Magia

Manolo Prego, nuestro joven y ya gran pintor, sabe librar lo pintado de la cárcel del lienzo, de la tabla o del yeso y darle movimiento; sabe recogerlo de nuevo en su prisión, y sabe evocar las escenas ocurridas hace siglos, trayendo a la actualidad a sus actores. Hace tiempo adquirió en una almoneda un biombo rococó, desarrollado en curvas caprichosas y lleno en todos sus paños de una fauna en parte europea y en parte exótica, pues son sabidas las aficiones ultramarinas del arte del setecientos. Había allí faisanes, monos, aves liras, guacamayos, ardillas, corzos y más bichos aún. Los niños del pintor, deliciosamente interesados por todo aquello y medianamente caprichosos también, querían jugar con los pájaros, ver correr a los corzos y brincar a las ardillas, y su padre, comprensivo y benévolo para tan lógicos deseos, empezó a operar sobre la tela y, entre la estupefacta satisfacción de los pequeños, dio suelta a los animalitos . Al principio, todo marchó bien; los bichos se portaban con relativa corrección y los niños los imitaban, y la única novedad que se notaba en la casa era una desusada afluencia de chiquillos que acudían allí como a una casa de fieras. Pero poco a poco las cosas empezaron a torcerse. Un día la ardilla arañó a un rapaz; otro, los guacamayos y los periquitos se pelearon a causa de no sé qué incidente de la política venezolana, y por último, el ave de lira, que es vanidosa como todos los liróforos, empezó a quejarse de que le hacían poco caso, los faisanes pidieron indemnización porque les arrancaran las plumas de la cola y las nutrias se obstinaron tercamente en pescar truchas en la bañera. Y cuando la situación se hizo ya insostenible, Prego, que había recibido el encargo de decorar una dependencia del Cine Mary, tuvo una idea genial, que al mismo tiempo que lo libraba de molestias y preocupaciones facilitaba notablemente su trabajo; fue cazando como pudo a los animales, les atusó el pelo, les alisó y completó el plumaje, los puso en la más graciosa de sus actitudes y los fue colocando solos o por parejas en los tableros de unas puertas rodeando las respectivas cárceles de un marco dorado. Y están allí, tan graciosos, tan gentiles y tan brillantes, que sabiendo como saben que la gente va a admirarlos, es posible que se resignen con su suerte y que no intenten huir. Pero la tarea del pintor no había terminado con esto. En la misma dependencia donde se colocaron las puertas había que decorar un amplio lienzo de pared, y Prego, que trabajara de preferencia el retrato y pequeños lienzos de gabinete, estaba tan perplejo y desconfiado que acordó de nuevo recurrir a sus artes de mago blanco. Arrimó al muro uno de esos aparatos para hacer retroceder el tiempo, tan usados en novelas y películas, dio al botón y empezaron a verse primero gentes con chistera y frac, después a otros con casaca y sombrero apuntado, luego chambergos y valonas y cargueras, bonetes y gorras acuchilladas; y al empezar a percibirse las primeras monteras del cuatrocientos, el artista tocó otro resorte, buscó afanosamente entre los múltiples cuadros que a su vista se ofrecían, y a pequeños tirones, despacito, extrajo del pasado, como quien extrae un gran pez de un río, la más bella cazata que jamás hayamos contemplado. En una dulce mañana de otoño (hay en los árboles hojas secas y la luz es dorada) dos jinetes y una amazona, casi niña, pasan de un grupo de árboles a un bosquecillo; les acompañan los ojeadores, los que sujetan los perros y el hombre que lleva el gerifalte o el azor. La escena es armoniosa en todo: en la composición, magnífica de movimiento y de gracia; en el color, graduado sabiamente en gamas finas y delicadas; en la suavidad de la luz y en el mismo aire, en el que vibra el sol como si fuera polvo de oro. Prego, pintor y mago, ha sabido escoger el mejor momento del mejor motivo, entre los cientos de miles de motivos y de momentos que le brindaba su aparato de hacer retroceder el tiempo y por ello cuenta desde ahora nuestra ciudad con un nuevo rincón consagrado al arte. Pero lo peor será si las gentes de la cacería se dan cuenta de la proximidad de los animalitos de las puertas; si a la amazona, que es casi una niña, se le antoja un guacamayo, si el azor quiere dar caza a faisanes, si los perros dan en perseguir a las ardillas o a las nutrias. Si tal ocurre, es indudable que en el Cine Mary se va a rodar la mejor y más emocionante de las películas.