En la ciudad

Con pólvora y rosquillas: las Madamitas vuelven a arder en el centro de Ourense

El olor de los dulces se mezcló con el de la pirotecnia. Ourensanos de todas las edades se volvieron a citar en el centro de la ciudad para la Queima das Madamitas. Las figuritas giraron y explotaron para la delicia de algunos y el susto de los más pequeños.

Una de las citas más esperadas de la primavera en Ourense, la fiesta del San Lázaro con sus tradicionales Madamitas, reunió este domingo a un buen número de ourensanos y turistas en el entorno del Parque de San Lázaro. 

La primera figurita espera su turno. Ante ella, también lo hace una muchedumbre expectante que atiborra el parque. Se celebra la fiesta del santo: los puestos de rosquillas están en pleno trajín, y hace unos minutos que llegaron los gaiteiros, escoltados por los gigantes y cabezudos. De repente llega la primera detonación y el público queda instantáneamente hipnotizado por el espectáculo. La pirotecnia pone en marcha los mecanismos de la figurita a toda velocidad, hasta que le explota la cabeza. La gente arranca a aplaudir.

Es la Queima das Madamitas. La tradición es breve, pero su historia se pierde en los pergaminos hasta la Edad Media. A la costumbre se le atribuyen raíces paganas. Da la bienvenida a la primavera y sirve para ahuyentar los malos espíritus. Asimismo, tiene una función litúrgica: anuncia la Semana Santa y, por supuesto, festeja el San Lázaro. Es lo que da sentido a reventar las figuritas de papel, que giran vertiginosamente por obra y gracia de la pólvora.

El ruido asusta a algunos. Un niño pequeño se echa a llorar inmediatamente después de la primera detonación, como si le hubiera saltado un resorte. Su padre lo aleja y trata de consolarlo. Mientras tanto, una bandada de pájaros levanta el vuelo aterrorizada. Es el precio de mantener una tradición secular que, vista la afluencia de público, sigue gustando mucho a los ourensanos.

Turno de la segunda figurita. Un torero y su toro salen al ruedo. La pirotecnia los volará en pedazos, pero antes, se activa el mecanismo de la madamita y el torero mueve los brazos clavándole dos banderillas al animal. Hasta que explota.

Después del torero, le toca a una barca y sus tripulantes. El navío comienza a girar alocadamente, hasta que los hombrecillos empiezan a remar a toda prisa. El detalle gusta al público, que se ríe. Pero los remeros no tendrán mejor suerte. ¡Bum! “¡Hala!”, se oye exclamar a varios asistentes. La exhibición los cautiva.

En el entreacto antes de la última madamita se manifiestan las luchas por ocupar un mínimo espacio en medio del abarrotado parque de San Lázaro. Un hombre de mediana edad y una señora discuten: “Hai que vir antes”, le reprocha él.

Debajo de la figurita de un ciclista comienza a salir humo con los colores del arcoíris, hasta que sus ruedas comienzan a girar desenfrenadamente por los cohetes que tiene pegados. Llega el estallido definitivo y se dispara la traca final. El estruendo es atronador, y se magnifica al rebotar en los edificios como una pelota de ping-pong.

Cuando llega el final, la ovación del gentío se hace inapelable. Los trabajadores de la empresa pirotécnica se disponen a recoger el tinglado y se repite el aplauso. Muchos de los espectadores reaccionan a la conclusión yendo derechos a los puestos de rosquilla. Ahora, el tufo a pólvora quemada se mezcla con el aroma de los dulces.

Al dispersarse la multitud, unos aritos de maíz pisoteados en el suelo delatan a un niño sobresaltado. La Queima das Madamitas también es una prueba de fuego para que los niños se sumerjan en las tradiciones de la ciudad. Algunos se echan a llorar por el susto, mientras que otros pasan el examen con nota. Una madre felicita a su hija: “Moi ben, fuches unha valente”.

Así fue la procesión de San Lázaro por el centro de Ourense

 

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