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Las casetas de la Barronca

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photo_camera Postal de la Barronca.

No sé muy bien cuando surgió la idea de instalar estos negocios, pero es más que probable que los comienzos fueran un poco descontrolados

Hubo un tiempo que en la Alameda ourensana, teníamos una “galería comercial”, o algo parecido…; supuestamente se trataba de una sencilla manera de rentabilizar el suelo público, al tiempo que se contribuía a dar vida a la zona. No eran más que unas humildes barracas sin ningún tipo de comodidad ni servicio (un cable que daba corriente a una bombilla y ya…), pero como en otras tantas ocasiones, lo importante no era el continente, sino el contenido.

No sé muy bien cuando surgió la idea de instalar estos negocios, pero es más que probable que los comienzos fueran un poco descontrolados. Recuerdo haber leído quejas de los “empresarios” de carritos de helados, chucherías ambulantes y barquilleros, (que pagaban puntualmente sus tributos), hacia los que de manera intrusiva colocaban sus puestos en donde les apetecía, sobre todo en épocas de fiesta. Recuerdo también que no parece que estuviera claro donde ubicarlos, ya que conozco solicitudes (1911) para instalar un puesto de minutero pegado a los muros del obispado en la “Alameda de Arriba”. Finalmente se decidió que lo mejor sería instalarlos tapando la barronca donde, aunque no lo parezca, incluso embellecían el entorno.

Realmente los puestos poco “glamour” ofrecían. Si acaso, algo de colorido cuando estaban recién pintados, algo que se hacía cada… El encanto del lugar lo proporcionaban los ocupantes y la clientela.

Uno de los más visitados era el regido por Genaro y Anuncia, una churrería en la que todo tenía un halo de heroicidad, la luz fallaba cada dos por tres y las variaciones de tensión eran constantes, el agua había que ir a buscarla a un grifo de aquellos que se accionaban de manera manual, instalado por el ayuntamiento pero que recordaba a los pimientos de Padrón: unhas veces saía auga, e outras non! Los que más tranquilos vivían en ese sentido, eran Paco “el tres cadelas”, que no precisaba nada para vender sus “antigüedades” y baratijas, que de todo tenía en el mostrador. Junto a Paco estaba el bueno de Clemente Jiménez, para mí de entrañable recuerdo, quien en esos años vendía libros de segunda mano, cambiaba tebeos y novelas, al tiempo que reparaba con mucha paciencia estilográficas que las manos rudas de los paisanos habían defenestrado. Yo le conocí en mis primeros tiempos de estudiante, en el portal de Progreso que daba acceso al colegio Rosalía de Castro y a la Alianza Francesa. Allí a diario poníamos a prueba la paciencia de aquel buen hombre que casi parecía nuestro abuelo.

Habrá que citar también a los que con motivo de las fiestas daban esplendor a la zona, el majestuoso Circo Feijoo, el original Barriga Verde y el pícaro Simón dos Botes, que colocaba una pila de seis botes y el publico tenía que tumbarlos. Según las malas lenguas Simón podría haber escrito varios tratados explicando cómo funcionaba aquello del peso y el contrapeso. Además cuentan que vendía de todo , de manera especial ofrecía “peines pra peinar a peseta” (tened cuidado al leer la frase que creo que falta alguna coma, ya sabéis que está muy de moda y modifica en gran manera el significado…)

Y por fin llegamos a los usuarios más numerosos de las barracas: los minuteros. Allí comenzó su andadura en el mundo de la fotografía Luis Sanjurjo hacia el 37, con tan solo 15 años. Lo suyo fue para ayudar a su padre, José, quien llevaba unos años trabajando en la ciudad, pero terminó convirtiéndose en pasión y profesión. Luis fue un auténtico mago en las técnicas de márketing para difundir su negocio, pero no entremos en profundidades que otro día retomaremos… La otra gran familia que comenzó en la fotografía como minuteros fue la de Mazaira. La saga se inicia con Lisardo Mazaira López y su esposa Manuela Saburido, quienes utilizaban dos barracas en las que guardaban paisajes y escenarios que hacían las delicias de su público: aviones surcando el cielo, veleros en medio del océano, jardines palaciegos, etc. Eran muchas las fantasías que se cumplían al “minuto”. Minuteros de la Alameda también fueron Manuel Sutil, Venerando Doval, “Danielito” y el “chino” José Seara.

Entre todos conseguían hacer de la Alameda un lugar atrayente y con vida donde los niños rompían los pantalones jugando a las canicas, las parejas tonteaban y se besaban “al despiste” y los mayores paseaban y disfrutaban de un ambiente casi familiar. Eso sí, casi toda la actividad dependía del tiempo, igual que ahora, ¿no?

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