REPORTAJE

José Lino Vaamonde, el ourensano que salvó al Prado

Lino Vaamonde
photo_camera Lino Vaamonde (arriba a la derecha) y los momentos de protección y traslado de las obras.

2019, bicentenario del Museo del Prado. En la Guerra Civil sus fondos iniciaron un periplo internacional para salvaguardarlos, con un ourensano de protagonista: José Lino Vaamonde.

El 30 de agosto de 1936 sería el último día abierto al público, aunque en su interior la actividad era frenética. A las labores de restauración y conservación, la amenaza de un bombardeo eran más que una hipótesis. Dentro, dos arquitectos, Pedro Muguruza y José Lino Vaamonde, ideológicamente en las antípodas, se afanaban por salvaguardar el Museo del Prado, y por extensión todo su arte. 

¿Eran reales los temores? Sobra decir lo irracional siempre de las contiendas, donde emerge lo peor de las personas. A aquellos dos arquitectos el futuro Lino Vaamondeles reservaba destinos distintos. Al ourensano, el ostracismo y el exilio, al vasco, un futuro prometedor -fue el arquitecto de cabecera de Franco- al lado de los vencedores pero eso sería otra historia. 


Bombas y propaganda


El 16 de noviembre de 1936 el territorio sagrado del Prado fue profanado. Mientras una serie de bengalas lanzadas señalaban la ubicación, hasta nueve bombas incendiarias cayeron entre el museo y los alrededores, y tres potentes bombas sobre el Paseo del Prado; relato de Lino Vaamonde (Alongos, Ourense, 1900-Caracas, 1986). Gracias a las medidas preventivas, los daños se redujeron a algunas vidrieras, también  persianas vencidas por las explosiones; en el interior, un relieve del siglo XVI, de Agostino Busti, amaneció con algunos trozos por el suelo. El edificio acusó la onda expansiva. Lo acontecido desató otra guerra, de propaganda, para minimizarla, “se tomaron planos, actas notariales y fotografías”.

Lo acontecido en este museo referencial causó estupor en la comunidad internacional. Desde el inicio del alzamiento, el arte también fue víctima. En la zona republicana muchas iglesias y conventos fueron saqueados e incendiados; era la forma grotesca de interpretar el apoyo a los golpistas. Conscientes de lo que pasaba, el 23 de julio de 1936 se crea la Junta de Incautación y Protección del Tesoro artístico; habían pasado cinco días del golpe, se trataba de evitar males mayores. Se decide a su vez, con el cartelista Josep Renau como director general de Bellas Artes, centralizar la actividad protectora e iniciar también una amplia campaña de concienciación a la población para respetar y proteger las obras de arte, dar una visión del arte como patrimIMG_7519_resultonio de todos. El 5 de abril de 1937, se crea la Junta Central del Tesoro Artístico, presidida por el pintor Timoteo Pérez Rubio, cuya función fue reagrupar las obras de arte procedentes de museos, iglesias y colecciones. En Madrid, el Museo del Prado, el Arqueológico y la Iglesia de San Francisco el Grande se convirtieron en enormes depósitos con obras de toda España.

Los últimos meses del 36 y principios del 37, Madrid se volvió una ciudad sitiada. Dañados edificios monumentales, artísticos y religiosos, incluido el Museo del Prado. Las medidas de protección monumental, entre otras las populares fuentes de Cibeles y Neptuno, con armazones de madera rellenos de arena y sacos de arena funcionaron, pero el patrimonio seguía en serio peligro.

La labor de José Lino Vaamonde fue esencial  en el salvamento, desde el registro, protección y traslado de las obras de arte

La orden ministerial de la Dirección General de Bellas Artes para proceder al traslado  de las obras maestras a Valencia ya estaba sobre la mesa antes del bombardeo del Prado; la acción lo precipitó. Debido a algunos incidentes en los primeros viajes se tomaron medidas IMG_7514para ejecutarlos con ciertas garantías. El contenido era sensible, además de material apetecible en medio de la contienda. En Valencia, el ourensano José Lino Vaamonde eligió dos ubicaciones para las obras. Una, por su amplitud, la Iglesia del Colegio del Patriarca, destinada -según Lino Vaamonde- “a la recepción e inspección de los fondos que iban llegando. Se efectuaban desembalajes, reconocimientos, diagnósticos y observaciones sobre pinturas, libros y tapices”. La otra, las Torres de los Serranos. En ambos, el ourensano fue el responsable del equipo, firmó el proyecto y asumió la dirección. “En el caso de las Torres de los Serranos, habilitadas para albergar las principales obras del Museo del Prado, se proyectó unas torres dentro de las Torres, mientras que en la Iglesia del Patriarca, la actuación consistiría en levantar “todo un entramado que resistiera, además de un posible bombardeo, la acción de la humedad con métodos de presurización”, según relato del hijo del arquitecto ourensano José Lino Vaamonde Horcada, recogido por el arquitecto venezolano Henry Vicente para el libro “Arquitecturas desplazadas. Arquitecturas del exilio español”, título homónimo a la exposición comisaIMG_7504riada por él en Madrid en 2007. Henry, desde una Venezuela en precario, minimiza en emoción y generosidad para aportar valor a estas líneas, y suma entusiasmo y fragmentos de un libro de memorias mítico, editado por José Lino en Caracas, en 1973, “Salvamento y protección del tesoro artístico español durante la guerra, 1936-1939”. 

En ambas reformas, el arquitecto trató de causar el menor daño y que fueran reversibles. 

Entre el 5 de noviembre de 1936 y el 5 de febrero de 1938, se realizaron veintidós expediciones a Valencia con las obras del Prado. En marzo de 1938, ante el corte de comunicaciones entre Valencia y Cataluña, el Gobierno decide el traslado del Tesoro Artístico de Valencia a Figueras, que no sería el último. Poco antes de la caída de Cataluña, en 1939, un acuerdo internacional con el Gobierno de la República, decide el traslado a la sede de la Sociedad de Naciones de Ginebra, hasta que finalizara la guerra. Ese verano se exponen allí, el 9 de septiembre regresan a Madrid. 

Dos años de peligrosa ruta internacional. Un centenar de camiones con la historia de España a cuestas. 1.868 cajas y 140 toneladas de peso que regresan a Madrid el 9 de septiembre; el franquismo obvió este episodio, incluso lo negó. José Lino Vaamonde se exilió en Venezuela, e hizo carrera como arquitecto para Shell, con su libro quiso hacer memoria, lo mismo que Henry Vicente. 

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