El ángulo inverso

Lágrimas en la cocina

ALBA FERNÁNDEZ
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JUEVES, 24 DE OCTUBRE

Tenía ya mi artículo escrito cuando el martes a media tarde acudí a mi local favorito, O Frade. Cuando entré, me saluda Quique con mirada pensativa, un poco preocupado. Me toma del brazo y me dice: “Ven a la cocina, te sorprenderá”. A esa hora no había mucha gente en el local. Allá fui con él. Allí estaban un cocinero y una cocinera vestidos con guayabera blanca. Le digo: “No veo nada raro, sólo dos personas trabajando”.

De pronto, la cocinera toca la tecla de un radiocasete desvencijado que está en una estantería. Pues te cuento, hermano, hermana, suena la voz de Pablo Milanés con su mítica canción ‘Yolanda’. Yo aún no sabía que acababa de fallecer el intérprete cubano. Me lo dice pronto el cocinero con su voz habanera a manos llenas. Cielo santo, me digo, Pablo Milanés.

Interviene Quique: “Los dos trabajan duro como siempre, pero hoy andan un poco flojos y lo entiendo. Desde que abrimos hoy, han puesto al menos seis o siete veces ‘Yolanda’. Menos mal que sólo se escucha en la cocina. Bueno, yo he tratado de ser fraternal y he rescatado un viejo disco suyo: ‘Versos sencillos de José Martí”. Estoy justo a su lado, y la cocinera me dice: “Estamos muy conmovidos por su fallecimiento, crecimos escuchando sus canciones y ya forma parte de nuestras vidas”.

Continúan trabajando pero no me despego de ellos, el cocinero me dice orgulloso: “Yo nací en Bayamo, allá en la provincia de Granma. Sepa que allí crece el árbol de la sabiduría, ‘frondoso y que da sombra’. Pues allí también nació Pablo”.

Mira tú, carajo, ahora en su viejo cassette suena ‘Guantanamera’. Yo aprovecho para lucirme y le recito el poema más hermoso de Martí: “Cultivo una rosa blanca / en junio como en enero / para el amigo sincero / que me da su mano franca. / Y para el cruel que me arranca / el corazón con que vivo, / cardo ni ortiga cultivo; / cultivo la rosa blanca”.

Ahora el local se ha llenado. Viene Quique y dice: “Hay que moverse, chicos. Jaime, no les des más la vara. Las mesas están llenas de peticiones”. Pero la cocinera aún me dice: “Aún nos queda Silvio”.

Ya en la barra, veo entrar por la puerta a mi amigo y contertulio el profesor. Inevitablemente pegamos la hebra sobre el cantante fallecido. Le digo: “Seguro que tú viste algún concierto suyo”. Contesta: “Claro que sí, y dos, y tres”. Da un buen sorbo y continúa: “Sabes que yo soy vigués y él vivió unos años en Vigo; alguna vez lo vi pasear con su mujer, Nancy, una bella muchacha de Cangas. Fíjate, ella fue su quinta mujer; ya sabes cómo son de mujeriegos los cubanos. Pues Nancy le dio dos hijos mellizos y algo más. Cuando él estaba muy malito, ella no dudó en cederle uno de sus riñones. Guardo un gran recuerdo de sus recitales tan llenos de son”.

Mi contertulio me inquiere: “Seguro que tú le has conocido más en tus tiempos de Madrid”. “Cierto, tuve una grata experiencia. Era mediados de los setenta, todavía tiempos de sueños. Todas las habitaciones y buhardillas de nuestra generación, las presidía aquella foto mítica del Che Guevara. Pero te cuento. Ese lejano año, mi promoción de la escuela oficial de periodismo celebrábamos el fin de carrera. Atrevidos, dispusimos ir de viaje a Katmandú. Decidimos hacer un gran festival para conseguir dinero. Un compañero dijo: ‘Conozco a amigos del cantante cubano Pablo Milanés, traerlo sería un éxito’. Nuestro contacto fue el inolvidable Carlos Tena que entonces hacía programas de música en televisión. Ay, Carlos, que años después fue expulsado de televisión porque llevó a su programa a aquel grupo punk de chicas vascas ‘Las Vulpes’. Allí, en el escenario, arrancaron con su tema ‘Me gusta ser una zorra’. Qué barbaridad, fue tal escándalo que hasta el fiscal general del estado presentó una querella criminal contra él”. Mi contertulio se ríe pero pregunta: “¿Actuó Pablo en ese concierto de la escuela?”. “Claro que sí, el cubano nos dio todas las facilidades y, cómo es la vida, Carlos nos dio el contacto de Cecilia que ya empezaba a ser popular con sus temas ‘Mi querida España’ y ‘Dama Dama’. Cierto es que el festival fue un éxito. El orden de actuación era primero Cecilia, después Pablo. Pero éste dijo: ‘De ninguna manera, primero yo, ella es la reina”.

(No se lo conté a mi contertulio pero así fue. Al terminar la gala, allá nos fuimos Pablo, Cecilia, Tena y los tres de la escuela que habíamos llevado adelante el festival. Entramos en un garito de música latina. Pablo y Cecilia congeniaron muy bien. Corrió el ron en honor al cubano. Ella, lo recuerdo bien, bebía café irlandés, uno tras otro. La noche se alargó entre risas y ‘canción protesta’ que decíamos entonces. Ya cuando nos levantamos de la mesa, uno de mis compañeros, eufórico, pide la palabra con gesto solemne y ordena: “Poned una mano sobre otra en la mesa, y juremos los tres que si como en Bahía de Cochinos los americanos intentan invadir Cuba, de inmediato nos presentaremos en la Plaza de la Revolución: ‘Comandante, a sus órdenes”).

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