábricas desde la costa

cima de A Moa en los montes de O Pindo
photo_camera Desde la cima de A Moa en los montes de O Pindo se contempla la más grande extensión de la costa gallega y sus islas.
De sur a norte desde la desembocadura del Miño, entre a Guarda y Caminha hasta la del Eo entre Ribadeo y Figueras numerosas islas pueblan las costas galaicas

De sur a norte desde la desembocadura del Miño, entre a Guarda y Caminha hasta la del Eo entre Ribadeo y Figueras numerosas islas pueblan las costas galaicas, algunas de considerable tamaño, caso de Cíes, Ons o Arousa; otras menores y muchos islotes, pedruscos y farallóns salpican el costero cinturón.

Una isla siempre aisla un poco de la llamada tierra firme; tenemos una sensación especial al desembarcar en una isla o al menos me parece, y, además cuando por la costa divisamos una isla nos queda una sensación como de vacío si no la hollamos.

En el estuario del Miño cuando en ese casi espacio intermareal, pero en su misma desembocadura, A Insua, portuguesa, que alguna vez en manos españolas, con las murallas de un forte en ruinas y un convento franciscano. Prosiguiendo o costeando hacia el norte, las islas Estelas o islotes, en la ría del Val Miñor, con las Cíes que parecen taponar, pero que protegen la ría de Vigo, escenario que fue de unas cuantas piraterías y hoy parque Nacional con las Ons. Adentrándonos en la ría de Vigo, ese enjambre de chalets y rascacielos que es Toralla, donde ni un castro fue capaz de salvarla de la especulación, y en el fondo de la ría la isla de San Simón frente a la playa de Redondela, lazareto que fue y prisión insular para represaliados de la Guerra Civil y testigo de la batalla naval de Rande.

Doblando la ría de Pontevedra por Marín y Combarro, la isla de Tambo, que fue hasta hace poco sacrosanto arsenal de la Marina, y por ende con prohibición de poner el pie ni siquiera en sus arenas. Ons y Oncela, frente a Sanxenxo y A Lanzada, habitada ahora todo el año, son esas islas tan turísticas como las Cíes con controladas riadas de viajeros embarcados ya desde Vigo ya desde Sanxenxo o Portonovo. La Isla de Sálvora que cierra la entrada de la ría de Arousa, más que la Oncela y Ons, fue de privada propiedad hasta hace poco cuando comprada por la Xunta y ahora de turístico acceso. Y ya dentro de la ría, la de Arousa, comunicada con tierra por un puente desde hace como medio siglo, la más habitada, y no así la de Cortegada, que en bajamar parece como unida a la costa allá por Carril-Vilagarcía. Sin olvidarnos de A Toxa, que a pesar de soportar una urbanización de chalets, hoteles, balnearios y grandes bloques de edificios conserva espacios verdes con bosque de pinares y un campo de golf.

Saliendo a mar abierto, numerosos islotes que parecerían como enormes bolos graníticos salpican la costa entre Aguiño y Corrubedo. Y prosiguiendo hacia el norte las Lobeira Grande y Chica, islotes sin habitación humana, visibles desde las alturas del olimpo celta del Pindo, a más de 600 m. sobre el nivel del mar. Nada salientable por tierras de Finisterre ni del mar de Fora, aquella bravía costa donde tantos cascos de naufragios se hallan, en aquel mar cantado por Rosalía en Mar de Fora, mar de Fora / Si casares, ablandares. Hay que pasar por Muxía, Camariñas, Corme y Laxe para en las cercanías de Malpica encontrarnos con las Sisargas, que desde el Cabo San Hadrián -ese santo varón que anduvo pisando serpes eliminando la plaga- tienen una visión completa. Desde Finisterre a Malpica, la verdadera Costa da Morte, más doscientos naufragios han causado algo más de 3.000 muertos desde finales del XIX hasta nuestros días. 

En plena ría de A Coruña, en su fondo, una islita conectada con puente, además del hoy fuerte y museo de San Antón a la entrada de la ría. Por tierras ferrolanas y sus costas de Doniños, Frouxeira, San Xurxo, nada destacable hasta que nos allegamos al Cantábrico, que algunos señalan a partir del cabo Ortegal y los más, a partir de la Estaca de Vares. En el cabo Ortegal como prolongación marina, los islotes de Os Farallós, y en la ría de Ortigueira, la isla de San Vicente, casi pegada a la playa del Ladrido a la que fácil acceso en la bajamar; doblada la Estaca de Vares, la Isla Coelleira dicha por sus conejos, con convento en ruinas, historias de templarios, sangre y un faro que aún luce en sus escarpadas laderas. Ya en la ría de Viveiro la Isla Gavieira de gaviota o gavilán más bien, frente al Fuciño do Porco, lugar de interés geográfico, y dentro de la ría, por Area, a Ínsua. 

Hacia Ribadeo, final del discurrir costero-galaico, la isla de Ansarón parece imponente por su altura; dan como ganas en un salto desde un ribereño sendero de plantarte en ella, de tan próxima a la costa. Ya en las cercanías la costa cantábrica se dispersa en pequeñas islotes, cuales Os Farallós por la ensenada de San Cibrán donde pervive, como en todas, en esta la leyenda de a Maruxaina, esa bruja o maga o sirena que protege a los navegantes o los hace naufragar frente a estos escollos; si los salvase, indultada de ser quemada cuando en multitudinaria procesión se la trae en estos primeros de agosto por las rúas de esta villa de San Cibrán, cercana a la gran factoría de aluminio de Alcoa.

Unos islotes allá por las cercanías de As Catedrais, en Castro, cierran el periplo de sur a norte de esta variopinta costa galaica y que a buen seguro cada isla o islote tiene su historia, acaso más trágica que colonizadora. Salvo Cíes, Ons, Arousa, A Toxa y Sálvora, las demás, deshabitadas… o con temporal habitación.

La declaración de Parque Nacional de las Illas Atlánticas ha dotado de protección a muchas de ellas, regulando su acceso y dándoles esa categoría más que reconocida.

Viajar a pie por la costa es tener el deseo constante de embarcarte hacia esos pedazos de tierra rodeados por el mar, que menos si en auto te desplazases.

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