Leyendas de Ourense

Leyendas de Ourense | El Home das Bubas que acecha en los tejados de Verín

Cuentan que, no hace mucho tiempo, las pastoras de la zona de Monterrei vivían atemorizadas ante la presencia de un misterioso trasno que saltaba de tejado en tejado

Home das Bubas

(Ilustración: Guillermo Altarriba)

Uxía dobló una esquina y por fin pudo respirar. Mientras recuperaba el aire entre jadeos atropellados, se miró las manos, llenas de cortes. Debió habérselos hecho al rodar por el suelo, cuando comenzó la persecución. Mientras se frotaba las palmas en el tejido del manto, se asomó por encima del murete de piedra, mirando el camino que acababa de recorrer.

Aunque era noche cerrada, no había nubes, y Uxía logró discernir el perfil de la aldea contra la luz de las estrellas. No había animales a la vista, y el viento había quedado mudo. Ni rastro del chirrido babeante, ni de los golpes contra las tejas de esas manos que parecían garras. Nada, solo el repiqueteo tranquilo del agua contra las palas del molino.

La joven pastora se armó de valor y decidió abandonar su parapeto. Mientras avanzaba, buscando la sombra de los castaños, no podía quitarse de la cabeza el ataque. Sabía que no debía haberse acercado al molino sola, y aún menos cuando el sol ya se había escondido. Recordaba a las viejas del lugar advirtiéndola de que un sátiro rondaba los tejados, pero siempre había creído que eran historias de miedo para asustar a las niñas pequeñas.

Ni siquiera se ponían de acuerdo en su nombre: para algunas era el Busgoso; para otras, el Rabeno, o el Meco. A Uxía le daba igual, porque ahora sabía que existía, y que aquellas mujeres tenían razón. El trasno sin nombre la había asaltado de repente, precipitándose del tejado como una estalactita furiosa, sin más presentación que un aullido agudo y lleno de dolor.

Por suerte, Uxía lo escuchó antes de verlo, y pudo esquivar el primer ataque de la criatura. Desde el suelo, temblando por el susto, vio cómo el demonio se ponía en pie. Tenía el cuerpo deforme, lleno de bubas, esos bultos asquerosos que sufren los enfermos de peste. Su piel tenía el color de la arena y sus ojos brillaban como monedas relucientes. Cada movimiento parecía suponerle un dolor infernal, pero aquello no mermaba su velocidad.

Uxía había logrado escabullirse a duras penas, sacando fuerzas que no sabía que tenía. Tras el breve reposo junto al murete, la muchacha ya estaba muy cerca de su casa. Vio la luz anaranjada que se colaba bajo su puerta, y ya casi podía oler el puchero que había dejado al fuego. Aceleró el paso, pensando en su madre y en su abuela -¡qué tonta había sido al no hacerle caso!-, y se disponía a agarrar el pomo… cuando escuchó un crujido. Una nota discordante, como de una uña arañando una teja. Uxía se giró, pero ya era tarde.

Un grito cercenó el silencio nocturno durante un instante. El puchero siguió borboteando. El agua golpeaba suavemente las palas del molino.


FUENTES // Para escribir esta leyenda, nos hemos basado en la entrada relativa al Home das Bubas en el libro “Diccionario dos seres míticos galegos”, de Xoán R. Cuba, Antonio Reigosa y Xosé Miranda

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