Una industriosa Chavín con el árbol más alto del país

A menos valles se forman en esta costa de A Mariña luguesa, que por su porción occidental por la que caen las montañas casi, o sin él, al borde del mar, los forma más estrechos y alguno profundo, mientras en la parte oriental la rasa costera los hace más amplios. Estos valles que llevan nombres sugerentes como del Sor, por el río; Vicedo, por el pueblo; San Román, dicho del Valle; Abrela, que también el de una playa; Cobas, Galdo, Landrove o Naseiro. Todos han contenido parcialmente al invasor eucalipto que se desparrama por las laderas. O Avó, el eucalipto mas alto, un tanto desmochado, ya tiene herederos. Por el Val de Naseiro, aunque conocido más hoy por una multitudinaria fiesta campestre-gastronómica durante una semana, allá por los finales de agosto, más lo fue y aún lo es por la hermosura de su valle donde discurre el río Valcarría que viene de más arriba con otro nombre, donde se desploma en una bella cascada, Pozo da Ferida, que forma con otra menor un estanque encantado; también este valle conocido por sus amenos campos, llenos de frutales, de huertas feraces, y de esa aldea de obligado paso a Mondoñedo que es Chavín. Por eso del paso obligado, a principios del siglo XX se cayó por acá un joven mindoñense con solo 22 años, que más que soñador capaz de cumplirlos y así José Barro se estableció con un taller de reparación de automóviles en sus balbuceos aún, que excedió su fama allende las mariñanas fronteras hasta hacerle trabar profesionales contactos con las incipientes marcas internacionales del ramo, sobre todo la francesa Dion hasta crear más que un imperio del motor, un referente, que tanto lo fue por hallarse en un pueblecillo, lejos de los industriales emporios. Así nacería la industria automovilística de Chavín con aquellos autos que se manufacturaban hasta que Ford con el modelo T empezaría la producción en cadena. Allá por la Guerra Civil, 36-39, sería militarizada esta fábrica de montaje, que se especializó en blindajes, llegando a manufacturar piezas artilleras. El emprendedor Barros, un como remedo de su precedente, un siglo antes, el marqués de Sargadelos, que forjaba cañones en sus hornos de lo que luego sería industria cerámica reconocida. Lo curioso, que los trabajadores de Chavín estaban exentos de la convocatoria de las armas. La pena, que la industria del automóvil no sobreviviría a su fundador, si acaso unos años, y tampoco la textil fundada por él, y una fábrica de luz, que toma más arriba la energía de las derivadas aguas del río Landro, aún en uso. A Chavín de su pasada grandeza industrial solo le quedan dos fábricas: Hidrofersa, dedicada a la reparación y mantenimiento de barcos, aunque distante casi una legua del mar, y Vestas, para el montaje de piezas de aerogeneradores, esos molinos gigantes que ya producen en el país más del 20% de la energía eléctrica, que dan empleo entre las dos a casi 100 trabajadores. Y de una plantación o siembra de eucaliptos en 1.880, para drenar las humedades del Landro o contener sus tierras, se decía, para preservar las naves industriales, se derivó un frondoso bosque, mixto en parte, por el aporte de hayas, abedules, arces, sauces, fresnos, algún castaño, llamado Souto da Retorta donde datado está como el árbol más alto del país, el llamado Abuelo, con 67 metros y 10,5 de perímetro, todo un símbolo este gigante que ya ve crecer a su vera a casi media docena de su especie, que parece le superan en altura aunque no en anchura, pero donde tendrá dignos sucesores de más vigor hoy porque O Avó, de más edad, se está desgajando o desmochando en su ramaje.